Sol sin ocaso



En la antigüedad, después de la puesta del sol, al encenderse los candiles en las casas se producía un ambiente de alegría y comunión. También la comunidad cristiana, cuando encendía la lámpara al caer la tarde, invocaba con gratitud el don de la luz espiritual.

Se trataba del "lucernario", es decir, el encendido ritual de la lámpara, cuya llama es símbolo de Cristo, "Sol sin ocaso".

Al oscurecer, los cristianos saben que Dios ilumina también la noche oscura con el resplandor de su presencia y con la luz de sus enseñanzas. Conviene recordar, a este propósito, el antiquísimo himno del lucernario, llamado Fôs hilarón, acogido en la liturgia bizantina armenia y etiópica:
"¡Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste e inmortal, santo y feliz, Jesucristo! Al llegar al ocaso del sol y, viendo la luz vespertina, alabamos a Dios:  Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es digno cantarte en todo tiempo con voces armoniosas, oh Hijo de Dios, que nos das la vida:  por eso, el universo proclama tu gloria". 
¡Solo a Él sea la gloria por siempre!

Fraternalmente,

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