31 de mayo de 2011

María se puso en camino


Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre,
Donde está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre y de él en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles subrayan con razón la presencia orante de María en el Cenáculo, junto con los Apóstoles reunidos en espera de recibir el "poder desde lo alto". El "sí" de la Virgen, "fiat", atrae sobre la humanidad el don de Dios: como en la Anunciación, también en Pentecostés. Así sigue sucediendo en el camino de la Iglesia.

Reunidos en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera, para que, con velas desplegadas, reme mar adentro en el nuevo milenio. De modo particular, invoquémoslo sobre cuantos trabajan diariamente al servicio de la Sede apostólica, para que el trabajo de cada uno esté siempre animado por un espíritu de fe y de celo apostólico. Es muy significativo que en el último día de mayo se celebre la fiesta de la Visitación. Con esta conclusión es como si quisiéramos decir que cada día de este mes ha sido para nosotros una especie de visitación. Hemos vivido durante el mes de mayo una continua visitación, como la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios porque la liturgia nos propone de nuevo hoy este acontecimiento bíblico .

A todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la gracia de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo y especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días venideros. (Catequesis de Juan Pablo II, mayo 2001)
Fraternalmente,

25 de mayo de 2011

Todos los sentidos


«Lo que por El se hizo era vida;
la vida es luz para los hombres.

La luz brilla en las tinieblas
y las tinieblas no pudieron vencer a la luz»
(Jn 1, 4-5)

No es la vida la que en sí tiene aliciente; es el sentido que nosotros le damos a la vida; si ese sentido no llega a satisfacer las legítimas ansias que hay en todo corazón humano, la vida no alcanza a ser razón suficiente de nuestro existir.

En ese caso, cuando la vida no tiene un sentido hondo y orientador, cuando no se ve el por qué de la propia vida, cuando nuestras acciones no trascienden el momento presente que, por ser presente, es tan fugaz; cuando a ese momento fugaz no se le da una prospectiva hacia el más allá, tiene aplicación lo que afirma nuestro folklore cuando dice: "Para vivir como vives, mejor no morir de viejo".

No es, pues, ni la juventud, ni la salud, ni el dinero lo que puede ser una razón suficiente de nuestro existir; es más bien el sentido que damos a nuestras acciones y a la vida en general y dentro del ámbito de ese sentido la proyección hacia un futuro promisorio.

Fraternalmente,

24 de mayo de 2011

Sin rumbos

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre,

"Envía tu luz y tu verdad,
ellas me guíen y me conduzcan
a tu monte santo" (Salmo 43, 3).


Un hombre sin ideas claras es un hombre desorientado, un hombre sin ruta; o al menos es un hombre que sigue una ruta que no termina en meta, sino que sigue caminos y caminos que se chocan y se entrecruzan, pero nunca lo conducen a un fin.

La idea es la madre de la acción; a ideas claras, seguirán acciones definidas y con orientación hacia su objetivo bien conocido y amorosamente buscado.

La idea necesita luz, la luz de la verdad. Dios es la verdad; cuanto más nos alejamos de Dios, más lejos estamos de la luz, más nos circundan las tinieblas del error; y por más esfuerzos que hagamos, más nos enfrascaremos en la oscuridad del error y en la maldad.

Y cuando el hombre camina en el error y la maldad, por más que él crea que se halla en la verdad y en el bien, no deja de dirigirse hacia la catástrofe, tanto más dolorosa y amarga, cuanto menos pensada y esperada por él. Por eso, para llegar a Dios, nada mejor que ir a El y buscarlo con sincero corazón.

Fraternalmente,

Claudio

22 de mayo de 2011

Como es el camino

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre

Domingo 5º de Pascua, Juan 14, 1-12

Hay personas que tienen una idea de Dios, no una vivencia, donde se imaginan que Dios es ese anciano regordete y bonachón que nos mira sentado desde las alturas. Otros, quizás más cercanos a una cierta fe o creencia, piensan que Dios es ese arregla-todo de la vida; un refugio en los momentos de apuro. Hay otros últimos que no se imaginan a Dios porque lo confunden con las distintas concepciones personales que le han ido transmitiendo. De esta manera Dios puede ser un revolucionario, un justifica-conciencias, un remedios para tranquilizar mi vida... Pero, ¿Cuál es realmente el rostro de Dios?

Para conocer a Dios es necesario pasar por Jesús, Dios y hombre verdadero.

En este Evangelio Jesús nos recuerda que la fe en el Padre incluye y comprende la fe en Él. El encuentro con el verdadero Dios es posible únicamente por medio de Jesucristo: "Nadie puede venir a mi Padre sino por mí" (Jn 14,6). Todos los caminos de búsqueda sincera de nuestro creador desembocan en Cristo.

Ser creyente y evangelizador significa profundizar en el encuentro de la conversión con Jesús y conocerle más profundamente y compartir esa experiencia con los demás. Evangelizar no es adoctrinar ni comprometer en tareas meramente sociales; tampoco es hacer un discurso intelectual sobre la fe. Evangelizar es mucho más: es ser portadores de una seria y profunda amistad con el Señor y tratar que los demás le conozcan con esa misma o mayor intensidad.

En nuestro tiempo nos hemos acostumbrado a que las respuestas en nuestra vida y a nuestras necesidades (comida, vestidos, etc.) sean cubiertas por las cosas materiales: dinero, máquinas, etc. en lugar de las personas. Bien es cierto que todo ello nos llega de la mano de otros seres humanos, pero ningún ser humano se vuelve para nosotros la respuesta definitiva a todas las necesidades interiores.

En el contexto de las necesidades más profundas del ser humano es donde se dan las afirmaciones de Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida. Esto significa que es la explicación última de la vida humana. Encontrarse y profundizar en el Señor es ir construyendo poco a poco el puzzle de nuestra vida e ir recomponiendo las piezas en su sitio para que sea visible en su totalidad.

¿Cómo es posible que aquellas palabras pronunciadas hace años por Jesús tengan todavía hoy actualidad y sentido?

¿Cómo Jesús sigue siendo hoy, después de tanto desarrollo técnico e industrial, la respuesta para el ser humano?

Las respuestas son claras: las palabras de Jesús van dirigidas al corazón de cada ser humano y es ese corazón quien debe de responder a la llamada.

A pesar de los siglos los seres humanos no somos tan distintos ni tan desiguales. La historia de la humanidad se hace presente en nuestra historia personal y concreta donde hacemos el mismo recorrido. También en cada uno de nosotros hay una prehistoria y una Edad Media, y un tiempo contemporáneo que tenemos que saber ir conjugando para entender el papel de Dios en nuestra vida.

Fraternalmente,

21 de mayo de 2011

Siembra

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre,

Siempre es mejor construir que destruir y sembrar es construir para el día de mañana, para recoger más adelante.

Siembra tu fe, para sostener y apoyar a los que vacilan. Siembra tu abnegación y no la reserves solamente para ti. Siembra tu confianza y Dios no te dejará ni los hombres te fallarán. Siembra la sonrisa a tu alrededor; la sonrisa hace bien y te hace bien, la sonrisa disipa nubes y suaviza tiranteces.

Siembra tu dulzura y llegarás a conquistar a los hombres, aun a aquellos que tienden a la violencia o no saben dominarse. Siembra tu amistad, tu gozo y tu entusiasmo en todos aquellos que lo necesitan, pues así llegarás a hacer felices a los demás y ellos te harán feliz a ti.

Siembra tus sacrificios, aun con lágrimas y sin alarde; todo sacrificio requiere una cuota de dolor y de sangre; pero toda sangre es redentora y toda lágrima es purificadora.

Siembra toda tu vida; que toda tu vida sea una verdadera siembra de alegría, de bondad, de paz y de amor; el que siembra luz, recogerá calor; en cambio, el que siembra vientos, recogerá tempestades.

"Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas" (1 Tes 5, 5). Como hijo de la luz, debes iluminar a cuantos están cerca de ti; iluminarles, para llevarles al Señor. Que las tinieblas no iluminen, no es extraño; pero que la luz se apague, causa angustia.

Fraternalmente,

Claudio



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Alfonso Milagro

20 de mayo de 2011

Como conquistar la paz interior

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre,

Hay personas que atraen, que sin querer ser el centro de la atención la captan con facilidad, con las que es agradable compartir, con las que uno se siente desde el principio como en familia; que tienen “un algo” que les hace amables (es más fácil quererles o amarles); estas personas tienen una característica común: la alegría.

Es que, cuando uno está cerca de alguien alegre te la pasas bien, no sólo por que nos hace reír, sino por que ve la vida con optimismo y eso es contagioso. No me refiero a los que se pasan haciendo bromas, algunas pesadas, a los que a veces hieren a quienes están a su alrededor para mostrar lo ingeniosos que son o a los que a veces “caen mal” por querer hacerse los chistosos o los demasiado simpáticos. No, me refiero a una actitud un poco más pasiva, pero que se nota enseguida, a las personas que transmiten paz. Para los que transmiten paz parecería que los problemas no existen, o que por lo menos no son tan graves. Y una persona que transmite paz está siempre feliz, siempre con una sonrisa en los labios, eso refleja algo que lleva dentro. Refleja la paz interior.

Yo me imagino a Jesús así. Siempre con una sonrisa, siempre con una palabra amable, dando ánimos y pasándola bien con los que están a su alrededor. Por eso, si viste la película de la Pasión de Mel Gibson, estarás de acuerdo conmigo de que la mejor escena es el flash back de cuando Jesús juega con su madre.

Ese sentido de alegría constante, de paz es algo que atrae mucho a las personas. Pero cual es el secreto para conquistar esa paz. Quisiera comentar brevemente dos textos que nos pueden ayudar a buscar este significado:
Me escribes y copio: "Mi gozo y mi paz. Nunca podré tener verdadera alegría si no tengo paz. ¿Y qué es la paz? La paz es algo muy relacionado con la guerra. La paz es consecuencia de la victoria. La paz exige de mí una continua lucha. Sin lucha no podré tener paz". (1 San Josemaría, Camino, No. 308)
Este sencillo punto de camino nos pone ante una realidad bien clara, no se puede tener verdadera alegría sino se tiene paz. Desde este punto de vista, se ve cómo la paz del espíritu no puede ser resultado de un equilibrio, de hacer un mix entre “las cosas que nos gustan” y las cosas de Dios. Es más bien la realización de una tarea que empeña toda la vida, como es la lucha por llegar a nuestro último fin, llegar a Dios.

La vida del hombre es un camino que puede llegar a distintos puertos, a distintos finales. Lo importante es que nuestro camino termine en Dios. Pero, durante este caminar debemos luchar contra algunos espejismos que se nos presentan agradables y atractivos, pero que nos conducen hacia la angustia y el miedo, que nos separan de nuestra meta. Estos espejismos son los del placer, los del culto al propio yo, los de la sensualidad o los de la pereza, que nos apartan del verdadero camino y de la verdadera fuente de la paz interior: el amor a Dios.

El amor a Dios, que es nuestro último fin, no sólo corrige el apego a estos espejismos, falsos o aparentes, sino que llena y satisface todas las inclinaciones humanas, llenando el corazón de paz y de alegría.
Nos interesa destacar el secreto de la insondable alegría que Jesús lleva dentro de sí y que le es propia. Es sobre todo el evangelio de san Juan el que nos descorre el velo, descubriéndonos las palabras íntimas del Hijo de Dios hecho hombre. Si Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa alegría, esa disponibilidad, se debe al amor inefable con que se sabe amado por su Padre. (Pablo VI, Exhortación Apostólica Gaudete in domino)
Podemos decir que Jesús tiene esa paz por que se sabe amado por su Padre, y por un Padre que es Todopoderoso. Y es que, quien puede tener miedo de algo cuando cuentas siempre con un Padre que te puede sacar adelante frente a cualquier problema, a cualquier dificultad. Si, como dice San Pablo, todo lo que sucede es para el bien de los que aman a Dios. Cómo perder la paz ante las contrariedades si todo lo que me pasa lo quiere Dios, si además ese Dios no me pide que gane todas las batallas sino simplemente que ponga lo mejor de mi. Sí, Dios sólo nos pide una buena voluntad. Y basta. Si tenemos buena voluntad se contenta con cualquier resultado.

La paz cristiana procede del abandono en Dios, de arrojar sobre El todas las preocupaciones, tomando a cambio el yugo de su mansedumbre y humildad. El Señor es el único que puede dar la paz: «no os la doy, como la da el mundo» Jn 14,27, porque efectivamente nada ni nadie la puede quitar, porque es sobrenatural, fruto de la sabiduría de las cosas del espíritu, donación del Espíritu Santo, y anticipo de la paz y descanso perfecto, lleno de felicidad, del cielo.

Podemos decir que la paz interior incluye, en primer término, el conocimiento y la aceptación de sí mismo: de la propia realidad actual -en sus aspectos positivos y negativos, deslucidos y brillantes-, y de los vínculos -condicionamientos, derechos y deberes legítimos- libremente contraídos en el pasado. Pero la paz también comporta una visión prometedora y segura del propio futuro. Por eso, se le oponen la actitud de descontento habitual ante la vida, así como la incertidumbre del porvenir. Podemos terminar con la frase de la escritura que tantas veces nos repitió Juan Pablo II: “No tengáis miedo”, ni al presente ni al futuro que si nos decidimos a servir a Dios siempre encontraremos esta paz.

Fraternalmente,



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Daniel Vallner

19 de mayo de 2011

Superación

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre,

Nuestra vida esta llena de oportunidades, saber aprovecharlas y obtener los frutos deseados constituyen el centro de nuestras aspiraciones. Actualmente se habla de excelencia personal y el éxito al alcance de la mano, sin embargo, muchas de estas fórmulas se enfocan a la solución de problemas y al logro de una posición económica preponderante, quedando cortas en lo que a la superación personal se refiere, la verdadera superación no tiene cantidad sino calidad.

La superación es el valor que motiva a la persona a perfeccionarse a sí misma, en lo humano, espiritual, profesional y económico, venciendo los obstáculos y dificultades que se presenten, desarrollando la capacidad de hacer mayores esfuerzos para lograr cada objetivo que se proponga.


Si la superación es un deseo innato de los seres humanos ¿por qué en ocasiones nos detenemos? El principal obstáculo es nuestra persona, con temores encubiertos de excusas, con la vana esperanza de una oportunidad "de oro" o el momento adecuado para cambiar de vida; en el peor de los casos, la pereza y el pesimismo propios del conformista.

Podemos observar a personas que constantemente hablan de sus planes y el noble afán que tienen por darle un nuevo y mejor rumbo a su vida, sin embargo, todo se queda en las palabras y en el deseo, argumentando dificultades y contratiempos no previstos, los cuales han impedido concretar los objetivos planeados. Basta pensar en el negocio que desde hace tiempo queremos iniciar por nuestra cuenta, del curso de perfeccionamiento profesional que nos abriría las puertas a una mejor posición laboral y que a la fecha no hemos iniciado, o el estudiante que espera el próximo semestre para "ahora sí" prepararse a conciencia y obtener mejores notas.

La superación no llega con el tiempo, el simple deseo o con la automotivación, requiere acciones inmediatas, planeación, esfuerzo y trabajo continuo.

En muchas ocasiones la superación no aparece como un gran cambio lleno de beneficios materiales. Con cierta frecuencia encontramos a personas inconformes en su trabajo, deseando cambiar porque en el tiempo que llevan no ha mejorado su posición. Sin embargo, rechazan oportunidades con un bajo incremento económico o un mismo nivel profesional, sin darse cuenta que la experiencia, las relaciones y los nuevos conocimientos por adquirir, constituyen un perfeccionamiento personal que más adelante servirá para alcanzar otros objetivos.

La estabilidad y seguridad que otorga el permanecer mucho tiempo en un lugar (empleo, escuela, ciudad...) puede infundir temor a lo desconocido, como si no tuviéramos la capacidad de plantearnos nuevos retos con grandeza de ánimo y dispuestos a enfrentar y resolver las dificultades.


Aunque los recursos económicos y materiales sean necesarios, no debemos enfocar la superación a la acumulación de los mismos, como una manera fácil de medir un progreso. Existen otros aspectos fundamentales y prioritarios que toda persona debe atender:

- Podemos comenzar por ver nuestros hábitos y costumbres: el cuidado de las cosas ajenas y personales; el orden en nuestras comidas, diversiones y descanso; la atención y cuidados que procuramos a nuestros familiares (hijos, padres, cónyuge, etc.); tratar con amabilidad a todas las personas; ocupar nuestro tiempo libre para tener convivencia, cultivar pasatiempos o realizar actividades sencillas...

- En el terreno profesional no basta lo que hemos aprendido, continuamente debemos buscar los medios para ser más profesionales y competentes, como aprender a sacarle el debido provecho al uso de la computadora (ordenador) para aplicarlo a nuestro trabajo y tener un mejor rendimiento; idear nuevos sistemas para hacer nuestro trabajo con mayor agilidad y disminuir errores; estudiar una especialidad.

Para el estudiante significa dedicar más tiempo a su preparación, conocer y aplicar nuevas técnicas de estudio que faciliten un mejor aprendizaje con los resultados deseados; desarrollar la investigación personal y mejorar la calidad en los trabajos que realice.

Los padres de familia pueden dedicar un tiempo a lecturas sobre como educar mejor a los hijos según su edad, o inscribirse a cursos que persigan los mismos fines. Actualmente existen bastantes recursos que ayudan a conocer y a desempeñar mejor la labor de educación y formación de la familia.

- El ámbito espiritual, con mucha frecuencia descuidado, ofrece muchas posibilidades con el conocimiento de los preceptos y valores propios de nuestra religión, además de la práctica de los mismos; contar con la asistencia de un director espiritual; procurar el trato con Dios de manera continua (y no sólo cuando tenemos algún problema o necesidad grave); frecuentar los sacramentos y las prácticas religiosas.

La superación personal se encuentra en la persona misma y no en los bienes materiales, como tampoco es exclusivo de una determinada edad; existen hoy en día jóvenes y personas mayores capaces de lograr grandes empresas, observando como sus sueños se hacen realidad y sin detenerse a considerar la falta de experiencia o el cansancio natural que traen los años. Renunciar a mejorar equivale a una vida triste, gris y con falta de aspiraciones, en una palabra: conformismo.

Las posibilidades de superación son innumerables y ante tantos aspectos podemos caer fácilmente en el desánimo. Además de tomar la firme decisión de iniciar hoy mismo, conviene elaborar un pequeño plan para hacerlo de manera ordenada y llevarlo a la práctica de forma consistente. Puede ayudar mucho revisar "Vive los valores" y la "Guía Práctica", donde se observan una serie de consejos prácticos para lograr este fin.

Cabe considerar sobre la existencia de los obstáculos, siempre los habrá, pero la verdadera superación consiste en afrontarlos y ante ellos cobrar nuevos bríos. En esta vida nada es fácil, todo lo que vale la pena requiere de perseverancia y paciencia para alcanzarlo, es entonces cuando la superación se hace sublime -alejada de toda vanidad y soberbia- con el gozo interior de acercarnos cada vez más a la cima de la humana perfección.

Fraternalmente,


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"Valores explicados" - Encuentra.com

18 de mayo de 2011

El encanto de la Vejez

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre
«Al atardecer se levantará para ti una especie de luz meridiana, y cuando creyeres que estás acabado, te levantarás cual estrella matinal. Estará lleno de confianza por la esperanza que te aguarda» (Job 11, 17-18)
Ser anciano implica haber vivido una prolongada existencia, encontrarse al final de un largo viaje, quizá demasiado cansado. La ancianidad es también tiempo de despedidas. Las cosas y los afanes le van dejando a uno. También la gente querida que ha partido antes que nosotros. Con frecuencia, como recuerda Ovidio, se siente el abandono de quienes más nos debían. La ancianidad es antesala natural de la muerte y del juicio divino; antesala, según el plan de Dios, del gozo y descanso eternos. Pero no se puede olvidar que la ancianidad pertenece todavía al tiempo del peregrinaje terreno. Es, por tanto, tiempo de prueba, tiempo de hacer el bien, tiempo de labrar nuestro destino eterno, tiempo de siembra. No puede concebirse la vejez como una época fácil de nuestra vida. A los trabajos propios del peregrinaje sobre la tierra —eso es la vida humana— se suman la progresiva pérdida de fuerzas, la inercia de cuanto se ha obrado anteriormente, los característicos defectos de la vejez contra los que es necesario luchar, los inconvenientes que plantea este siglo nuestro tan inhumano.

Es inevitable envejecer; pero no se puede ser buen anciano —y son tan necesarios— sin mucha gracia de Dios y sin una continua lucha personal. Por ello, la vejez, que es tiempo de serena recogida de frutos, puede ser también tiempo de naufragios. Se atribuye al general De Gaulle esta descripción amarga de la ancianidad: «La vejez es un naufragio.» La frase debe calificarse en ocasiones como de muy justa. No es sólo un naufragio de las fuerzas físicas o una disminución paulatina de las mismas fuerzas morales: inteligencia y voluntad. Es un naufragio de todo el hombre. Digamos que en la vejez puede revelarse con todas sus fuerzas —y sin piadosas vendas que lo oculten—el naufragio de toda una vida. Tantas veces el estrepitoso derrumbamiento moral de la vejez muestra que se naufragó en la adolescencia, en la juventud, en la madurez. Metido en la corriente de la vida, se intentó almacenar, como el cocodrilo, las pequeñas piezas cobradas en sórdidas cacerías, y el paso del tiempo lo único que hace es difundir su olor a podrido.

En oposición a la adolescencia —que es tiempo de promesas y de esperanzas, tiempo en que el ensueño desdibuja los perfiles de las cosas y de las acciones—, la ancianidad es tiempo de recuento, de verdad desnuda, de examen de conciencia. Y aquí radica no poco de su utilidad y de su grandeza. Digamos que la misma debilidad de la vejez es su mayor fuerza y, a una mirada cristiana, uno de sus principales encantos.

Y, sin embargo, la misma debilidad de la vejez —que es un mal, en cuanto que es carencia de vida— es su mayor fuerza. Lejanos ya los sueños de la adolescencia y los delirios de la juventud, el anciano puede enfrentarse a la verdad con una sobriedad y con un realismo superiores a los de las demás épocas de la vida. Se hace así más fácil descubrir con una nueva nitidez lo que es importante y lo que es intrascendente, distinguir lo fugaz de lo que permanece. La ancianidad pertenece al ciclo vital humano. Antesala de la muerte, la vejez prepara para el encuentro definitivo con Dios, para ese juicio divino que va a recaer sobre toda nuestra existencia.

La debilidad inherente a la vejez ayuda a despojarse de todo vano afán, de toda estúpida soberbia. Si a lo largo de la existencia el hombre superficial ha podido olvidarse de su humilde origen, de que ha sido hecho, de que es una débil criatura, la vejez le otorga una oportunidad inmejorable para volver al sentido común, a la contemplación de las realidades elementales. La ancianidad facilita el cumplimiento de aquella primera regla del ideal apolíneo —conócete a ti mismo—, expresión que en su sentido inicial quería decir: conoce tus limitaciones, tu condición mortal respecto a los inmortales, para que no te rebeles contra ellos. En definitiva, es buena época la ancianidad para que Dios siga colmando aquel deseo suplicante que formulaba San Agustín: Domine, noverim me, noverim te; que me conozca a mí, que te conozca a Ti, Señor.

La ancianidad es tiempo de recoger frutos y tiempo de siembra. Siendo un mal, Dios la ha permitido, porque de ella pueden surgir bienes superiores. E1 dolor, la soledad, la sensación de impotencia, se convierten —tantas veces— en imprescindible colirio para curar los ojos del alma y abrirlos a las realidades trascendentes. También la ancianidad está bajo la mano providente y amorosa de nuestro Padre Dios.

La medicina divina es enérgica, pero el hombre sigue siendo hombre y libre: puede no aprovecharla. Es posible que quien naufragó a lo largo de toda su vida naufrague también en esta última época, ya cercana la última batalla entre el pecado y Dios, en que se juega la suerte eterna. El proceso de involución, que se inició con el primer pecado y que ha podido irse acelerando —generalmente por la pereza y la soberbia—, puede seguir avanzando, y la egolatría terminar en un lamento estéril por el ídolo caído. Se avanzaría así, casi inexorablemente, hacia el endurecimiento total del corazón, precursor del infierno. Y es que la ancianidad, como toda época de la vida, puede ser bien vivida o mal vivida; pero es una época quizá fatigosa —¿cuál no lo es?—, en la que Dios nos espera, nos asiste, llama a la puerta de nuestro corazón, y en la que tiene más importancia de lo que a veces sospechamos la respuesta de nuestras libres decisiones.

No es la vejez una época vacía o inútil. Es época de lucha ascética, de heroísmo, de santidad. A pesar de la decadencia física, la gracia de Dios rejuvenece el alma con fuerzas sobrenaturales, hacienda la santidad tan asequible como en la adolescencia.

Los ancianos constituyen en realidad una parte importante del tesoro humano y sobrenatural de la humanidad entera. La picaresca de un mundo deshumanizado —precio inherente al ateísmo— se esfuerza en poner de relieve que los ancianos son una carga, subrayando sus defectos. A este triste materialismo hedonista sólo hay un yugo que no le parece insoportable: la esclavitud a placeres desnaturalizados en un frenesí cada vez más insaciable.

Los ancianos, vivificados par la gracia de Dios, pueden ejercer ese «sacerdocio real» de que habla San Pedro (1 Pedr 2, 5 ), ofreciendo su vida —unidos a Cristo— como acción de gracias, como impetración, como reparación. La vida, entonces, se ennoblece, y el alma descubre horizontes de universalidad insospechados. Se puede palpar lo certero de esta afirmación de monseñor Escrivá de Balaguer: «Si sientes la Comunión de los Santos —si la vives— serás gustosamente hombre penitente. Y entenderás que la penitencia es gaudium etsi laboriosum —alegría, aunque trabajosa—, y te sentirás aliado de todas las almas penitentes que han sido, y son y serán» (Camino, n. 548~.

Es la vejez tiempo de sufrimiento, tiempo de santidad, tiempo de hacer el bien. Es la vejez, también, tiempo de despedida; y en las despedidas se suelen decir las cosas más importantes. No es la vejez —no puede ser— tiempo de jubilación en lo que se refiere a la ayuda humana y sobrenatural a los demás. Aunque las circunstancias han cambiado, permanecen en su sustancia las mismas obligaciones y los mismos lazos entrañables que fuimos adquiriendo durante la vida. Ningún bien nacido puede recordar a sus padres, ya ancianos, sin conmoverse.

Cuando la muerte nos los arrebata, sentimos una irreparable pérdida, nos duele la orfandad, aunque les sabemos en el cielo. No es sólo la sensación lógica de haber perdido la tierra donde hundíamos nuestras raíces; es, por encima de eso, el claro convencimiento de que con ellos se nos ha ido el cariño más desinteresado, de que hemos perdido nuestra mejor custodia. Nos damos cuenta, quizá demasiado tarde, de que, a pesar de su invalidez, eran nuestro mejor tesoro, de que con su presencia nos hacían mucho bien. Nos conforta la seguridad de que, ahora de una forma invisible, nos siguen custodiando desde el cielo, de que conservamos los mismos vínculos, ahora más queridos y beneficiosos. Y nos queda el orgullo de que en ningún momento, ni siquiera en los de su mayor postración, nos fueron inútiles.

Su rostro deseado, surcado por las arrugas de tantos sufrimientos, es ahora una de esas pequeñas luces que iluminan indeficientemente la noche de nuestra vida. De su mano —que antaño nos enseñó a andar— y de la mano de Santa María, que es Madre del Amor Hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza (cfr Eccli. 24, 24), podemos aprender —aún en nuestra misma ancianidad— esas lecciones que son las que más importan, las que orientan toda la vida hacia su verdadero centro: hacia esa Hermosura, esa Bondad y ese Poder indeficientes de nuestro Padre-Dios; hacia esa fecundidad del espíritu que no mengua cuando el vigor de la carne muere.

Fraternalmente,



Fragmentos de un escrito de Francisco Lucas Mateo Seco

17 de mayo de 2011

Cosas deseadas (desideratum)

Camina plácido entre el ruido y la prisa y recuerda
qué paz se puede encontrar en el silencio.

En cuanto sea posible y sin rendirte,
mantén buenas relaciones con todas las personas.
Enuncia tu verdad de una manera serena y clara
y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante,
también ellos tienen su propia historia.

Esquiva a las personas ruidosas y agresivas,
ya que son un fastidio para el espíritu.
Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado,
pues siempre habrá personas
más grandes y más pequeñas que tú.

Disfruta de tus éxitos lo mismo que de tus planes.
Mantén el interés en tu propia carrera
por humilde que sea,
ella es un verdadero tesoro
en el fortuito cambiar de los tiempos.

Sé cauto en tus negocios
pues el mundo está lleno de engaños,
mas no dejes que esto te vuelva ciego
para la virtud que existe.
Hay muchas personas que se esfuerzan
por alcanzar nobles ideales.

La vida está llena de heroísmo.
Sé sincero contigo mismo,
en especial no finjas el afecto.
Y no seas cínico en el amor,
pues en medio de todas las arideces y desengaños,
es perenne como la hierba.

Acata dócilmente el consejo de los años
abandonando con donaire las cosas de la juventud.
Cultiva la firmeza del espíritu,
para que te proteja en las adversidades repentinas.
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.
Sobre una sana disciplina, sé benigno contigo mismo.

Tú eres una criatura del universo.
No menos que las plantas y las estrellas,
tienes derecho a existir.
Y sea que te resulte claro o no,
indudablemente el universo marcha como debiera.

Por eso debes estar en paz con Dios
cualquiera que sea tu idea de El.
Y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones,
conserva la paz con tu alma
en la bulliciosa confusión de la vida.
Aún con toda su farsa, penalidades y sueños fallidos,
el mundo es todavía hermoso.

Sé cauto, y esfuérzate por ser feliz!

Paz y bien!

16 de mayo de 2011

Con los criterios de María

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre

Todos sentimos -con demasiada frecuencia lamentablemente- la tentación de recurrir a la fuerza, a la imposición, cuando no salimos con la nuestra, cuando no aceptan nuestros criterios, no se siguen nuestros pareceres, gustos o conveniencias.

Si en esos casos acudiéramos a pedir consejo a la dulce Madre del cielo, ella ciertamente nos llevaría por otros caminos: el de la bondad, de la comprensión, de la paciencia, de la humildad.

Nunca se equivocan los que siguen los consejos y sugerencias e inspiraciones de la Madre celestial; por eso es muy conveniente preguntarse, antes de obrar, cómo obraría María Santísima.

Fraternalmente,

Claudio

15 de mayo de 2011

Teologizar el amor

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre

Si fuéramos a estudiar la química del amor, deberíamos llegar a conocer los ingredientes que lo constituyen, los elementos que lo forman; porque existe una química sobrenatural, que transforma las cosas de la tierra y las convierte en realidades de cielo.

En María Santísima el elemento principal y predominante que constituyó su amor, fue la presencia de Dios activa en ella, de suerte que aún el amor que tiene a los hombres no es sino una proyección y extensión de su amor a Dios.

Si nosotros amamos a nuestros prójimos solamente por ellos, por su dignidad de personas humanas, nuestro amor, por más digno que sea, no pasa a ser un amor antropológico, mientras que si amamos a los hombres por amor a Dios, en ese caso teologizamos nuestro amor y lo elevamos de algo meramente humano a algo ciertamente divino.

Madre amada, ruega por nosotros, tus hijos, para que nos amemos por amor de Dios

Fraternalmente,



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Alfonso Milagros cmf