30 de septiembre de 2012

El escándalo

Paz y bien

26º Domingo, B, Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48. 

Dios mismo es justicia por excelencia. Todas sus obras son justas, ordenadas desde toda la eternidad por su gran potencia, sabiduría y bondad. De la misma manera que lo ajustó todo lo mejor posible, trabaja sin cesar y conduce cada cosa a su fin... La misericordia es la obra de la bondad de Dios; continuará actuando tanto tiempo como se le permita al pecado atormentar a las almas justas. Cuando este permiso sea retirado... todo se establecerá en la justicia, para quedar establecido allí eternamente. Dios permite que caigamos. Pero con su poder y su sabiduría, nos guarda. Por su misericordia y su gracia, nos eleva a una alegría infinitamente más grande. Así quiere ser conocido y amado en la justicia y en la misericordia, ahora y para siempre...

Yo, no haré nada más que pecar. Pero mi pecado no impedirá a Dios obrar. La contemplación de su obra, es alegría celeste para el alma temerosa, que desea siempre cumplir amorosamente la voluntad de Dios con la ayuda de la gracia. Esta obra comenzará aquí abajo. Será gloriosa para Dios y de gran ventaja para todos aquellos que le aman en la tierra. Cuando lleguemos al cielo, seremos testigos de una alegría maravillosa.

Esta obra perdurará hasta el último día. La gloria y la santidad que emanarán de esto subsistirán en el cielo, delante de Dios y todos sus santos, para siempre... Esta será la mayor alegría: ver que Dios mismo es el autor.

El hombre, él, no es más que pecador. Me parecía que nuestro Señor me decía: "¡Ve pues! ¿No tienes allí ocasión para humillarte? ¿No tienes allí ocasión para amar? ¿No tienes allí ocasión para conocerte a ti mismo? ¿No tienes allí ocasión para regocijarte en mí? Entonces, por amor a mí, regocíjate en mí. Nada puede gustarme más".

Fraternalmente,


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Juliana de Norwich (1342- 1416), reclusa inglesa
Revelaciones del amor divino, cap. 35-36

25 de septiembre de 2012

Testigos

Paz y bien

Un perro ladra cuando su amo es atacado. 
Yo sería un cobarde si es atacada la verdad de Dios 
y permanezco en silencio.  (Juan Calvino)

Un testigo da su palabra, compromete con su palabra y con ella su honor y su vida; pero no siempre se hace caso al testigo ni se le tiene en cuenta.

El testigo, por dar su palabra, es una voz; una voz que afirma la verdad, que defiende los derechos de la verdad; pero una voz, que en muchas ocasiones resuena en el desierto; vale decir, una voz que nadie escucha, a quien nadie hace caso...

Pero la importancia del testigo no es tanto que sea una voz escuchada y aceptada, cuanto una voz que suene, que siempre persista en sonar, que no se canse de gritar; eso es lo que hace que sea voz; pues si calla, deja de ser voz para convertirse en un silencio... que podrá ser conformismo y tácita aceptación.

Mi vida deberá, pues, ubicarse en la categoría de voz que oportuna e inoportunamente suena, habla, llama la atención, exhorta, reprueba, orienta; una palabra, una voz que, cuanto mayor es el desierto en el que suena, más intensa es su decisión de persistir.
“Todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios, ofrézcanse a si mismos como hostia viva, y santa y grata a Dios y den testimonio por doquiera de Cristo; y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna, que hay en ellos” (LG, 10)
Fraternalmente,


24 de septiembre de 2012

Libres

Paz y bien

Eres libre para desperdiciar tus energías en la culpa y el odio o para perdonar y perdonarte.

Eres libre para aferrarte al miedo y perder el rumbo o para aferrarte al amor y avanzar en la luz.

Puedes sentarte a llorar y a criticarlo todo y también puedes apreciar todo lo bueno y aportar.

La vida también ha sido dura para los que han dejado una buena huella, sólo que ellos eligieron tener fe y actuar con amor.

Desde un lóbrego y sucio pesebre hasta una doliente cruz, Jesús eligió dar amor e irradiar luz.

Su vida no fue fácil y tampoco lo es la tuya, pero eres libre para sembrar o arrancar, renegar o aceptar.

Simplemente toma lo mejor de la vida, atrae con tu mente lo bueno y aprende a dar sin esperar recibir.

Ámate mucho y entonces el amor fluirá de ti hacia todos como brota el agua pura de una manantial.


Gonzalo Gallo



Dominus Providebit

23 de septiembre de 2012

Ser los últimos

Paz y bien

25º Domingo, B, Marcos 9, 30-37

¡Qué humano es querer ser reconocido! Y qué poco sobrenatural, porque, como dice san Gregorio Magno, «sólo quien ama en verdad a Dios no se acuerda de sí mismo». Aquí tenemos una señal de nuestra humildad, y en definitiva de nuestro amor a Dios. Sería una pena que hiciéramos el bien con el secreto deseo de autofelicitarnos o de recibir la gloria de los demás.

Es una necedad vivir de cara al público, intentar que se hable de uno mismo, inquirir qué opinión tienen. Además es fuente de sufrimiento y de envidia. Lógicamente haremos muchas cosas bien, para la gloria de Dios y el bien de los demás. Pero aunque no nos lo reconozcan -mejor si no lo advierten- no hemos de tener pena ni sentirnos humillados.

Quien intenta actuar bien, nada le tiene que importar lo que puedan pensar o decir los demás. Lo único que importa es agradar a Dios. Eso sí que deja paz en el alma; incluso aunque, procurando obrar bien, se haya actuado mal.

Teresa de Lisieux lo vio con claridad y así lo vivió: «comprendí lo que era la verdadera gloria. Aquel cuyo reino no es de este mundo me enseñó que la verdadera sabiduría consiste en querer ser ignorado y tenido por nada, en poner su gozo en el desprecio de sí mismo. ¡Ah!, como el de Jesús, yo quería que mi rostro estuviera verdaderamente escondido, que nadie sobre la tierra me reconociera (cf. Is 53,3). Tenía sed de sufrir y de ser olvidada» (Historia de un alma).
Señor, ayúdanos a entender que todo lo de esta tierra –bienes y honores– nada valen en comparación con poseer tu amor, y que el amor se manifiesta en el servicio, en hacer el bien, en ayudar eficazmente. Que no queramos ser los primeros, si no es en el amor.
Fraternalmente,



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Huellas de Jesús Martínez García

2 de septiembre de 2012

Corazón recto

Paz y bien

22º Domingo, ciclo B, Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

El corazón designa la persona entera porque designa el fondo. Cada uno decide el bien y el mal ahí, por eso cada uno es moralmente el resultado de sus acciones: cada uno vale lo que valen sus obras, y por tanto lo que vale su corazón. Gran tarea la de educar el corazón en el bien para que vea el bien como bien y el mal como mal y se decida de un modo natural a escoger el bien. Hay quien sabe amar y hay quien no sabe más que amarse a sí mismo.

Como dijo Yahvé a Samuel cuando fue a ungir a David: la mirada de Dios no es como la del hombre; el hombre se fija en las apariencias, pero el Señor ve el corazón (1 Sm 16,7). Dios conoce por qué cada uno piensa como piensa y decide como decide.

Esto es lo que nos ha de importar: tener un corazón capaz de distinguir y amar el bien, que lleve a actuar con la intención de hacer el bien que Dios ve; el juicio de los hombres no ha de importarnos. Rectitud de intención, por tanto, a la hora de actuar, y sobre todo a la hora de formar la conciencia, para conocer los verdaderos bienes. Podemos engañar a otros, podemos engañarnos a nosotros mismos, pero a Dios no le engañamos.
Danos un corazón de carne, sensible ante el bien y el mal, sensible a las mociones del Espíritu Santo; un corazón semejante al Tuyo que de modo natural y espontaneo sufra por el pecado y se compadezca con quien sufre, que se alegre por el bien de los demás.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra, para que los hombres seamos buenos y santos en tu presencia. Oh Dios, que has instruido los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que sintamos rectamente con el mismo Espíritu y gocemos siempre de sus divinos consuelos.
Fraternalmente,





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Huellas de Jesús Martínez García