31 de octubre de 2010

Zaqueo cambió

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Domingo 31º - Tiempo Ordinario - Ciclo C, Lucas 19, 1-10

La conversión siempre empieza por el bolsillo... Esta afirmación puede dejar perplejo a más de uno. Pero déjame que me explique...

El bolsillo representa el lugar seguro donde guardamos lo que creemos valioso. Tenemos muchos bolsillos: el del dinero, el de las ideologías, el de las ideas... En cada uno de ellos guardamos objetos, opciones y opiniones que nos proporcionan seguridad. La conversión es orientar todos nuestros bolsillos hacia los valores de Jesús.

Zaqueo era un hombre rico y no bien mirado por sus conocidos. Era cobrador de impuestos y ya sólo eso significaba un fuerte distanciamiento con las personas de su época. Nos dice el Evangelio que nuestro hombre "quería conocer a Jesús, pero no conseguía verle". Buen deseo de aquel hombre que nos sirve para reflexionar a los cristianos de esta época.

¿Hay necesidad de Jesús en nuestro mundo? ¿Quiere la gente conocer al Salvador? Estoy convencido de que sí. Quizá no de una manera explícita pero sí a través de los distintos "árboles" donde la gente se sube para poder ver una posible solución a su vida.

La humanidad entera necesita ser reconstruida. Esto lo podemos ver por las realidades sociales que no hacen felices a los seres humanos. Hemos aumentado en progreso técnico pero no en el desarrollo moral y humanizante. Algo pasa y muchas veces la gente no sabe describir exactamente qué es, pero sí que es algo que no les da la felicidad deseada.

Zaqueo representa a una parte de la humanidad. Él es rico, tiene un buen trabajo y una buena posición, pero nota que su vida necesita de algo más. Nunca llegaremos a saber por qué aquel hombre rico quería conocer a Jesús.¿Qué necesidades tenía el rico de lo que Jesús le podía ofrecer? Creo que nuestro cobrador de impuestos no era feliz.

Se subió a un árbol para ver a Jesús. El árbol ha estado presente en el comienzo de nuestra fe cuando desde el temprano Génesis nos habla del "del árbol del bien y del mal..." Pero también en el primer final de Jesús donde se convirtió en el "árbol donde estuvo clavada la salvación del mundo..." Entre uno y otro momento aparecen otras plantas arbóreas que sirvieron para otros fines y ejemplos: para ser replantadas en suelo más productivo, para dar mejor fruto, para servir como instrumento de suicidio y de muerte... El árbol al que subió Zaqueo está entre el paraíso terrenal y la cruz de Cristo.

El árbol es uno de los objetos más cargados de simbología en el mundo de las religiones y de las expresiones con significado. En todas las culturas aparece una y otra vez para simbolizar muchísimas realidades que tienen relación con los seres humanos. El árbol simboliza la evolución vital, de la materia al espíritu, de la razón al alma santificada; todo crecimiento físico, cíclico o continuo; significa también la maduración psicológica; el sacrificio y la muerte, pero también el renacimiento y la inmortalidad. No es extraño por tanto que el autor haga referencia al árbol donde subió Zaqueo. Fue esta realidad la que hizo posible ver a Jesús. El Señor no estaba lejos de aquellas inquietudes interiores y por eso se dirige a él invitándose a su casa.

Dice que "bajó aprisa y con alegría recibió a Jesús". Esta vez no es ni un mendigo ni un enfermo ni un leproso quien va en busca de Jesús. Es un rico. No le gritaba ni le pedía nada concreto. Fue Jesús quien se fijó en él: el corazón de muchas personas es muchas veces tocado por Jesús sin que pidamos nada.

La alegría es la característica con la que recibió a Jesús. ¿Qué descubrió Zaqueo para que la alegría fuese su compañera en el encuentro con Jesús? La conversión queda después del encuentro más que desvelada. Se produjo un cambio interior. Vació todos los bolsillos de su vida ante el Maestro.

Los demás miraban a nuestro Zaqueo como un pecador, Jesús le miraba como una persona. La alegría del rico fue la de agradecerle al Señor que le diese un trato humano y de misericordia.

Supo poner las riquezas exteriores en su sitio para dejar paso a las riquezas del interior. Creció en la solidaridad y en la justicia social. Se dio cuenta que convertirse es descubrirse ante Dios, ante uno mismo y ante los más pobres y débiles de nuestro mundo. Lo novedoso de la Palabra de hoy es que este rico se hizo pobre para hacerse rico. Lo dicho: la salvación empieza por el bolsillo...

En nuestra conciencia nos damos cuenta de la voz de Dios que nos pide ese cambio, ese acercamiento al sacramento del perdón. Son necesarias cinco cosas: examinar la conciencia para ver lo que hemos hecho mal, tener dolor de los pecados y detestarlos, con propósito de no volver a cometerlos, decir los pecados al confesor, y estar dispuestos a reparar y a cumplir la penitencia que nos fuere impuesta.

Es muy sencillo recibir el perdón de Dios y llegar a tener la alegría del corazón, pero hemos de superar dos obstáculos: la soberbia y la pereza. Hemos de estar dispuestos a bajarnos del árbol de nuestra autosuficiencia, en el que tenemos nuestras seguridades, y a vencer la pereza para recorrer los cinco pasos que llevan a las aguas de la salvación.

Señor que me buscas y me esperas, que sólo deseas mi bien, que eres compasivo y rico en clemencia, auméntame la humildad, dame un corazón nuevo. Yo quiero salir a tu encuentro, porque no es sólo mi alegría, es que sé que te doy una alegría, y es fiesta en el cielo, cada vez que acudo a este sacramento.

Fraternalmente, buen domingo

Claudio


Buzón Católico

30 de octubre de 2010

Nuestra Señora de los Remedios

Santísima Madre y Señora nuestra de los Remedios!
Vos que fuiste simbolizada en el misterioso árbol de la vida,
como que habías de ser la Madre de Jesús Redentor
y Autor de nuestra vida divina, y sois la medianera excelsa
por donde recibimos todos los frutos y favores de nuestra redención,
miradnos con piedad, como verdaderos hijos vuestros,
y sed para nosotros el remedio y la salud de nuestra vida.

De la vida espiritual, para que auxiliados bajo vuestro amparo
podamos vivir en caridad perfecta emulando vuestras virtudes
y aspirando a la perfección de nuestro estado,
que nos asegure la dicha de glorificar a Dios eternamente en vuestra compañía.
De nuestra vida espiritual para que, firmes en la fe
y con toda la energía de nuestra naturaleza podamos servir a Nuestro Señor Jesús
y a Vos con mayor fecundidad y eficacia.

Divina Señora y Reina nuestra, rendidamente afectuosos y devotos
os ofrecemos y consagramos esta nuestra salud espiritual,
para que séais en todo tiempo el divino remedio de nuestras
necesidades y aflicciones, enfermedades y fatigas,
y nos dirijáis a todos por el camino de la vida
hasta llegar a la Patria donde os alabaremos por los siglos de los siglos. Amen

Fraternalmente,

Claudio


Patrona de las Enfermeras Argentinas. Imagen la Virgen de los Remedios venerada en México y de la imagen que está en la capilla del Hospital Regional Dr. Enrique Vera Barros de la Ciudad de La Rioja, Argentina.

29 de octubre de 2010

En tí busco mi refugio

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
«Todos los demás buscan sus intereses personales y no los de Cristo Jesús» (Flp. 2, 21)
Tu no pretendes otra cosa que mi salvación y progreso y todo me lo conviertes en bien. Aunque algunas veces me expongas a tentaciones y contrariedades, todo lo ordenas para mi provecho, porque a tus elegidos, los sueles probar de mil maneras, y en estas pruebas yo te debo amar y alabar no menos que cuando tu me colmas de alegrías celestiales.

Por lo tanto, Señor Dios, en tí pongo toda mi esperanza, en tí busco mi refugio, en tí confío todas mis tribulaciones y todas mis angustias, porque todo lo que miro fuera de tí, todo lo veo débil e inconstante.

Porque no me servirán los muchos amigos; ni me podrán prestar ayuda oportuna los sabios más prudentes; ni me consolarán los libros de los doctos; ni habrá riqueza tan elevada que me pueda rescatar y liberarme; ni habrá lugar secreto y apartado que pueda defenderme, si tú, personalmente, no estás presente para asistirme, confortarme, consolarme, instruirme y protegerme.

¡Solo a El sea la gloria! Por siempre.

Fraternalmente,

Claudio

28 de octubre de 2010

Confianza en su fidelidad

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
Confía tu suerte al Señor, y el te sostendrá. (Sal 55, 23)
Señor, ¿cuál es la mayor confianza que debo tener en esta vida? ¿Cuál mi mayor consuelo entre las cosas que se ven bajo el cielo? ¿Acaso no eres tú, Señor y Dios mío, cuyas misericordias no tienen límite? ¿Dónde me fue bien sin tí? O ¿cuándo me fue mal contigo?

Prefiero ser pobre por tí, que rico sin tí. Prefiero ser peregrino en esta tierra contigo, que poseer el cielo sin tí. Donde estás tú, hay cielo; y donde tu no estás, hay muerte e infierno. Tu eres mi anhelo y por eso no cesaré de orar, gemir y clamar en pos de tí.

En una palabra, no puede confiar plenamente en nadie con la absoluta seguridad de que me ayudará oportunamente en mis necesidades. Solo puedo esperar en tí, Dios mío.
Tu eres mi refugio, mi herencia en la tierra de los vivientes. (Sal 142, 6)
Y mi confianza, en todas las circunstancias tu eres el consolador más fiel.

Fraternalmente,

Claudio

27 de octubre de 2010

Cuando quiero hablar con Dios

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!


Fraternalmente,

Claudio

26 de octubre de 2010

Los he llamado con mi gracia

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Hijo, cuídate y no discutas acerca de las cosas del cielo y de lo ocultos juicios de Dios, de por qué uno sea tan abandonado y otro elevado a tan alto grado de gracia, de por qué aquel sea tan afligido y este otro tan altamente ensalzado.

Estas cosas están más allá de toda humana posibilidad y no existe ningún razonamiento ni hay ninguna reflexión suficiente para penetrar los juicios de Dios. Cuando, por lo tanto, el enemigo te sugiera alguna explicación o algunos indiscretos te la pregunten, respóndeles con el dicho del profeta: Tu eres justo, Señor, y rectos son tus juicios (Sal 118, 137) o con estas palabras: Los juicios de Dios son verdaderos y equitativos por su esencia (Sal 18, 10).

Mis juicios deben ser temidos y no discutidos, porque son incomprensibles al entendimiento humano.

Tampoco investigues o discutas los méritos de los santos , quien de entre ellos sea el más perfecto y el mayor en el reino de los cielos.

Estas cuestiones causan con frecuencia contiendas y disensiones inútiles, fomentan la soberbia la vanagloria, de las cuales proceden envidias y divisiones porque uno se esfuerza, presuntuosamente, en ensalzar un santo y otro en preferir a un segundo.

El querer saber e indagar estas cosas no trae ningún provecho, por el contrario, disgusta a los santos, porque yo no soy Dios de discordia, sino de paz (1 Cor. 14, 33) la cual consiste más en la verdadera humildad que en la propia estimación.

Hay algunos que, dejándose llevar por el sentimiento, se vuelcan más hacia unos santos que a otros. Esta es una inclinación humana, más que divina.
Yo soy el creador de todos los santos, yo les di la gracia, yo los llevé a la gloria. Yo conozco los méritos de cada uno y yo me anticipé a ellos con las bendiciones de mi amor (Sal 20, 4). He conocido a mis amados antes de los siglos y los he elegido del mundo y no fueron ellos los que me eligieron a mi (Jn 15, 16-19). Los he llamado con mi gracia y atraído con mi misericordia y los he llevado a través de muchas tentaciones. Les infundí consuelos admirables, les di la perseverancia y coroné su paciencia.
Fraternalmente,

Claudio


La Imitación de Cristo

25 de octubre de 2010

Tiempo de crisis

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Las hubo, las hay y habrá crisis. En este tiempo se refieren a lo económico, y de ahí a lo social afectando a la persona y sus relación con los demás. Pero, ¿qué hay de los hijos de Dios? Jesús nos asegura que buscando el Reino y su justicia, todo lo demás llega añadido, que nuestro Dios y Padre, conoce lo que necesitamos y nos proveerá lo necesario.

Hay un tiempo para todo, nos enseña el Eclesiastés y el tiempo donde más luce la fe, es el tiempo de las crisis, de la prueba, el cual -entendemos bien- no es aquel donde Dios nos oprime para ver si somos fieles, sino cuando nos enfrentamos con la contingencias naturales de la vida, y nos sirve de test para verificar cuanta fe en realidad tenemos. Es que no se trata de adherir a la filosofía cristiana sino de nacer de nuevo a la vida de la gracia, orientar todo nuestro ser en Cristo.

Elegir la mejor parte, es escuchar atentamente a Dios y creerle. Lo curioso es que los grandes dolores de la humanidad tienen su raíz en un gran engaño desparramado entre los cristianos. Sorprende ver cuanto cristianos «creen» que se es más feliz «recibiendo» que «dando», cuando el Señor afirma lo contrario. Por esto, nos recomienda ejercitarnos en la piedad y a tener mucho cuidado en la evolución de nuestra vida.

La raíz de todos los males es el amor al dinero (1 Tm 6, 10) Así aparecen necesidades innecesarias, búsquedas absurdas de un progreso que jamás se alcanza. Vemos entre creyentes increíbles rivalidades y deseos de tratamientos especiales, lo cual es un disparate y una aberración, y se multiplican las crisis.

Si el problema económico -que es real- afecta a la comunidad -porque nos llega a todos- tanto más los conflictos en la Iglesia, por cuanto es donde menos debería suceder o, al menos, donde más rápido deberían resolverse.

Los profesionales expertos en emergencias -lo vimos hace poco en el rescate de los mineros chilenos- nos enseñan a conservar la calma ya que en situaciones difíciles, la lucidez es lo más útil, ya que, haciendo lo correcto, se pueden ganar vidas. Lo mismo podemos aplicarlo al todo de la vida cristiana, poniendo muy especial empeño en conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef. 4, 3).

Sabemos que la fe no es mágica; nuestro vivir la fe debe necesariamente distinguirnos del mundo. Esto es -por supuesto- no ignorar los problemas, sino el modo de verlos y resolverlos. Pensar que Dios no hace nada es lo mismo que ser ateo. Dios nos ama y nos protege, pero ¿que hacemos con la gracia? ¿Qué es para mi un Dios Providente? (Ef 2)

Si sembramos fe, vivimos con le criterios de Dios, confiando en sus promesas, buscando sus Reino, vamos a cosechar vida y vida abundante, pero, si nos dejamos envolver en los criterios del mundo y en el orgullo de sus riquezas, estamos listos. (Gal. 6, 7-8).

El que está en Cristo es una nueva creación; o dicho al revés, si no somos nuevos es porque no estamos totalmente con el Señor, o tal vez, algo nos hizo tambalear. El Espíritu Santo nos recuerda la importancia de unirnos al plan de salvación, firmemente comprometidos con el amor de Dios para el recate de las almas que siguen atrapadas en el error, por no conocer aún a Jesús.

Y nada debe conmovernos ni desviarnos del objetivo de Dios: amar y servir, salvar almas, personas que sufren por culpa del pecado, por causa de la ignorancia y la locura de este mundo. Es bien conocida la frase ocupate de las cosas de Dios, que Dios se ocupará de tus cosas, pero cuidado con el activismo sin amor, porque el pozo de estas crisis es el más difícil de superar.

La solución a toda crisis: vivir para glorificar a Dios; que todos al ver como vivimos, alaben al Padre por Cristo nuestro Señor, en el Espíritu Santo.

Fraternalmente,

Claudio




24 de octubre de 2010

Nuestra verdad y nuestra realidad

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Domingo 30 - Tiempo Ordinario- Ciclo C, Lucas 18, 9 - 14
«El Señor es un Juez que no se deja impresionar por apariencias. No menosprecia a nadie por ser pobre y escucha las súplicas del oprimido. No desoye los gritos angustiosos del huérfano ni las quejas insistentes de la viuda. Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído y su plegaria llega hasta el Cielo. La oración del humilde atraviesa las nubes, y mientras él no obtiene lo que pide, permanece sin descanso y no desiste, hasta que el Altísimo lo atiende y el Justo Juez le hace justicia.» (Ecle. 35, 12 - 18)
Se aprecia en el Antiguo Testamento que el temor de Dios recorría la relación de los hombres con Dios. Esta expresión se repite sin cesar en la Biblia evocando sentimientos de obediencia, de fidelidad, de culto debido a Yahvé. El día de la caída, Adán y Eva, culpables, tiemblan de temor al oír la voz de Dios. Moisés se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios. La Ley del Sinaí fue dada entre relámpagos y truenos para que quedara clara la reverencia y el respeto de los hombres para con Dios. Pero también quedó un cierto temor ante esa Ley, que amenazaba con el castigo a los obradores del mal.

Dos aspectos del temor a Yahvé recorren todo el Antiguo Testamento: el sentido de la trascendencia divina y la conciencia de la propia indignidad del pecador. Sólo Dios es el Santo, el Fuerte, el Todopoderoso, el Rey Soberano. La santidad de Dios en oposición a nuestra miseria de pecadores fue uno de los temas centrales de la predicación de los profetas. Como dirá san Agustín, la gran diferencia entre los dos Testamentos es el paso del temor al amor. El Espíritu Santo, que infunde el espíritu de temor en los hijos de Dios, mueve al amor, no a tener miedo a Dios. Sin embargo, con esta parábola Jesús alerta de que no debemos ser autosuficientes.

El temor del que se habla en el Antiguo Testamento es imperfecto, porque no hemos de evitar el mal por miedo, pero es la condición para tener confianza y obedecer a Dios. El libro del Apocalipsis volverá a insistir en la trascendencia de Dios y en la condena para aquellos que, confiando en la «bondadosidad» de Dios, no hacen lo que Dios desea.

Las Lecturas de hoy continúan la línea de los anteriores domingos: nos hablan de la oración. Esta vez, de una oración humilde. Y al decir humilde, decimos «veraz»; es decir, en verdad... pues -como decía Santa Teresa de Jesús- la humildad no es más que andar en verdad.

¿Y cuál es nuestra verdad? Que no somos nada... Aunque creamos lo contrario, realmente no somos nada ante Dios. Pensemos solamente de quién dependemos para estar vivos o estar muertos. ¿En manos de Quién están los latidos de nuestro corazón? ¿En manos nuestras o en manos de Dios?

El mensaje de la humildad en la oración no sólo se refiere a reconocernos pecadores ante Dios, sino también a reconocer nuestra realidad ante Dios. Nuestra realidad es que nada somos ante Dios, que nada tenemos que El no nos haya dado, que nada podemos sin que Dios lo haga en nosotros. Esa «realidad» es nuestra «verdad».

Entonces ... ¿cómo podemos ufanarnos de auto-suficientes, de auto-estimables, de auto-capacitados?

Al reconocernos creaturas dependientes de El, podremos también darnos cuenta que debemos estar atenidos a sus leyes, a sus deseos, a sus planes para nuestra vida. Podremos darnos cuenta que nuestra oración debe ser humilde, «veraz», reconociéndonos dependientes de Dios, deseando cumplir sus planes y no los nuestros, buscando satisfacer sus deseos y no los nuestros. Falta agregar que los planes y los deseos de Dios, aunque nos cueste aceptarlo, son mucho mejores que los planes y deseos nuestros.

Entonces, ante esta verdad-realidad del ser humano, nuestra oración debiera una de adoración. Y … ¿qué es adorar a Dios?

Es reconocerlo como nuestro Creador y nuestro Dueño. Es reconocerme en verdad lo que soy: hechura de Dios, posesión de Dios. Dios es mi Dueño, yo le pertenezco. Adorar, entonces, es tomar conciencia de esa dependencia de El y de la consecuencia lógica de esa dependencia: entregarme a El y a su Voluntad.

Fraternalmente,

Claudio

23 de octubre de 2010

Nuestra Señora de Belén

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Madre Santa de Belén, hija amada de Dios Padre,
ayúdanos a ser buenos cristianos,
creciendo como testigos fuertes de la fe.
Madre de Jesús, a quien tienes en tus brazos
ayúdanos a llevarlo a todos los hermanos
especialmente a los pobres, enfermos y sufrientes,
siendo heraldos de la esperanza.
Virgen de la Casa del Pan,
Esposa del Espíritu Santo,
consíguenos el don de la caridad,
para ser constructores de la unidad,
en la justicia, el trabajo y la paz.
Madre de Belén, bendice nuestras vidas,
llévanos al cielo. Amén

~·~·~

Nuestra Señora de Belén - Madre de los Pobres
Departamento Belén - Diócesis de Catamarca (Argentina)


Fraternalmente,

Claudio

22 de octubre de 2010

Le he prestado la mano a Jesús

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Le he prestado la mano a Jesús, el quería escribir de su luz
y es por eso me olvido de mi y lo dejo que escriba,
me hago a un lado y lo dejo seguir, es hermoso mirarlo escribir
y me niego a mi mismo y conviene que guarde silencio

Porque puedo aprender de las cosas que tiene sentido
y nos sirven de mucha experiencia que uno a vivido
¡Oh Señor! pon tu letra en tu son, pon tus dichos en esta canción
Hace falta escucharte otra vez, para sentirse vivo

Y me sigo dejando llevar, no querría que hubiese un final
y es que cada palabra que escribe me llena la vida
el Jesús que una vez conocí, se ha quedó conmigo a vivir
yo no cambio por nada del mudo esta gran alegría

Porque puedo aprender de las cosas que tiene sentido
y nos sirven de mucha experiencia que uno a vivido
¡Oh Señor! pon tu letra en tu son, pon tus dichos en esta canción
Hace falta escucharte otra vez, para sentirse vivo..!


Fraternalmente,

Claudio

21 de octubre de 2010

No extingan la acción del Espíritu

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Lucas 12, 49-53


Vine a traer fuego. ¿Será necesario pensar que el fuego refiere a algo preciso como sería el amor o el Evangelio o el don del Espíritu Santo? Mejor nos quedamos con la figura del fuego que purifica, que quema todo lo viejo, que da calor y fomenta la vida.

Los símbolos del Espíritu Santo: el fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo
(Catecismo de la Iglesia Católica, 696).

Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección... Solamente cuando ha llegado la hora en que él va a ser glorificado, Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres: el Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre...

Espíritu Santo, sinónimo de dones y carismas, de vida, de conversión, de crecimiento. El Papa Pablo VI, el 16 de Octubre de 1974, nos subraya el papel de los carismas en la evangelización.
«Pero ahora yo diría que la curiosidad -pero es una curiosidad muy legítima y muy hermosa- se fija en otro aspecto. El Espíritu Santo cuando viene otorga dones. Conocemos ya los siete dones del Espíritu Santo. Pero da también otros dones que ahora se llaman, bueno, ahora... siempre se han llamado carismas. ¿Que quiere decir carisma? Quiere decir don: quiere decir una gracia. Son gracias particulares dadas a uno para otro, para que haga el bien. Uno recibe el carisma de la sabiduría para que llegue a ser maestro; y otro recibe el don de los milagros para que pueda realizar actos que, a través de la maravilla t la admiración, llamen a la fe, etc.

Ahora, esta forma carismática de dones que son dones gratuitos y de suyo no necesarios, pero dados por la sobreabundancia de la economía del Señor, que quiere a la Iglesia más rica, más animada y más capaz de auto-definirse y auto-documentarse, se denomina precisamente «la efusión de los carismas». Y hoy se habla mucho de ello. Y, habida cuenta de la complejidad y la delicadeza del tema, no podemos sino augurar que vengan estos dones, y ojalá que con abundancia. Que además de la gracia haya carismas que también hoy la Iglesia de Dios puede poseer y obtener.

El Señor dió esta, llamemosla gran lluvia de dones, para animar a la Iglesia, para hacerla crecer, para afirmarla, para sostenerla. Y después la economía de estos dones ha sido, diría yo más discreta, más... económica. Pero siempre han existido santos que han realizado prodigios, hombres excepcionales que han existido siempre en la Iglesia. Quiera Dios, que el Señor aumentase todavía más una lluvia de carismas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la Iglesia, y capaz de imponerse incluso a la atención y al estupor del mundo profano, del mundo laicizante.»
Este deseo del Papa, se ve abundantemente cumplido por todas partes.

Fraternalmente,

Claudio



Extraído del libro «Vengo a Sanar» escrito por el Padre Darío Betancourt

20 de octubre de 2010

Ten calma contigo mismo

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Hijo, me agradan más la humildad y la paciencia en la adversidad que la mucha satisfacción y devoción en la prosperidad.

¿Por qué te entristeces por cualquier pequeña cosa que se diga contra tí? No deberías inquietarte aunque ella fuera mayor. Dejala perder; no es la primera, nos es nueva, ni será la última, si vas a tener una larga vida.

Eres valeroso cuando no te llega ninguna contrariedad. Hasta sabes dar buenos consejos e infundir ánimo a otros con palabras, pero apenas se presenta a tu puerta una tribulación inesperada, consejo y valor se acaban.

Considera por lo tanto tu gran fragilidad que con frecuencia estás constatando hasta en las mínimas circunstancias y ten presente que estas cosas y otras semejantes te suceden para tu salvación.

Aléjalas como mejor puedas del corazón y si llegan a golpearte no te desalientes ni te dejes abatir por largo tiempo. Aguántalas por lo menor con paciencia, si no lo puede hacer con alegría.

Aunque oigas algo contra tí y te sientas irritado, modérate y no dejes salir de tus labios ninguna palabra inconveniente que pueda escandalizar a los simples. Pronto la excitación que se había desatado en tu corazón se aplacará y el sufrimiento interior se dulcificará con el retorno de la gracia.

¡Aún vivo -dice el Señor- (Is 49, 18) y estoy dispuesto para ayudarte y consolarte más de lo acostumbrado si confías en mí y me invocas con fervor. Ten buen ánimo (Bar 4, 30) y prepárate para soportar cosas mayores. No creas que todo sea inútil si te ves muchas veces atribulado y gravemente tentado.

Eres hombre y no Dios; eres de carne y no de espíritu angélico. ¿Cómo podrías mantenerte siempre en un mismo estado de virtud cuando no lo estuvieron el ángel en el cielo ni el primer hombre en el paraíso?

Yo soy el que restituyo la dicha a los afligidos (Job 5, 11) y a los que reconocen su debilidad los elevo a las alturas de mi divinidad.

Señor, bendita sea tu palabra, dulce para el oído más que la miel y el jugo de panales (Sal 18, 11) para la boca. ¿Qué haría yo, rodeado de tantas tribulaciones y angustias, si tu no me animaras con tus santas palabras? Con tal de llegar al puerto de la salvación, que me importa lo que habré sufrido y soportado?
Concédeme Señor, un término feliz, otórgame un venturoso traspaso de este al otro mundo. Acuérdate de mí, Dios mío (Neh 13, 22) y llévame a tu reino por el camino más recto. Amén.
Fraternalmente,

Claudio

19 de octubre de 2010

Crisis de amor

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Donde el amor está ausente se manifiesta invariablemente la cultura de la muerte en todos sus aspectos. Existen muchos conflictos, dramas, necesidades en el mundo, pero nada más grave como la falta de amor. Lo grotesco es cuando se confunde el amor auténtico con las más bajas pasiones, con egoísmos criminales, con la presunción de ser libres, pero sólo para practicar el mal porque no se sabe como practicar el bien. Los antiguos griegos llamaban a este tipo de amor bastardo«eros» de donde deriva la palabra erótico. Dios nos dice que cuando hacemos estas cosas, somos «sabios para lo malo e ignorantes para el bien» (Jr 4, 22)

¿Cómo prometerse, entonces, un país civilizado, en plena evolución, en crecimiento constante, en el que todos tienen derecho a vivir del trabajo y no de la usura, ni de la violencia histérica del poder ni del abuso de la autoridad, ni de justicia esencialmente injusta? Y este espíritu de muerte se filtra en todo el cuerpo de la sociedad como un virus capaz de producir la muerte por epidemia, porque lo vemos por todas partes, lo escuchamos, y tantas veces ¡lo sufrimos!

Cuando se habla de este modo, enseguida surge la palabrita mágica con la cual presumimos echar abajo todo lo que se dice en este sentido: «esto es elitismo». Como si proponer todo aquello que conviene a la naturaleza humana fuera hacer elitismo y como si ellos mismos no estuvieran creando una élite de basura, con la exclusión de todo lo bueno, o sea, lo que damos a los demás eso deber basura para no caer en el elitismo.

Pero las consecuencias no paran, que lo digan los que han sufrido atropellos y abusos de una justicia grotesca que se burla de los derechos humanos más elementales, aquellos padres y madres que han visto muertos a sus hijos e hijas por una negligencia, por un acto criminal, por robarles una bicicleta o una monedas o porque si. Cada día hay drogados y delincuentes más jóvenes, hasta niños, producidos por una sociedad peligrosamente enferma.

Todo esto nos señala un imperativo cada día más creciente: la necesidad de volver al amor que es verdad y que nos hace libres, que nos convierte en seres humanos y no en seres atrofiados, enfermos y desquiciados.

Dios, que conoce nuestras tendencias más peligrosas y suicidas que conducen invariablemente a esta cultura de muerte, nos ha dado todo lo que necesitamos para hacer frente a esta dolorosa realidad de la sociedad contemporánea. Ella se considera «moderna» a la «altura de los tiempos que han cambiado tanto», pero olvidan que son tan antiguos y rancios como el primer pecado del hombre.

Dios nos ha dejado el amor en persona, que es la fuente de todo amor verdadero posible, que es la persona del Espíritu Santo. Por eso el Papa Juan Pablo II nos había dicho «¿De quien es la victoria?» y respondió «De aquel que haya sabido acoger el Don»

Católicos, cristianos, nosotros lo hemos recibido desde el bautismo pero, ¿todos nosotros lo hemos sabido aceptar en nuestra vida práctica o acaso seguimos en la ignorancia del Don que Dios nos ha dado, por ponernos a participar de esta cultura de muerte?

Atención, porque si esta antorcha del amor no brilla en nosotros con toda su fuerza, no podremos encender a los otros, que tanto lo necesitan: encenderlos en el fuego del amor que es el Espíritu de Dios que nos ha dado el Padre y el Hijo, fuente de todo amor, de todo cambio profundo, de toda transformación y de toda vida auténtica.

Fraternalmente,

Claudio

18 de octubre de 2010

De tu mano recibí la cruz

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19, 16). Si quieres conocer la verdad, cree en mí. Si quieres ser perfecto, vendo cuanto tienes (Mt 19, 21). Si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo (Lc 9, 23; 14, 27. Mt 16, 24). Si quieres alcanzar la vida eterna, desprecia la presente. Si quieres ser ensalzado en el cielo, humillate en la tierra. Si quieres reinar conmigo, lleva conmigo la cruz. Porque solo los siervos de la cruz hallan el camino de la felicidad y de la luz verdadera.

Señor Jesús, ya que tu vida fue dura y despreciada por el mundo, concédeme que te imite en el desprecio del mismo mundo.

El discípulo no está sobre el maestro, ni el siervo sobre su Señor (Mt 10, 24). Que tu siervo se ejercite en la escuela de tu vida porque en ella está mi salvación y la verdadera santidad. Lo que lea u oiga fuera de ella no me fortalece ni me deleita plenamente.

Hijo, estas cosas las conoces y las has leído. Serás bienaventurado si las pones en práctica. El que conoce mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama... y yo lo amaré y me manifestaré a él (Jn 14, 21) y lo haré sentar conmigo en el reino de mi Padre (Ap 3, 21).

Señor Jesús, que se haga del mismo modo que dijiste y prometiste y que yo alcance a merecerlo. De tu mano recibí la cruz. Si, la recibí y la llevé y la sobrellevaré hasta la muerte como tu me la pusiste sobre los hombros. En verdad, la vida del buen religioso es una cruz, pero ella lleva al paraíso.

Adelante hermanos! marchemos juntos, Jesús estará con nosotros! Por amor a Jesús hemos tomado esta cruz; por amor a Jesús, perseveraremos en ella. El será nuestro auxilio porque nos guía y acompaña.

He aquí que nuestro Rey caminará delante de nosotros, el peleará a favor nuestro (Neh 4, 20). Sigámosle con ánimo esforzado; que nadie se acobarde por las dificultades. Estemos decididos a sucumbir en la lucha para no manchar nuestra gloria (1 Mac 9, 10) huyendo de la cruz.

Fraternalmente,

Claudio


La Imitación de Cristo

17 de octubre de 2010

Pide, busca y tu corazón se ensanchará

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Domingo 29º - Tiempo Ordinario - Ciclo C / Lucas 18, 1-8

Jesús nos recuerda que «es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). Enseña con sus obras y con las palabras. Santa María es modelo de oración, también de petición. En Caná de Galilea es capaz de avanzar la hora de Jesús, la hora de los milagros, con su petición, llena de amor por aquellos esposos y llena de confianza en su Hijo.

Nos cuesta tener presencia de Dios, precisamente porque no tenemos esa costumbre. Pero, con el tiempo y el interés, puede llegar a ser en nosotros algo tan continuo como el respirar. Como el perro adiestrado mira una y otra vez a su amo antes de hacer cualquier cosa, para saber dónde se encuentra. Como la presencia del amado o de la amada ausente en el día y en la noche del amante. Su ausencia provoca una presencia que llena el pensamiento, que lo atrae como un imán, continuamente.

En los evangelios se ve cómo Jesús con frecuencia alababa a su Padre. Hoy nos insiste en que hemos de rezar de modo habitual. San Pablo concretará incluso: En resumen, sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios (1 Co 10,31). De una u otra manera, Dios ha de ser el punto de referencia siempre. No porque se le tema, ni sólo para pedirle ayuda cuando truena, sino como el amado a quien se recuerda frecuentemente y se le llama por teléfono. El día de nuestro cumpleaños sabemos quién nos quiere: el que se acuerda de nosotros. Recordar así a alguien es amarle. También a Dios.

Esta presencia habitual de Dios nos evitará muchas preocupaciones y ligerezas a la hora de hablar; y dará tono sobrenatural a todo lo que hagamos. ¡Podemos hacer tantos actos de amor y desagravio a lo largo del día!, tantas jaculatorias que suban como flechas encendidas de amor hasta Dios y la Santísima Virgen. Dios nos ama aunque no nos demos cuenta. Es la gran realidad. Por eso no puede ser el gran ausente, sino el gran amado, cuyo recuerdo atrae, cuya presencia llena el corazón y el día entero.

Santa Teresa de Calcuta, reflexionando sobre este evangelio dice:
«Ama orar. Siente a menudo la necesidad de orar a lo largo del día. La oración dilata el corazón hasta que éste sea capaz de recibir el don de Dios que es él mismo. Pide, busca, y tu corazón se ensanchará hasta el punto de recibirle, de tenerle en ti como tu bien.

Deseamos mucho orar, pero después, fracasamos. Es entonces cuando nos desanimamos y renunciamos. Si quieres orar mejor, debes orar más. Dios acepta el fracaso, pero no quiere el desánimo. En la oración cada día más quiere que seamos como niños, cada vez más humildes, cada vez más llenos de agradecimiento. Quiere que tengamos presente que todos pertenecemos al cuerpo místico de Cristo, en el que la oración es perpetua.

En nuestras oraciones debemos ayudarnos unos a otros. Liberemos nuestros espíritus. No hagamos largas oraciones, que no se acaban nunca, sino más bien breves, llenas de amor. Oremos por los que no oran. Acordémonos que el que quiere poder amar, debe poder orar.»
Señor, sé que tu presencia continua es un don que me das sin merecerlo. Pero también es cierto que he que buscarte. Yo procuraré esforzarme por elevar mi corazón hacia Ti en tales y cuales ocasiones.

Fraternalmente,

Claudio


Jesús Martinez García

16 de octubre de 2010

Mi mamá se llama Ramón..!

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

A Pablito, le preguntaron en la escuela el nombre de su mamá y él contestó: Ramón, lacónicamente. Esta historia, que parece ser tan común en un mundo globalizado me da pié para publicar esta reflexión de José Carlos Areán, Capellán del R.C. Celta – Vigo.
Dos leonas no hacen pareja. Dos gatos, tampoco. No pueden aparearse. Para ello tendrían que ser de distinto sexo y de la misma especie. Son cosas de la zoología. No es producto de la cultura hitita, fenicia, maya, cristiana o musulmana. Por supuesto no es un invento de la Iglesia.

Muchos siglos antes de que Jesús naciera en Belén, el Derecho Romano reconocía el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer. Después ellos se divertían con efebos, que para eso estaban, para el disfrute. La esposa era para tener hijos.

La palabra matrimonio procede de dos palabras romanas: "matris" y "munio". La primera significa "madre", la segunda "defensa". El matrimonio es la defensa, el amparo, la protección de la mujer que es madre, el mayor y más sublime oficio humano.

Cada palabra tiene su significado propio. Una compraventa gratuita no es una compraventa, sino una donación.

Llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo me parece como poco serio. Jurídicamente, un disparate. De carcajada. Que le llamen "homomonio", "chulimonio", "seximonio", lo que quieran, todo menos matrimonio, que ya está inventado hace tiempo. Nadie llama tarta de manzana a la que está hecha de peras.

Lo curioso es que cuando dices cosas como estas, algunos te miran como extrañados de que no reconozcas la libertad de las personas. Y por más que les dices que sí, que respeto la libertad de todos, que cada uno puede vivir con quien quiera, incluso con su perro, pero que eso no es un matrimonio, van y me llaman intolerante.

No sé lo que harán los parlamentarios españoles a la hora de votar. Son políticos, no juristas. Votarán por razones políticas, no según Derecho. Las consecuencias son graves.

Si un varón tiene derecho a casarse con otro varón y una mujer a hacerlo con otra mujer, ¿le vas a negar el derecho a un hermano a casarse con su propia hermana? ¿O a un padre a hacerlo con su hija? ¿No tienen el mismo derecho?

La sociedad se quiebra. Huele a podrido. Como en Dinamarca.
Fraternalmente,

Claudio

15 de octubre de 2010

Como El

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Hijo, podrás transformarte en mi en la medida que salgas de ti. Como la falta de deseos de cosas exteriores produce la paz interior, del mismo modo el renunciar interiormente a si mismo engendra la unión con Dios.

Quiero que, en adhesión a mi voluntad, aprendas la abdicación total de tu ser, sin objeciones y sin quejas. Sígueme (Mt. 9, 9), Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn. 14, 6). Sin camino no se puede andar, sin verdad no se conoce, sin vida no se vive. Yo soy el camino que debes recorrer, la verdad que debes creer, la vida que debes esperar.

Yo soy el camino que no se debe dejar, la verdad que no engaña, la vida que nunca acaba. Yo soy el camino más derecho, la verdad suprema, la vida verdadera, la vida bienaventurada, la vida increada.

Si permaneces en mi camino, conocerás la verdad y la verdad te hará libre (Jn. 8, 32) y así alcanzarás la vida eterna.

Fraternalmente,

Claudio


La Imitación de Cristo

14 de octubre de 2010

Milagros y prodigios ¿por qué no creemos?

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre

Es indudable que en un mundo donde abundan los charlatanes de turno es necesaria la prudencia sobre ciertos milagros y prodigios para no aventar juicios que luego chocan contra la realidad. La Iglesia lo sabe y por ello es tan cautelosa en aprobarlos. Sin embargo, también tenemos que respetar lo que esta revelado y no oponernos a ello, por razones estrictas de fe. Jesús dijo a una persona que tenía pensamientos propios y no de Dios «¡Apártate de mi Satanás! Escándalo eres para mi» (Mt 16, 23)

Entonces resulta grotesco hablar despectivamente de los milagros y prodigios y de las verdaderas maravillas que Dios hace en las almas, afirmando que estos milagros nos aniñan e invalidan como seres humanos o que son inútiles y no necesarios. Pero he aquí que la palabra de Dios nos habla de la eficacia de los prodigios y milagros (Rm 15, 18-19) y que además son características de un apostol junto con la paciencia en los sufrimientos (2 Co 12, 12).

Jesús los ha mandado hacer. Entonces no seamos ligeros al hablar de ellos. Corremos el riesgo de negar y ocultar la Palabra de Dios y avergonzarnos de Cristo. Llena está la Escritura de la invitación que nos hace Jesús para participar de su propio poder y de hacer, en el poderoso nombre de Cristo, toda clase de prodigios y milagros. Más aún, se nos revela que la misma fe esta apoyada en el poder de Dios y no en la sabiduría de los hombres (1 Co 2, 5), pero nosotros queremos obrar en la práctica con la sabiduría de los hombres, más que con el poder de Dios.

La primera consecuencia que se sigue de ello es carecer por completo de la experiencia viva de la fe, es decir del poder de Dios. Es cuando negamos los prodigios y milagros y sentenciamos que no se dan más. Hay algo más grave aún: damos muestras de ser lo que la Escritura llama «hombres naturales» porque estos no comprenden las cosas que son del Espíritu de Dios (1 Co 2, 14); en estos casos, no sería de extrañar que el Espíritu Santo seguirá siendo un Gran Desconocido y no tuviéramos ni noticia de sus preciosos y abundantes carismas con los cuales hacemos estas cosas en su nombre y se edifica la Iglesia, según los planes de Dios.

Pero al hacerlo como a nosotros se nos antoja, nos constituimos en hijos rebeldes (Is 30, 1); una persona es rebelde, precisamente cuando sigue sus propios pensamientos y no los de Dios (Is 65, 2). Hay milagros y prodigios que son de Dios. Los debemos reconocer y aceptar e incluso obrar en su nombre. También están los que son del espíritu del error, pero el Señor nos ha dado el carisma de discernimiento para distinguir perfectamente una cosa de la otra.

El máximo milagro entonces es que nos convirtamos: la verdadera y más preciosa resucitación de los muertos a la vida plena en Cristo Jesús. Ello supone tener la mente de Cristo y no la nuestra, a la cual el Señor nos pide que renunciemos, pues todo se hace vida en El cuando morimos a nosotros mismos.

Fraternalmente,

Claudio


de Editorial Kyrios

13 de octubre de 2010

Prejuicios que quieren anular las profecias

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre

Está claro que la profecía es un carisma del Espíritu Santo. Que es «cimiento de la Iglesia» junto con el cimiento apostólico (Ef. 2, 20). Se nos ha revelado que a este carisma «debemos aspirar especialmente» después de la caridad (1 Co. 14, 1). Se nos ha revelado desde el Antiguo Testamento: «Vuestros hijos y vuestras hijas (que somos todos nosotros y los hijos e hijas de nuestros hijos e hijas) profetizarán» (Jl 3, 1). Jesús mismo nos dice que somos profetas mayores que los del Antiguo Testamento y que Juan el Bautista (Mt 11, 7-11) También nos dice hablando del Espíritu Santo:«Escuchas su voz», pues es el que nos conduce «a la verdad completa» y «nos habla de cosas futuras»

A pesar de todos estos textos que pertenecen a la revelación y al depósito de la fe; a veces, se tiene terror a una profecía, porque muchos suponen que se trata de una «nueva revelación» o que tiene que ser necesariamente una «novedad», «algo extraño» y como «ajeno a la Iglesia» o que se pone en peligro el depósito de la fe o que no son necesarias, como así tampoco los carismas, porque «basta la fe».
En la Iglesia hay espíritus mezquinos que por negar los falsos profetas niegan la profecía en la Iglesia - San Ireneo
Todos debemos tener en cuenta que según las Escrituras la profecía es la revelación de siempre, contenida en el depósito de la fe, pero expresada con la fuerza y la oportunidad del Espíritu Santo, para un momento determinado de la vida del cristiano y según las necesidades de la Iglesia.

El profeta auténtico dirá a voces, con el poder del Espíritu, la verdad que está revelada y ha sido olvidada o incluso despreciada o sepultada. Cuando anuncia las cosas por venir, eso mismo corresponde al depósito de la fe, en el que se nos ha revelado públicamente por Jesucristo, el rol del Espíritu Santo en la Iglesia. De igual manera pertenece al depósito de la fe que los carismas son para edificar la Iglesia.

Que «nos basta la fe» y «no necesitamos milagros, ni maravillas ni carismas» han sido los prejuicios que han sido rechazados en la discusión de los carismas por el Concilio Vaticano II. Lo que contiene el depósito de la fe, que es toda la verdad revelada hasta el último de los apóstoles, no invalida ni lo más mínimo lo que la Revelación nos dice. Porque así como no termina la Iglesia con el último de los apóstoles -sino que continúa hasta el fin de los siglos- del mismo modo lo que ha sido revelado continúa a través del tiempo hasta el final.

La Revelación no ha muerto, está viva y goza de buena salud, en todos los tiempos donde haya fe como una granito de mostaza.

Fraternalmente,

Claudio



Editorial Kyrios

12 de octubre de 2010

La eficacia de la gracia divina

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Señor y Dios mío que mes has creado a tu imagen y semejanza, concédeme esta gracia que me demostraste ser tan grande y tan necesaria para la salvación, para que con ella pueda vencer mi pésima naturaleza que me arrastra a los pecados y a la perdición.

Porque, en mis miembros, yo siento, contraria a la ley de mi razón, la ley del pecado (Rom 7, 23) que me esclaviza y, con frecuencia, me incita a obedecer a los sentidos y no puedo enfrentarme a sus pasiones si no me asiste tu santísima gracia, oportunamente infundida en mi corazón.

¡Oh gracia muy bendita que conviertes en lleno de virtudes al pobre espíritu y en rico de muchos bienes al humilde corazón! Ven, desciende a mí, cólmame desde la mañana con tus consuelos, para que mi alma no desfallezca de cansancio y aridez de espíritu.

Te suplico Señor, que yo encuentre gracia a tus ojos. Tu gracia me basta (2 Cor 12, 9) aunque no obtenga nada de lo que la naturaleza desea. Mientras esté conmigo tu gracia, aunque sea tentado y angustiado por muchas tribulaciones, no tendrá miedo de ningún mal.

Ella es mi fortaleza, ella me aconseja y me ayuda. Tu gracia es más poderosa que todos los enemigos y más sabia que todos los sabios. Ella es maestra de verdad, regla del buen vivir. Ella ahuyenta a la tristeza, suprime al temor, alimenta a la piedad y hace brotar las lágrimas.

¿Qué soy yo sin la gracia, sino un madero seco o una rama inútil, que para nada sirve sino para ser tirado?

Que tu gracia, Señor, continuamente me preceda y me acompañe y me conceda estar siempre pronto a obrar, por Jesucristo, tu Hijo. Ameń.

Fraternalmente,

Claudio

La Imitación de Cristo

11 de octubre de 2010

La proclamación del evangelio

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Leemos la siguiente pregunta: He oído decir que para ser verdadero discípulo de Jesús no es necesario proclamar demasiado el evangelio sino que son suficientes sus obras, que impregnan de sentido cristiano todo lo que aquel hace y su buen ejemplo que ilumina a todos. Me parece que hay una contradicción en todo esto. ¿Que me pueden decir ustedes?

No se puede dar auténtico testimonio y menos de lo que creemos que es una obra nuestra exclusiva («suficiente»), si nos olvidamos de proclamar el evangelio.

1 - Las obras que dan testimonio son las que brotan de la fe, pero la fe nos exige ser obedientes a Cristo quien nos mandó expresamente proclamar el Evangelio. Sin esta fe ni siquiera agradamos a Dios y estamos presumiendo que las obras son suficientes.

2 - Cuando centramos el poder de la evangelización y la inculturación del evangelio exclusivamente en nuestras obras ni siquiera estamos obrando con fe, que se apoya enteramente en el poder de Dios (1 Co 2, 5) y no en nuestra sabiduría ni en nuestros criterios personales. Estaríamos pues contradiciendo el fundamento de nuestra fe.

3 - No podemos negar ni afirmar nada que no este fundamentado, como nos dice el Concilio Vaticano II: en la Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, ni ponernos por encima de la Palabra de Dios (Dei Verbum 10), pues si queremos ser discípulos, debemos tener la mente de Cristo (1 Co 2, 16) y revestirnos de sus sentimientos (Flp 2, 5) y morir a nosotros mismos.

4 - Si el Señor nos ha mandado proclamar el Evangelio con el poder del Espíritu Santo y hacer discípulos a todas las gentes, lo que nos compete como verdaderos discípulos es ante todo y sobre todo obedecer sus mandatos, pero no lo podremos hacer sin el Espíritu Santo (1Pe 1, 2). De lo contrario no sólo no seríamos sus discípulos sino hijos rebeldes (Is 30,1 y 65, 2)

5 - Si somos rebeldes no podemos edificar la Iglesia, aunque pensemos temerariamente que estamos dando buen ejemplo con nuestras obras.

6 - Jamás proclamaremos «demasiado», pues debemos hacerlo «oportuna e inoportunamente» como nos dice San Pablo: «proclama el evangelio a tiempo y a destiempo» (2Tm 4, 2). Es palabra de Dios revelada y no la podemos contradecir como se hace en aquella afirmación.

7 - No podemos exhibirnos como modelos al mundo y creer que gracias a lo bueno que somos la gente se convertirá. Nuestro modelo es Cristo a quien todos estamos obligados a imitar y sentirnos siervos inútiles cuando hallamos hecho todo lo que nos mandó. Pero parece que no se quiere hacer todo lo que nos mandó como es proclamar el Evangelio, pues son «suficientes» las buenas obras. En realidad, eso es sentirse un siervo útil, ejemplar, modelo de los modelos y no condice esto con el Espíritu del Evangelio y en cambio, fomenta nuestro orgullo.

8 - Afirmar estas cosas sin hacer discernimiento alguno es acercarnos temerariamente al pelagianismo* que cifra toda su fe y sus méritos en el ejercicio de las virtudes y de las obras. Esta doctrina ha sido condenada por la Iglesia hace más de quince siglos.

9 - No se conoce que en la doctrina católica se hable de dar primacía a nuestros criterios sobre lo que nos ha sido revelado.

10 - Juan Pablo II ha dicho a toda la Iglesia que la misión no depende de las capacidades humanas, sino de la fuerza del Resucitado. Mis obras no son suficientes si no nacen de la fe.
«Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tuviera al Espíritu de Cristo no sería de Cristo (...) Pues todos aquellos a los que guía el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios» (Rm 8, 9 y 8, 14)
Necesito -entonces- ser impregnado de Cristo por el Espíritu, como es el plan de Padre, para ser auténtico cristiano e hijo de Dios y renunciar a mi mismo que es la condición revelada por Cristo para ser su discípulo.

Fraternalmente,

Claudio


N.R.: * El pelagianismo recibe su nombre de Pelagio y designa una herejía del siglo quinto, que niega el pecado original y la gracia de Cristo.

10 de octubre de 2010

Saber ser agradecidos

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Domingo 28º, tiempo ordinario, ciclo C - Lucas 17, 11-19

La Palabra de hoy toca el tema del agradecimiento. Un tema más que delicado en un mundo lleno de tormentos y de dolor de todo tipo.

Un elemento fundamental en las curaciones cristianas (no me refiero sólo a la salud física) es la compasión. Sentir con el otro sus propios sufrimientos es una gracia que las personas que la tienen se convierten en seres humanos de gran calidad en el amor hacia los que le rodean. Por desgracia, la compasión no es algo que se pueda aprender en los libros. Se es compasivo en la medida en que nos acercamos adecuadamente a Dios, con limpieza de corazón y mirada solidaria.

Jesús les manda ir a los sacerdotes para cumplir lo que prescribía la ley (Lev 13,45-46 14,2-7). No les dice explícitamente que serán curados. Muchas veces en la vida de las personas sucede algo parecido. Emprendemos un camino a nuestras tradiciones y seguridades y en el camino somos transformados. Esto sucede cuando somos capaces de no estancarnos en situaciones que pueden alejarnos de la misericordia.

El Señor nos llama siempre a ponernos en camino hacia muchas situaciones de la vida. El Evangelio está lleno de situaciones y de parábolas donde el camino y los caminantes son transformados como los de hoy. El Señor no hizo el milagro en el mismo momento sino que ellos se fiaron de su Palabra y fue esa confianza en Dios quién obró el milagro. Se pusieron en camino y su vida quedó sanada.

Los cristianos tenemos que hacer constantemente el ejercicio de caminar en la salvación que Jesús nos trae. Tengo que ponerme en camino hacia mí mismo, hacia mis temores, mis complejos, mis seguridades, mis frustraciones... Pero no lo tengo que hacer por sólo un impulso personal o particular. Mi vida tiene que estar constantemente delante de Dios y será Él quien me diga hacia dónde me tengo que dirigir; será el Maestro quién te indique qué hacer y el camino a seguir. No en vano Él ha dicho que es el camino.

Hay personas que se desesperan porque hay momentos en su vida que no saben qué hacer ni cómo hacer para quedar mejorados por el Señor. Ante estas situaciones lo preferible es esperar, esperar en el Señor. Tenemos que ir aprendiendo el ritmo de Dios que es distinto al nuestro. Nosotros nos movemos en las prisas de la cárcel del tiempo. Dios está en la libertad de la eternidad. Cuando Él nos propone algo se fija no sólo en nuestras horas humanas, en lo que necesitamos en ese momento, sino también en lo que necesitamos para la eternidad. Entender esto de manera vital es tener una gran confianza y esperanza constante en Dios.


Uno de ellos al verse sanado, regresó alabando a Dios a grandes voces. No llegó a su destino. En el camino la Palabra le curó y dio la vuelta y volvió al origen, no a la meta, para dar las gracias. La curación le vino en el camino.

Muchas curaciones de todo tipo se dan en la vida (el camino). Día a día Dios hace en nosotros la obra buena y tenemos que ser conscientes de las gracias que Dios va derramando en nuestras vidas para lograr nuestra total y definitiva sanación. ¿Cuáles son los elementos que Dios pone en nuestro camino para colaborar en nuestra completa felicidad?

  • La Palabra.
  • Los sacramentos.
  • El encontrar en el camino de nuestra vida personas determinadas que nos ayudan a crecer y transformar nuestro interior.
  • Situaciones que nos acercan más a Él, aunque en un primer momento no lo entendamos.
  • La capacidad de reflexión y de compasión.
  • El sentido común, la solidaridad, el compromiso por los más pobres y necesitados...

Sólo uno de ellos volvió para darle las gracias a Jesús. Experimentó la mano sanante de Dios en su vida y lo primero que hizo fue dar las gracias a su sanador.

Hay personas que piensan que las desgracias que les suceden proceden de Dios. Dicen cosas como «Con lo bueno que yo he sido, ¿cómo Dios me ha enviado esta desgracia...?» Ven en Dios el hacedor de las desgracias cuando es precisamente lo contrario: el creador y repartidor de las gracias.

De los otros nueve leprosos nunca más se supo. Siguieron su camino sanos pero no supieron volverse a su Médico para decir gracias. Ya saben ustedes que ser desagradecidos es una de las limitaciones del ser humano que sólo se puede superar con un corazón limpio y generoso.

Fraternalmente,

Claudio



buzón católico

9 de octubre de 2010

Inclinaciones opuestas - Ultima parte

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
La naturaleza se complace en contar muchos amigos y parientes, se enorgullece de su noble alcurnia y nacimiento, satisface a los poderosos, adula a los ricos y aplaude a los que son iguales.

La gracia no procede de esta manera. Ella ama aún a los enemigos y no se envanece de los muchos amigos; no da importancia al lugar de origen o al linaje del cual desciende, a menos que en ello no haya una virtud mayor. Favorece más al pobre que al rico, simpatiza más con el inocente que con el prepotente, prefiere la compañía de los sinceros que la de los hipócritas, exhorta siempre a los buenos para «aspiren siempre a dones más altos» (1 Cor 12, 31) y a parecerse -por sus virtudes- al Hijo de Dios.

La naturaleza todo lo converge a si misma, y por si misma lucha y porfía.

La gracia en vez, todo lo refiere a Dios, como a su fuente natural; no se atribuye ningún bien ni lo presume arrogantemente; no discute, ni desea que su parecer se imponga al de los otros, sino que en todo sentimiento y en cualquier pensamiento se somete a la eterna sabiduría y al juicio de Dios.

La naturaleza aspira conocer secretos y oír novedades, quiere aparecer en público y hacer experiencias, desea distinguirse y realizar cuanto le produzca aplauso y admiración. Pero la gracia no se preocupa en aprender novedades y curiosidades porque todas ellas provienen de la transformación de lo viejo, no habiendo nada, sobre esta tierra, que nuevo y duradero.

La gracia además enseña a refrenar los sentidos, a huir de la vana complacencia y ostentación, a ocultar con humildad lo que puede ser digno de admiración y alabanza y a buscar en todas las acciones y en todos los estudios la gloria la honra de Dios. No quiere que se hable de ella y de lo que le pertenece, solo anhela que, con sus dones, sea glorificado Dios que todo lo ha dado por puro amor.

Esta gracia es una luz sobrenatural, un don de especial de Dios, y propiamente, la señal de los elegidos. Ella eleva al hombre de lo terrenal para que ame lo celestial y lo transforma de carnal en espiritual.

De manera que cuando más se refrene y se venza a la naturaleza, tanto mayor será la gracia infundida, y así, por medio de nuevas y continuas manifestaciones divinas, el hombre interior se irá transformando según la imagen de Dios.
Fraternalmente,

Claudio


8 de octubre de 2010

Inclinaciones opuestas - 3

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre
La naturaleza mira a las cosas temporales, se alegra de las ganancias terrenales, se entristece por cualquier perjuicio material y se irrita por toda palabra injuriosa; pero la gracia considera lo eterno , no adhiere a lo pasajero, ni se turba si lo pierde, ni se amarga si oye palabras ofensivas, porque su tesoro y su gozo los ha puesto en el cielo, donde nada se pierde.

La naturaleza es codiciosa; le gusta más recibir que dar, además de las propias ama las cosas ajenas. La gracia, por el contrario, es compasiva y abierta, evita la particularidad y se contenta con poco porque juzga «que hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20, 35)

La naturaleza tiene inclinaciones a las criaturas, a la propia persona, a las vanidades y a las conversaciones, mientras que la gracia tiende hacia Dios y las virtudes, renuncia a la criatura, huye del mundo, abomina los deseos carnales, no se va de un lado para otro perdiendo el tiempo y se avergüenza de aparecer en público.

La naturaleza se deleita con los placeres externos que satisfacen los propios sentidos. Al contrario de la gracia que busca consuelo únicamente en Dios y por encima de todos los bienes de este mundo, mira a la posesión del sumo bien.

La naturaleza todo lo hace por su propia utilidad y comodidad. No puede realizar nada gratuitamente. Por cada favor espera conseguir otro igual o mayor o recibir alabanzas y consentimientos ya que ansía que sus acciones y sus dádivas sean conocidas y ponderadas por todos. La gracia, no es así. No aspira a ninguna cosa material y no pide, como recompensa, otro premio que Dios solo. De las cosas necesarias para esta vida no quiere poseer más que aquellas que le son útiles para conseguir las eternas.
Fraternalmente,

Claudio

7 de octubre de 2010

La fe es para vivirla

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

¿Qué se entiende por practicar la fe? Practicar la fe no sólo es rezar y participar en los sacramentos. Abarca también el amor a Dios y el amor al prójimo, dar culto a Dios y servir a los demás con la caridad y la justicia.

En uno de sus sermones exhorta San Agustín: «Dichosos nosotros si llevamos a la práctica lo que escuchamos (en la iglesia)…Porque cuando escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo que hemos oído es como si esta semilla fructificara». Y añade que la vida cristiana, como la de Jesús, se fundamenta en dos actitudes: la humildad y la acción de gracias.

La humildad lleva, en efecto, a morir a uno mismo para dar la vida a otros. Y la acción de gracias (eso significa Eucaristía) se ofrece a Dios Padre como culto, a la vez que se traduce en servicio por el bien de todos: damos gracias a Dios que nos ha salvado y manifestamos nuestro agradecimiento preocupándonos, con hechos, por los demás.

«Vivamos, por tanto, dignamente –concluye San Agustín–, ayudados por la gracia que hemos recibido y no hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado».

En definitiva, practicar la fe es ese vivir dignamente, ayudados por la gracia. Por tanto, no la practica quien no vive los sacramentos, y tampoco la practica quien no se preocupa por las necesidades materiales y espirituales de los demás.

Practicar la fe es amar a Dios sobre todas las cosas, muriendo al egoísmo y al pecado (la búsqueda del bienestar o del poder a toda costa; ponerse a uno mismo en el centro, ocupando el lugar de Dios). Y al mismo tiempo –con y como Cristo– traducir ese amor en el amor al prójimo. Y esto, en concreto, comenzando por los que nos rodean, en el ambiente de trabajo, en la familia, en las relaciones sociales y culturales.

De esta manera la práctica de la fe es, sencillamente, la vida cristiana bien vivida, tal y como la pueden y deben ejercitar la mayor parte de las personas, en medio de la calle. La fe lleva a la oración y a los sacramentos, y fructifica en el trabajo por el bien material y espiritual de todos, especialmente de los más necesitados.

Sólo así se comprueba que la fe es luz –que asume también la razón– y fuerza que sostiene al cristiano, tanto en las situaciones más comunes como en las más difíciles y extraordinarias de su vida.

La fe no es un conjunto de teorías, ni tampoco un manojo de sentimientos ni un código de reglas, sino una Vida y un Amor, que Dios nos ha entregado en Cristo por la gracia del Espíritu Santo, para que nosotros nos entreguemos por el bien de los demás. Según el apóstol Santiago, la fe sin obras es una «fe muerta». Practicar la fe es vivir la fe y vivir de fe. Según Benedicto XVI, la fe lleva a ponerse al servicio del mundo, con el amor y la verdad (Caritas in Veritate, n. 11).

Es bueno recordar lo que dice San Juan en su primera carta: «Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe» (1 Jn 5, 4). Y para entenderlo bien, es importante lo que señala Benedicto XVI en su Carta de convocatoria para la Jornada Mundial de la Juventud (Madrid 2011), «la victoria que nace de la fe es la del amor». Y añade, como pensando en voz alta: «Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás».

Así pues, la fe es para practicarla; es decir, para vivirla. Por tanto, el testimonio de la fe es al mismo tiempo un testimonio del amor. Y es la garantía de un mundo más humano, precisamente porque es un mundo según Dios.

Fraternalmente,

Claudio



Con textos de Ramiro Pellitero

6 de octubre de 2010

Inclinaciones opuestas - 2

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
La naturaleza se preocupa de su comodidad y calcula que ventaja puede sacar a los demás. La gracia en vez, considera atentamente lo que aprovecha a muchos y no lo que es útil o conveniente para ella.

La naturaleza recibe gustosa los honores y las reverencias mientras que la gracia, con toda fidelidad,a tribuye a Dios todo honor y toda gloria.

La naturaleza teme la confusión y el desprecio y la gracia se alegra de «sufrir por el Nombre de Jesús» (Hch 5, 41)

La naturaleza prefiere el ocio y el descanso corporal, la gracia -en vez- no puede estar inactiva y con agrado se entrega al trabajo.

La naturaleza busca poseer cosas raras y bellas y detesta las viles y groseras. La gracia, por su parte, se complace de lo que es simple y modesto, no desprecia las cosas ordinarias y se viste sin repugnancia de ropas viejas.
Que el Señor los bendiga,

Claudio

5 de octubre de 2010

Inclinaciones opuestas

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
Hijo, observa atentamente las inclinaciones de la naturaleza y de la gracia porque con frecuencia se mueven con toda sutileza y en forma contraria y apenas se puede distinguir el hombre iluminado y de vida interior.

Todos desean el bien y algún bien todos se proponen en lo que dicen o hacen, pero muchos son engañados por las apariencias de bien.

La naturaleza es astuta, arrastra a mucha gente, la enreda y engaña y se pone a si misma por fin. La gracia, en vez, obra con sencillez, huya hasta las simples efigies del mal, no tiende lazos engañosos y cumple todas las cosas por Dios en el cual, como conclusión hallará descanso.

La naturaleza no quiere morir, ni ser oprimida ni vencida, no quiere que la metan ni consiente que la dirijan. La gracia, por el contrario, se dedica a la propia mortificación, lucha contra la sensualidad, admite estar sometida, acepta ser vencida y no desea gozar de la propia libertad, prefiere vivir bajo disciplina, y no quiere prevalecer sobre los demás, desea vivir, estar y mantenerse sujeta a Dios y por su amor está dispuesta a someterse con humildad a toda criatura humana.
Que el Señor los bendiga,

Claudio

4 de octubre de 2010

El Espíritu es animoso, pero la carne es débil

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Jesús pronunció estas palabras, cuando estaba haciendo oración en el huerto, antes de su Pasión.

Al volverse a Pedro y a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, con los cuales se había apartado de los otros discípulos, los halla dormidos. Entonces el Señor se queja a Pedro: «De modo que no pudieron permancer despiertos conmigo ni una hora?» (Mt 26, 40) Jesús les había mandado a estos tres elegidos que velaran con Él. Pero fueron vencidos por el sueño «porque se le cerraban los ojos de sueño» observa Mateo. Es entonces cuando les dice: «Estén despiertos y orando para que no caigan en tentación; el espíritu es animoso, pero la carne es débil» (Mt 26, 41)

Jesús veía con gran tristeza el abandono de que iba a ser objeto por parte de sus discípulos preferidos. Se avecinaba la gran prueba. Hubiera sido mejor obedecer a Jesús y velar con Él. Si le hubieran dicho que estaban muy fatigados, Jesús les hubiese dado ánimo para velar con Él. ¡Que conveniente es decir al Señor: «Señor, estoy cansado, soy débil, no puedo! ¡Aýudame!»

Velar es eso: recordar lo débiles que somos. Por eso nos pide que pongamos nuestra confianza en Él. Era la lección que todavía los discípulos no habían aprendido y muchos entre nosotros, en la actualidad, todavía no hemos aprendido. Los cargados y agobiados deben ir a Él. Su promesa es «Yo los aliviaré»

Velar y orar es necesario entonces para no entrar en la tentación. Ello significa que debemos reconocer continuamente nuestra debilidad, porque somos capaces -como los Apóstoles- de negar al Señor, de dejarlo solo, si no confiamos en Él y en cambio, nos dejamos arrastrar por nuestra humanidad. ¿Acaso es más nuestra humanidad que el poder de Dios para mantenernos en vela y orar? ¿Acaso es más nuestra humanidad que la fuerza que nos fue dada desde lo Alto?

La realidad de nuestra debilidad reconocida delante de Dios, se vence con un acto de fe y confianza en el poder que Dios nos ha dado, velando en el sentido de estar preparados de antemano junto al Señor para que la tentación ni siquiera de el primer paso, sino que sea rechazada con el poder del Espíritu Santo.

Si logramos comprender y vivir esta realidad -que es una gracia de Dios- entonces podríamos decir a la inversa, porque resulta evidente que nuestro espíritu -por más animoso y fuerte que nos parezca- no basta, porque nos vence nuestra humanidad con mucha facilidad. Pero podremos decir llenos de esperanza y gozo «Mi carne es débil y, no es nuestro espíritu vencido por la carne, sino el Espíritu de Dios, el que está siempre alerta para darnos la victoria» Sólo por el Espíritu podemos permanecer en vela.

¡Cual es el fundamento de esta esperanza? Está en su palabra:
«Infundiré mi Espíritu en ustedes para que vivan según mis mandamientos y respeten mis ordenes. Ustedes serán para mi Mi Pueblo y a mi me tendrán por su Dios» (Ez 36, 27-28)
Que el Señor los bendiga,

Claudio

3 de octubre de 2010

Fe y más fe

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

27º domingo de tiempo ordinario - ciclo C - Libro de Habacuc 1,2-3.2,2-4, Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 1,6-8.13-14, Evangelio de Lucas 17, 5-10
«¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la opresión? Ante mí no hay más que asaltos y violencias, y surgen rebeliones y desórdenes. El Señor me respondió y me dijo: "Escribe la visión que te he manifestado, ponla clara en tablillas para que se pueda leer de corrido. Es todavía una visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará; si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe"» (Hab. 1, 2-3; 2, 2-4)
En esta lectura del Profeta Habacuc vemos su preocupación por el triunfo de la injusticia. Es una pregunta que siempre está presente en el corazón de los seres humanos. También otros Profetas la hicieron: Jeremías: «¿Por qué tienen suerte los malos y son felices los traidores?» (Jer. 12, 1).

Si leemos todo el texto del Profeta Habacuc (Hab. 1, 1 a 2, 4) nos damos cuenta que el Profeta primero se queja de la situación del pueblo hebreo. La respuesta de Yavé es ciertamente desconcertante: dentro de poco los Caldeos restablecerán el orden, invadiendo y saqueando todo (!!!):
«Miren, traidores y contemplen, asómbrense y quédense alelados, porque voy a realizar en su época algo que no creerían si se lo hubieran contado. Pues ahora empujo a los Caldeos, pueblo terrible y arrollador, que recorre enormes distancias para apoderarse de países ajenos. Es terrible y temible, y se hacen su propio derecho ... Este pueblo se burla de los reyes, se ríe de los soberanos; no le importan las ciudades fortificadas, pues levanta terraplenes y se apodera de ellas. ¡Y así pasa y se va como el viento ...! ¡Su fuerza es su dios!» (Hab. 1, 5-11).
Vemos en esta respuesta cómo está Dios permitiendo la acción del mal para corregir a su pueblo escogido. Habacuc se queja nuevamente preguntando a Yavé por qué usa la invasión de los Caldeos para realizar su justicia. Dios le responde a su Profeta con una visión que pide que deje por escrito para enseñanza de los que vengan después. Y la enseñanza es la perseverancia en la Fe. Le asegura que se hará justicia, pero a su tiempo. Y ... sabemos que el tiempo de Dios casi nunca coincide con el nuestro. Le responde Yavé: «Es la visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará. Si se tarda espéralo, pues llegará sin falta: el malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe».

Dios siempre hace justicia. Actúa de acuerdo a su Justicia que es infinita. Si embargo la Justicia Divina no siempre es clara para los humanos. Dios guarda en secreto, al menos por un tiempo, su manera de gobernar al mundo y solamente pide que nos mantengamos fieles hasta el final.

La explicación de esto se la da al Profeta Ezequiel:
«La gente de Israel dice que la manera de ver las cosas que tiene el Señor no es justa. ¿Así que mi manera de ver las cosas no es justa, gente de Israel, no será más bien la de ustedes? Juzgaré a cada uno de ustedes de acuerdo a su comportamiento. Corríjanse y renuncien a todas sus infidelidades, a no ser que quieran pagar el precio de sus injusticias. Lancen lejos de ustedes todas las infidelidades que cometieron, háganse un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿O es que quieren morir, gente de Israel? A Mí no me gusta la muerte de nadie, palabra de Yavé: conviértanse y vivirán» (Ez. 18, 29-31).
Pero la acción de Dios es mucho más profunda. Dios hace las cosas a perfección y completas.

Y esta enseñanza fue para el pueblo de Israel de los tiempos de Habacuc, Jeremías y Ezequiel, unos 600 años antes de Cristo, cuando Nabucodonosor hacía de las suyas, destruyendo pueblos y apoderándose de ellos. Sabemos que el pueblo de Israel fue desterrado a Babilonia en el año 587 antes de Cristo. Luego de un tiempo –no muy corto, por cierto, pues fueron 70 años de exilio- se ve una nueva intervención de Dios, anunciada por el Profeta Ezequiel: «Los recogeré de todos los países, los reuniré y los conduciré a su tierra» (Ez. 36, 24). Y eso hizo. En efecto, en el año 538 antes de Cristo, sin haber hecho nada los israelitas, Ciro, Rey de Persia, conquista a Babilonia y da libertad al pueblo de Israel para que regresen a su tierra, lo cual hacen, encabezados por Zorobabel, quien como primera acción organiza la reconstrucción del Templo de Jerusalén. (cf. Esdras 1 y 2)

Lo que sucede no es un simple regreso del exilio, sino que hace efectiva la conversión del pueblo que había pedido a través de Ezequiel. Dios purifica y transforma el corazón de su pueblo, es decir, lo hace dócil a su Voluntad:
«Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y podré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos ... Ustedes serán mi pueblo y Yo seré su Dios» (Ez. 25-28).
Y esta enseñanza es válida para todos los tiempos, para cualquier circunstancia de la vida del mundo, de un pueblo, de la Iglesia, de las familias y también de cada persona en particular. Es una enseñanza muy apropiada para nosotros hoy, en el momento histórico que vivimos.

Aun cuando pueda parecer que Dios está dormido, como en la barca de los Apóstoles cuando en medio de una fuerte tormenta éstos se atrevieron a reclamarle: «¡Maestro! ¿es así como dejas que nos ahoguemos?» (Mc. 4, 38), Dios está siempre pendiente y exige nuestra fe perseverante. De hecho Jesús calmó la tempestad, pero no dejó de reprender a los Apóstoles con respecto de su fe y su confianza: «¿Por qué son ustedes tan miedosos?» (Mc. 4, 40). «¿Dónde está la fe de ustedes?» (Lc. 8, 25).

Pueda que las cosas se desarrollen como si Dios no estuviera pendiente, pero es preciso permanecer confiados en fe. Puede parecer que Dios tarde en intervenir, pero de seguro su actuación tendrá lugar y se verá, como la vio el pueblo de Israel, porque «sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman» (Rom. 8, 28).

Y esto que se aplica al pueblo de Israel y a nuestro mundo hoy, también puede aplicarse a nuestra vida personal.

A veces las circunstancias de nuestra vida, circunstancias difíciles, nos pueden hacer pensar que el Señor está lejos o, inclusive, que Dios no existe, o que no nos escucha. La Lecturas del Profeta Habacuc nos enseña a esperar el momento del Señor. El Señor siempre está presente con el auxilio de su Gracia, aunque en algunos momentos no lo sintamos. En los momentos difíciles de nuestra vida sepamos esperar el momento del Señor con una Fe paciente, perseverante y confiada en los planes de Dios... y, sobre todo, en el tiempo de Dios.

Que el Señor los bendiga,

Claudio