31 de marzo de 2013

Este es el día

 "Este es el día en que actuó el Señor, 
sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal. 117,24).

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

¡¡Feliz Pascua!! Paz y bien

María Magdalena fue la primera testigo de la resurrección de Jesús. Fue al sepulcro de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. María fue en busca de un Cristo muerto y lo encontró resucitado.

La resurrección es un tema difícil de tratar y de explicar. En nuestras sociedades "cristianas" no ha calado su sentido y su realidad. Son más las personas que creen en la reencarnación que en la resurrección. El motivo es bastante sencillo de explicar: la reencarnación es como una nueva oportunidad que se le da al ser humano, mientras que la resurrección es siempre una conclusión más que definitiva en el camino de la vida. Los cristianos creemos en la resurrección no en la reencarnación.

En un primer momento no cree en lo que Jesús había prometido. Va corriendo adonde estaban Pedro y Juan diciéndoles que se habían llevado al Señor. Los dos apóstoles corrieron hacia el sepulcro. Juan llegó primero a la tumba vacía pero no entró, se quedó mirando desde el mismo lugar que María Magdalena. Al momento llega Pedro y sí entra en el sepulcro.

Muchas veces nos pasa a los seres humanos la misma realidad de aquellos dos apóstoles. Los dos están experimentando la resurrección, pero uno lo ve desde la puerta y el otro entra donde ha tenido lugar el suceso. Quienes deseen tener un mayor conocimiento de las cosas de Cristo, han de bajar a la profundidad de la tumba, ver la realidad de lo que ha sucedido.

Pedro hace una labor de guía del otro apóstol. Aquél que había negado al Maestro en vida es el primero que se atreve a entrar en la realidad del misterio. Poco después Juan entra, vio y creyó.

El cristiano es aquel o aquella que ha entrado a la profundidad del sepulcro y es capaz de percibir el misterio como respuesta. La experiencia de cada cristiano es camino para andar otros hermanos en la fe.

¿Somos los cristianos testigos de la resurrección?

Esta es una pregunta que nos tenemos que hacer frecuentemente. ¿Es mi vida testimonio de resurrección? ¿Soy un buen ejemplo de resucitado?

La resurrección es vida, es nacer para la vida de Dios, estar en Él, disfrutar para siempre de su ternura y su presencia.

La resurrección es el motor de nuestra fe. Es lo que impulsa nuestro caminar.

Nunca he entendido a los cristianos que permanecen llenos de mil temores y dos mil desamores, pensando más en la condenación eterna que en la resurrección eterna. Se olvidan estos hermanos que la muerte redentora de Cristo es siempre invitación a la nueva vida resucitada.

Existen también esas otras resurrecciones diarias que se dan en nuestra vida. Es la resurrección de quien ha cambiado de vida escuchando la Palabra de Dios, la del que ha vuelto del pecado a la gracia porque supo bajar a la tumba donde estuvo enterrado Jesús y descubrió que ya no estaba allí, y emprendió así la gran ruta espiritual del conocimiento de Dios.

Resucitar es dejar que Dios tome la ultima palabra en mi vida. Es no ponerle obstáculos para que se haga realidad su promesa de vida eterna.
Despojémonos de este mundo, y revistámonos de Cristo... ¡Esforcémonos en desvestirnos así, para revestirnos de cosas invisibles e imperecederas! Esforcémonos en crecer en gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, día a día, año tras año, hasta que nos lleve con Él... en el Reino de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y nuestro Dios. (Beato J. H. Newman)
Fraternalmente,



Homilia del P. Mario Santana Bueno

30 de marzo de 2013

A pesar del dolor... soy Su esclava

Paz y bien

Ahora sé que elegí bien la palabra: «Esclava, esclava». Pude decir sencillamente: «Dile que sí, que estoy de acuerdo». O responder: «El sabe que estoy a sus órdenes». O preguntar: «¿Acaso Dios tiene que pedirme a mí permiso?» Pero dije: «He aquí la esclava», sin comprender hasta qué punto me convertía en lo que estaba diciendo, en alguien a quien arrastrarán siempre con los ojos cerrados por túneles oscuros que jamás entenderá.

Conducida del gozo al dolor, del dolor al espanto, del espanto a este vacío de ahora en el que mi corazón es un lagar molido, un cesto de cenizas, una cadena de muertes. Si sabías que esto acabaría así, ¿por qué elegiste una madre? ¿Por qué no naciste como el pedernal, en la montaña, en lugar de entrar en el pobre seno de una mujer que no podría soportar tanta desgarradura? Todas las madres dicen: «Los hijos son difíciles de entender, crecen, crecen; tu crees saber hasta la más mínima de las arruguitas de su cara. Y un día descubres que han crecido tan desmesuradamente que no acabas de creerte que un día han estado dentro de ti. Pero tú…

Es como si hubiera engendrado un gigante, parido una montaña, albergado dentro todas las cordilleras del universo entero. Siempre supe que me desbordarías. Cada vez que en tu vida quise descender al fondo de tus ojos entendí que me perdía por los vericuetos de tu alma. Tú eras, desde luego, un hombre. Yo lo sabía como nadie. Pero también más, también un vértigo a cuya orilla yo no podía ni asomarme. Crecías, crecías, como si tuvieras que vivir muchos años dentro de cada uno de los tuyos, como si te sobrase alma y la pobre piel que la ceñía fuera a estallar en cada hora. Y Yo, cuando te abrazaba ¿cómo podía abrazarte? Me dolías de tanto como te olía el alma a vida y a muerte.

Que vendría el dolor, lo supe siempre. Bien me lo dijo Simeón antes de que Tú aprendieses a andar. Pero que el dolor fuese esto, no pude ni sospecharlo: oír el gotear de tu sangre, de «Nuestra» sangre, cayendo sobre el silencio de esta hora, sonando cada gota con más crueldad que los mismos martillazos. Se clava en mí el retumbar de cada gota, como un clavo que me penetra dentro, dentro, dentro, más dentro, allí donde el alma está en carne viva. ¡Ah, tus manos! Yo las vi gordezuelas, buscando mi pecho, enredando en mi pelo, besadas, mordisqueadas por mí, rubias de trigo nuevo, tendidas para acariciar mi rostro, partiendo el pan por mí amasado. ¿Y estaba preparándolas yo para ese hermano clavo que acabaría poseyéndolas, destrozándolas, desgarrándolas como abrías Tú el pan?

Hijo, hijo, perdóname, perdóname por seguir viva cuando Tú estás muriendo, Perdóname por no saber decirte nada en esta hora, por no saber ni orar, por tener el alma como el desierto de los desiertos, por no saber ni estar contigo, por no tener en esta hora otro oficio que el de estar cansada y decirte: hijo, hijo, hijo. He entrado en el túnel de Dios. Y está oscuro. A los dos nos ha abandonado. Y ni siquiera nos ha abandonado juntos. Encerrado cada uno en su abandono como en un «bunker» de piedra, en dos vacíos gemelos pero separados.

Conocía la noche de la fe, pero nunca creí que fuera tan profunda. Ni una sola ventana con luz en el alma. Sólo creer, creer, apretar los puños del alma, esperar, agarrarte a los barrotes de tu cárcel, entrar en las entrañas de la oscuridad. Sin ángeles, sin voces de lo alto. Sólo la noche y el seguir escuchando el golpear feroz de los martillazos como látigos. Y el galopar de la muerte que se acerca. Y ojalá fueran, al menos, dos muertes las que se acercan.

«Dios te salve, María, dijo el ángel. ¿Salvarme? ¿No es acaso ahora cuando tendría que salvarme y salvarte? ¿Llena de gracia quería decir llena de dolor y de muertes? ¿La gracia es esta espada que nos pulveriza? Gabriel, Gabriel, ¿dónde te has metido? Y si al menos ahora viviera José… Ah, José, amor mío, ¡qué daría yo ahora por tenerte junto a mí y reclinar mi cabeza en tu hombro! En la noche no hay nada. Sólo la noche. Y la certeza de que el sol vendrá mañana. Pero, ¿cuántos siglos faltan para mañana? Dímelo, hijo, respóndeme: ¿Es que siempre hay que salvar con sangre? ¿tan hondos son los pecados de los hombres que sólo pueden borrarse con manos y frente desgarradas? Yo acaricié tantas veces tu frente cuando, de niño, tenías fiebre. Pero las espinas, no, nunca pude imaginarlas. Salíamos al campo, corrías, jugabas con las zarzas. «No vayas a pincharte» Y reías, reías. Yo te veía crecer siempre con miedo. Ah, poder encerrarte para siempre en la infancia, retenerte, disfrutarte.

¿Por qué crecen los hombres, a dónde van, qué prisa tienen? ¿Qué les lleva a la muerte? ¿Una misión será más fuerte que la vida? Tu corazón estuvo siempre tirado, arrastrado por invisibles caballos, como por un hilo que te sujetara desde la eternidad. Tenías que salvar. Como si todas las otras vidas fuesen más importantes que la tuya. Te veo yéndote, como si fuera un pecado cada hora dedicada a ser feliz. «Si el grano no muere, es infecundo», decías. Y tenías que subirte a la cruz, como un suicida, como un amante, enterrándote, sin que entendieran tu entrega ni tus propios apóstoles. Esos pobres que han acabado fallándote. ¿Es que no lo supiste desde siempre? Veo el rostro de Judas, ese muchacho asustado que parecía temblar cada vez que oía la palabra «amor». Me habría gustado ser su madre. Tal vez, entonces… Cuánto le quise y le temí.

Escuchaba tus palabras no como quien las bebe, sino como quien las cuenta, como quien las numera con el alma retorcida. Y ahora, ¿dónde está? ¿dónde estás, Judas, hermano mío, hijo mío? Tu aullido es la gran sombra de esta tarde, un viento helado, una noche de invierno, una sed imposible. Hiel y vinagre suben por mi boca. Y Tú, pequeño mío, ¿por qué agitas ahora la cabeza? ¿qué nube de murciélagos quieres espantar de tu mente? No, no tengas miedo: el Padre tiene que estar orgulloso de ti, como ,o está tu madre. Has cumplido, has cumplido y El lo sabe, aunque esconda su rostro. Yo sé y Él sabe que has sido un valiente, digno de ser lo que eres: mi hijo y mi Dios. Ese Dios diminuto cuyo cuerpo lavé yo tantas veces, cuyas manos creadoras y pequeñitas cabían en las mías. Me quedaba mirándote y pensando: No es posible, no es posible que «esto» sea Dios; y tu boquita me hacía daño al mamar. Ea, ea, mi Dios. Aquella leche iba volviéndose sangre de Dios, la misma que ahora derramas. ¡Pero dejadle morir al menos! Muere por vosotros, ¿no lo entendéis? Un hombre puede ser redimido mientras se carcajea de su Redentor. La Humanidad es ciega. Ceguera. Un océano de ceguera nos rodea. ¡Si al menos supieran a Quien están matando! Tú jugabas a mi lado como los demás niños. Y nadie sospechaba. Como ahora. Si hubieran sabido con Quien jugaron, a Quien crucifican, morirían de espanto. Mejor que ni siquiera lo imaginen, pobres, pobres hombres. Pero yo no puedo permitirme el lujo de estar ciega. Yo sé. Yo mido el volcán sobre el que caminamos, el vértigo de Dios, la página que gira el Universo.

¿Te duele, niño mío? ¡Ah, si al menos volvieras hacia mí esos tus ojos misericordiosos! Pero lo entiendo: ahora estás redimiendo. ¿Qué tiempo podría sobrarte para sentimentalismos? No, no tengo yo derecho a robar a los hombres ni una sola esquirla de tu muerte. Aunque también mueres por mí. También yo necesito de su sangre. Me redimes con la que te presté. ¿Y ahora? ¿No es demasiado, hijo, lo que me estás pidiendo? ¿Habiendo sido madre tuya, cómo podría serlo de tus asesinos? Pero si fui esclava una vez, seguiré siéndolo. Que entren, que entren en mi seno. Se ha desgarrado tanto en esta hora, que ya me caben todos.

Y Tú, descansa hijo. Deja caer de una vez tu cabeza. Y descansa en la muerte. Ella no te hará daño. No podrá vencerte. Cruzará por tus venas, triturará tu sangre, pero Tú tienes tanta vida en ti que ella no durará mucho sobre tus dominios y se irá, derrotada, asombrada de haber podido estar alguna vez sobre su Dios. Y yo cuidaré tu cuerpo. Iré quitándole una a una las espinas, besándote las llagas, cerrando tus ojos, aunque al hacerlo el universo se oscurezca. ¡Ah, si pudiera volver a llevarte dentro, ah, si pudiera parirte otra vez y no sólo tenerte derrumbado sobre mis pobres brazos! Descansa, hijo. Y vuelve, vuelve pronto. Y si puedes, regresa con todas tus heridas, para que ni yo ni nadie lo olvidemos, tanto amor, tanto amor. Vuelve con todas tus sangrientas condecoraciones, hermano nuestro, hijo mío, mi Dios.
   
Fraternalmente,



Texto del Padre  José Martín Descalzo

   

29 de marzo de 2013

El trono de la cruz

Paz y bien

“El pueblo que caminaba en tinieblas vió una gran luz, habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló” (Is 9,1), la luz de la redención. Viendo al que los oprimía herido de muerte, este pueblo salió de las tinieblas para entrar en la luz. De la muerte pasó a la vida.

El madero de la cruz sostiene al que creó el universo. Padeciendo la muerte para que yo tenga vida, aquel que sostiene el universo está clavado en el madero como un muerto. Aquel que con su aliento infunde vida a los muertos, exhala su espíritu desde la cruz. La cruz no le avergüenza sino que es el trofeo que da testimonio de su victoria total. Está sentado como juez justo en el trono de la cruz. La corona de espinas que lleva en la frente atestigua su victoria: “pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33)

Las mismas piedras del Calvario, donde, según una tradición antigua fue enterrado Adán, nuestro primer padre, levantan su voz para testimoniar el triunfo de la cruz. “¿Adán, dónde estás? (Gn 3,9) grita de nuevo Cristo en la cruz. “He venido hasta aquí en tu busca, y para poderte encontrar, he extendido los brazos en la cruz. Con las manos extendidas, vuelvo al Padre para darle gracias por haberte encontrado, luego mis manos se extienden hacia ti para abrazarte. No he venido para juzgar tu pecado, sino para salvar por mi amor a todos los hombres. (Jn 3,17) No he venido para declararte maldito por tu desobediencia, sino para bendecirte por mi obediencia. Te cubriré con mis alas, encontrarás refugio en mi sombra, mi fidelidad te cubrirá con el escudo de la cruz y no temerás el espanto nocturno. (Sal 90,1-5) porque conocerás el día sin ocaso (Sab. 7,10) Rescataré tu vida de las tinieblas y las sombras de la muerte. (Lc 1,72) No descansaré hasta que, humillado y abajado hasta los infiernos en tu busca, te haya introducido en el cielo.

Fraternalmente,




Textos de San Germán de Constantinopla (¿-733), obispo In Domini corporis sepulturam; PG 98, 251-260

24 de marzo de 2013

Deja que tu vida mire a la cruz de Cristo


Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Paz y bien

No es fácil acercarse a la pasión del Señor cuando todo a nuestro alrededor es un bullicio de invitaciones a alejarse del dolor y del sacrificio por los otros. La televisión nos repite una y otra vez en forma de anuncios que debemos de vivir para nosotros, tener el mejor cuerpo, la mejor salud, el mejor coche, el mejor refresco o la mejor colonia... No es fácil ver nuestro dolor y nuestra miseria por televisión. Bien es verdad que nos dejan ver la de otros, pero sólo momentáneamente entre anuncio y anuncio consumista.

No hace mucho me preguntaban sobre el significado de la muerte de Jesús en la cruz. Al decirle que era para salvarnos se quedó con más dudas. Ya saben que la gente entiende que cuando uno se salva es cuando queda bien, cuando se triunfa, pero ellos ven que Jesús quedó clavado en la cruz...

La semana santa empieza con la entrada triunfal de Jesús, es como un escaparate desde donde se pasa del halago al sufrimiento, de la muerte a la resurrección.

La Pasión de Cristo no ha perdido ni perderá nunca actualidad. Cada uno de los personajes que aparecen en ella se hacen las mismas preguntas de las personas de todos los tiempos. ¿Qué significado tiene dar la vida por los demás? ¿Por qué existe el dolor y el sufrimiento? ¿Qué sentido tiene el sufrir?

La gran pregunta del millón es ¿Qué respuesta nos da la Pasión de Jesús?

Cada ser humano tiene en su vida sus cruces y su cruz. Las cruces normalmente las ponen los demás: el carácter y los traumas del otro; la mala relación con alguien determinado; el día a día lleno de sufrimiento por las incomprensiones de los demás; la dificultad en las relaciones humanas...

La cruz, en cambio, siempre es nuestra, está en nuestro interior; casi diría que vinimos con ella, es nuestra "cruz original". Nuestra cruz es lo que no podemos cambiar fácilmente y que tanto nos entristece y nos duele. En uno será el carácter, en otros el profundo sentimiento de soledad, en muchos la pérdida de la paz interior...

Jesús vino para darnos respuestas a las cruces y a la cruz. Para ello supo unir en sí mismo las cruces de los demás y su propia cruz. No era nada cómodo morir de esa manera cuando la vida te podía ofrecer otros horizontes. ¿Te has preguntado alguna vez por qué Jesús no murió plácidamente en una cama? ¿Qué misterio se encierra en la cruz?

Para superar las cruces, Jesús nos deja el perdón a los demás. Él perdona a todos desde lo alto de la cruz y fue un perdón dirigido a la humanidad entera. No fue solamente a aquellos que le proferían dolor e insultos sino a todos los que me infligen sufrimientos hoy, en este día. En la misma cruz perdona también al buen ladrón que se arrepiente. Ambas escenas son de la misma obra de la humanidad: el perdón al que peca para que su pecado no vaya a más y no haga y se haga más daño y el perdón al que se arrepiente. Arrepentirse significa reconocer que Dios es más que yo y que viendo mi error le dejo que entre a mi vida para que la transforme.

¿Qué actitud tomó Jesús ante este terrible sufrimiento? Dice el Evangelio de Lucas (22, 44): “En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.”

Sabía lección la que nos deja el Maestro: La oración ejerciendo su valor terapéutico y didáctico donde el dolor es sólo el alumno que tiene que aprender lo que dice un corazón que habla con Dios. El dolor con la oración adquiere una nueva perspectiva. Cuando una persona es capaz de poner el dolor ante Dios, es el propio Dios quien lo transforma en resurrección.

Cuando tengas un dolor, sea moral, sea físico, entra en pleno contacto con Dios y ya verás como no preguntarás el por qué, ni verás el sufrimiento como un fracaso. Descubrirás que ya no es el sufrimiento quien te domina sino es Jesús quien ha tomado las riendas de ese caballo desbocado que se llama dolor.

Jesús murió por mí para que yo entendiera quién soy yo y quién es Él. Supo salvarme sin aniquilarme sino dándome vida. No destruyó mi pasado de pecado sino que lo transformó en presente resucitado.

Hay muchas personas que tienen pendiente la difícil asignatura del dolor y el sufrimiento. Los cristianos no somos partidarios de la eutanasia pero tampoco somos masoquistas. Nuestra actitud va a la frase de Jesús:«Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

Aceptar la voluntad que Dios tiene sobre mí es encontrar un significado al dolor diario.

Puede ser que tú que lees esto hoy estés en la cruz en sus diferentes formas. Yo también lo he estado varias veces, y lo estoy. Mi palabra quiere ahora en este comienzo de la semana santa ser para ti.

Deja que tu vida mire a la cruz de Cristo. Pide al Señor en la oración no comprender el sufrimiento sino entender su cruz. Vive intensamente cada momento de esta gran aventura de la Pasión para que encuentres en tu vida no meras explicaciones sino el profundo significado espiritual que tiene.

Tenemos que ir a la cruz de Cristo no para entender sino para contemplar.

El sufrimiento es un misterio que sólo desde la voluntad y la cercanía de Dios tiene sentido.

Te deseo que esta semana santa sea en tu vida la primera semana de cambio en dirección hacia Jesús resucitado.

Fraternalmente,


Dominus Providebit



Huellas de Mario Santana Bueno


23 de marzo de 2013

Acoge a María en tu casa

Paz y bien

La hospitalidad es una virtud muy arraigada en algunos pueblos, y no porque abunden en medios materiales para deslumbrar con sus riquezas, sino sencillamente, porque tienen un corazón grande, abierto a todo aquel que lo necesita.

La presencia de María, la llena de gracia, siempre deja una buena estela a su paso. ¿Qué sucedió en casa de su parienta Isabel: Todos los de la casa se beneficiaron, pues, María no iba sola, llevaba al Salvador:

- Juan salta de gozo en el seno materno, es santificado por la presencia de Jesús, que llegó a él por María, quien lo lleva en su seno.

- Isabel quedó llena del Espíritu Santo y experimentó que María era la Madre del Salvador y como tal la proclamó.

- Zacarías recupera el habla.

Ante este torrente de gracias que el Señor les dispensa, Isabel reconoce que no se las merece y que gracias a María las recibe, por eso exclama: "¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?" (Lc. 1, 43).

Los de Belén no le dieron posada (Lc. 2, 7). ¡De cuánto se vieron privados!. ¡Tantos años esperando la llegada del Mesías y dejan pasar aquella única oportunidad!. Las Escrituras lo decían, se cumplían las 70 semanas anunciadas por el profeta Daniel y en Belén de Judá nacería el Esperado. Los habitantes de Belén no descubrieron en María gestante a la Madre del Salvador ¿Qué idea se habían formado?. Por el comportamiento, que tuvieron, no se esperaban aquella visita llegada de manera insospechada.

Hacía unas semanas que Jesús se había marchado, María se había quedado sola, había comenzado a saborear una de las más hondas soledades, debido al vacío dejado por aquel Hijo. En Caná se encontraron Madre e Hijo, no parece que llegasen juntos, pues, de María se dice que estaba allí, y después llegó Jesús con sus discípulos. María debió de sentirse encantada de ayudar en el trajín de la boda, conocedora de que el vino se había terminado, busca poner remedio a aquella situación tan dramática para los recién casados. Ve la solución en Jesús, acude a El y le expone la necesidad: "No tienen vino" (Jn. 2, 3), de esa manera pide con la confianza de que lo resolverá. ¡Cuánto ganaron aquellos nuevos esposos por haber invitado a María a su casa!. Se libraron del bochorno social de no tener vino en una fiesta tan señalada. El Evangelio habla expresamente de "vino de boda", porque las familias pobres iban guardando vino para ese día, a veces durante años. En aquella ocasión María consigue el primer milagro para aquellos recién casados.

Cuando Jesús va a morir confía a Juan el cuidado de su Madre, éste desde aquella hora la acogió en su casa (Jn. 19, 27). Jesús nos había dado a su Madre para nosotros, representados en Juan. Todo discípulo que la acoge llega a Jesús, pues, Ella nos ha hecho una sola recomendación: "Hagan lo que El les diga" (Jn. 2, 5). Estando con María en nuestra casa:

Llegaremos siempre a Jesús.
 Profundizaremos en su amor.

Fraternalmente,




Textos del Padre Tomás Rodríguez Carbajo 

20 de marzo de 2013

Entonces conocerán la verdad...

Paz y bien

En lo más profundo de su conciencia descubre el hombree la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente (Rm 2,14-16). La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla.

La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda razón. Con frecuencia, sin embargo, la fomentan de forma depravada, como si fuera pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina (Gn 1,26) en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión (Si 15,14) para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección. La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección...

El hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes. La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios.

Fraternalmente,

Textos:  Concilio Vaticano II - Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, “Gaudium et Spes”, §16-17

18 de marzo de 2013

Verás al descubierto la luz misma

Paz y bien

Los fariseos le dijeron: "tú das testimonio de tí mismo y tu testimonio no vale"... Jesús les respondió: "sí, yo doy testimonio de mí mismo y mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y a donde voy". La luz muestra los objetos que alumbra, y al mismo tiempo se muestra a ella misma...  “Yo sé de dónde vengo y a donde voy."
   
El que está delante de ustedes y el que habla posee lo que no dejó: viniendo aquí abajo, no dejó el cielo, y regresando allí, no nos abandonó... Esto es imposible para el hombre, esto es imposible para el mismo sol: cuando se dirige hacia occidente, abandona oriente y, hasta que regresa a oriente, no está allí más. Pero nuestro Señor Jesucristo, viene sobre tierra y está en el cielo; regresa al cielo, y está sobre tierra...

San Pedro escribe: "Así hemos visto confirmada la palabra de los profetas, y ustedes hacen bien en prestar atención a ella, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones." (2P 1,19). Cuando venga nuestro Señor, según las palabras del apóstol Pablo, "...él sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas" (1Co 4,5)... Ante tal luz, las antorchas no nos serán necesarias: no leeremos más a los profetas, no abriremos más las epístolas de los apóstoles, no pediremos más el testimonio de Juan Bautista, no necesitaremos más el Evangelio.

Todas las Escrituras, que nos sirvieron de antorchas en medio de la noche de nuestro mundo, desaparecerán... ¿Qué veremos?... "Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios." (Jn 1,1). Vendrás a sacar de la fuente de donde surgió el rocío que te fue dado, de donde salieron estos rayos quebrantados que llegaban dando mil rodeos hasta tu corazón envuelto con tinieblas. Verás al descubierto la luz misma... "... y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es." (1Jn 3,2)...

Agrega San Agustín... Yo, yo voy a dejar este libro; fue bueno gozar de su luz juntos, pero aunque no lo tengamos, no perdemos esta luz.

Fraternalmente,



Huellas de San Agustín, Sermón sobre el evangelio de Juan, n° 35, 4-5.9

17 de marzo de 2013

No hay cambio sin no hay encuentro con El


Domingo 5 de Cuaresma - C - Juan 8 1 - 11

Paz y bien

Le piden que dé su veredicto. Jesús trae una nueva ley superior a la de Moisés en contenido y exigencias. No se trata de cumplir mecánicamente lo que hay que hacer, sino ir poco a poco teniendo un corazón limpio y una mirada limpia de la que salga todo el amor y bondad de la que se es capaz. Tener un corazón limpio es la mejor manera de entender las exigencias del Evangelio y saber aplicar las normas con una recta justicia.

Hay ocasiones que en la pastoral de Iglesia se producen acciones que nos despistan o que pueden incluso confundirnos. Si entendemos mal lo que es la justicia que Jesús quiere y, llevados de una falsa comprensión de la caridad dejamos que el pecado siga estando en el pecador, y lo que es más triste, que tratemos de justificar el pecado en nombre de la comprensión humana, estaremos haciendo un flaco servicio al amor de Dios. Es delicado tratar el pecado sin la comprensión de Dios porque siempre podemos encontrar explicaciones racionales a las cosas que hacemos. Mirar el pecado más allá de nuestras limitaciones humanas es darnos cuenta que la libertad del ser humano no siempre va orientada hacia su libertador. Ser profeta es descubrirle al otro la dimensión de su pecado y la llamada a la misericordia de Dios en un cambio real de vida. No estamos llamados los cristianos a ser catalogadores de pecados ni de pecadores, estamos invitados a ser los proclamadores de las misericordias de Dios para con los que se arrepienten. No caigamos en la trampa de pensar que utilizando la sola comprensión de las ciencias humanas (psicología, sociología...) llegaremos a entender la hondura real del pecado. El pecado es otra dimensión que sólo los espirituales pueden sondear y sanar indicando al pecador el camino del encuentro con Jesús.

Peco y soy como soy no porque haya nacido en una familia desestructurada y mi infancia esté llena de dolor, y en mis años de juventud tuve todo tipo de vicios... El pecado está presente en mi vida, soy presa del pecado, porque todavía no he tenido un encuentro cara a cara con el Señor que sea tan fuerte que transforme mi vida...

El origen del pecado no es el pasado de mi vida. El pecado siempre es presente, siempre es ausencia de Dios en este momento de mi vida... Superar el pecado es comenzar una vida nueva donde el pasado queda ya olvidado y sólo queda mirar hacia adelante. La vida nueva es el encuentro real con Jesús.

Si Jesús perdonaba a la mujer le acusarían de contradecir la ley de Moisés y fomentar el pecado, cosa indigna en quien profesaba la rectitud y la pureza de un profeta.

¿Cómo solucionó Jesús este laberinto donde se confunde ley con misericordia?

Al principio se comportó como si no le diese importancia al asunto. Es la única vez que la Palabra menciona al Señor escribiendo. Cuando nos proponemos cosas difíciles no hemos de precipitarnos a la hora de responder sino contar diez antes de hablar.

El Maestro nombrado juez por aquellos da un salto espiritual y va más allá de lo meramente jurídico, va al corazón de los acusadores y allí encuentra las mismas miserias que condenaban en aquella mujer.

Le insisten nuevamente con más preguntas. Esperan una respuesta. Jesús volvió contra ellos mismos el veredicto que formulaban contra la mujer. Ellos pedían un veredicto legal y Jesús les ofrece un veredicto desde sus conciencias.

La conciencia es la luz de Dios depositada en el interior de cada persona, y una palabra de Cristo puede reavivar esa luz y poner la oscuridad del pecado a la amorosa presencia de Dios. El pecado nunca podrá ocultar la luz de Dios. Pase lo que pase en la vida de una persona siempre podrá volverse a la luz limpiadora de Cristo.

Les dijo que el que no tenga pecado que tire la primera piedra. No les está hablando de los pecados que habían cometido en el pasado, les está preguntando por sus pecados de hoy. Uno a uno se marcharon.

La mujer se quedó a solas con Jesús. Ella no trata de culpar a los otros ni disculparse con elaborados razonamientos. Sólo se quedó esperando el veredicto que los otros demandaban. El Señor no le dijo "Vete y haz lo que quieras", sino que le urgió: "Vete y no peques más". Ya saben ustedes que en el camino de nuestra vida material el encuentro con Jesús no es definitivo; una y otra vez estaremos escuchando esa frase de "Vete y no peques más..." hasta llegar al encuentro definitivo donde la frase de Dios será otra: "Vengan benditos de mi Padre..."

No es suficiente reconocer el pecado; hay que cambiar el pecado por vida nueva.

Miro mi vida siempre al borde de la tentación y me miró frágil en mis adentros. Mi misión es predicar el amor de Dios pero me encuentro muchas veces con normas , reglamentos, ideologías, que quieren imprimir en mí otra mirada distinta a la de Jesús. Pido a Dios que no me haga juez de los demás, que me dé mirada limpia para saber que más allá del pecado siempre hay un ser humano sediento de misericordia. Pido a Dios su sabiduría para ser un fiel testigo del justo amor de Dios.

Una persona puede tener muchos pecados, pero los cristianos, incluso en esas situaciones que nos sumergen en el lodazal del pecado, tenemos que decirnos una y otra vez: "no estoy orgulloso de mis pecados... me avergüenzo de ellos..." Este ejercicio lo hago con frecuencia en mi vida. No quiero estar orgulloso de mis pecados, sólo quiero estar orgulloso de lo que Cristo con su sangre hace cada día por mí.

Hay personas que creen que nunca van a superar sus pecados y miserias humanas. A estas personas hay que recordarles que es necesario ese encuentro, ese silencio meditativo, ese saber estar cerca de Jesús para sentirse perdonado por Él y ese perdón nos llevará siempre a un cambio real de vida. No hay cambio si no hay encuentro con Él, aunque sea que por motivo de un pecado nos hayamos acercado al encuentro con su misericordia...

Fraternalmente, 

16 de marzo de 2013

A mi Madre, María


Paz y bien

Yo no la conocía, confeso Guillo. La descubrí desde los brazos de mi madre. En la plaza Mitre repleta de gente, ella me levanto en sus brazos para que pudiera verla. Como por su rostro corría una lágrima, yo miré hacía donde ella miraba y entonces la vi. Cargada en andas por sus devotos y enlutada, salía del templo para la procesión Nuestra Señora de los Dolores. La madre de Dios y de todos. La multitud la saludaba con vivas agitando pañuelos. Sonaban las campanas aquel septiembre con olor a azahares.

Sí, dijo Guillo, mi madre me contuvo en su vientre. Me dio a luz, me alimentó. Se gastó y desgastó trabajando por los hijos. Algunas cosas le salieron bien y otras no tanto.

Pero de todo lo que hizo, lo mejor, lo más sabio y tierno ha sido ponerme en el regazo de la Madre de Dios. Sí, mi madre me puso en el regazo de la Madre de Dios.

Haciéndolo me ha dicho claramente, aún sin palabras: Soy tu madre pero Ella es la Madre mayor, la más fuerte, la más santa, la verdadera y gran Madre. Yo solo soy madre tanto cuanto la imito, porque ella es mi ejemplo. Solo en el regazo de la Madre del alma alcanzarás estatura de hombre. Si Dios puso a su Hijo Jesús en el regazo de María Santísima, cómo no voy a hacerlo yo con mi hijo”.

Gracias madre por esto, dijo Guillo, y sintió más ternura y amor por su madre por este gesto suyo de ponerlo en este espacio sagrado, donde la ternura de Dios cura las penas y fecunda gozos increíbles.

Desde el regazo de María las cosas se ven distintas porque es la dimensión de la fortaleza extraordinaria de la fe y el amor sin límites.

Si el hombre más hombre de la historia, aquel que combatió a la muerte y la venció, goza de la compañía y el abrazo de su madre, ¿cómo voy a tener vergüenza yo de sentirme hijo y de gozar el regazo donde me consagraron desde niño? afirmó Guillo.

Que la ‘Madre del alma’ bendiga a todas las madres que hacen así.

Fraternalmente, 




Huellas del Padre Guillermo Ortiz SJ

14 de marzo de 2013

Todo es posible

Paz y bien.

Después de la designación de Francisco I, la reflexión de hoy, viene como anillo al dedo, sobretodo por los tantísimos deseos de cambio en la Santa Iglesia Católica.

Nunca digas “Lo que está perdido, perdido está”. Es mucho más constructivo que pienses y digas que lo que está perdido, tu lo puedes encontrar, y lo que está caído tu lo puedes levantar.

Y esto, tanto en ti como en los demás, en ti pues hallarás en tu vida buenas costumbres perdidas, buenos hábitos olvidados, santos propósitos descuidados, resoluciones no cumplidas; todo eso puedes y debes recordarlo, encontrarlo, cumplirlo; y en los demás, porque también en ellos podrás notar descuidos, hijos no tanto de la mala voluntad, cuanto de la humana debilidad, y tu puedes y debes ayudarles a su mejoramiento.
De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños. (Mateo 18, 14)
Desesperar de la bondad de Dios puede ser el mayor pecado que cometemos y, si esperas en Dios con sinceridad, todo puede llegar a conseguirse; aunque todo esto deberás hacerlo en los demás con tacto y caridad, y en ti con firmeza y constancia.

Fraternalmente,

13 de marzo de 2013

Francisco I, Vicario de Cristo


Paz y bien

Con emoción comparto la hermosa oración de Arcendo. La Santa Iglesia Católica está de fiesta! Primer Papa jesuita de la historia! Primer Papa latinoamericano de la historia!
 Oh Jesús, Rey y Señor de la Iglesia: renuevo en tu presencia mi adhesión incondicional a tu Vicario en la tierra, el Papa FRANCISCO I. En él tú has querido mostrarnos el camino seguro y cierto que debemos seguir en medio de la desorientación, la inquietud y el desasosiego. Creo firmemente que por medio de él tú nos gobiernas, enseñas y santificas, y bajo su cayado formamos la verdadera Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Concédeme la gracia de amar, vivir y propagar como hijo fiel sus enseñanzas. Cuida su vida, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad. Aplaca los vientos erosivos de la infidelidad y la desobediencia, y concédenos que, en torno a él, tu Iglesia se conserve unida, firme en el creer y en el obrar, y sea así el instrumento de tu redención. Así sea.
Fraternalmente,



Egoísmos


Paz y bien

Nada hay más repugnante que el egoísmo, ese vicio que nos hace mirarnos a nosotros mismos sin dignarnos prestar atención a los demás, sean ellos quienes fueren.

El egoísmo constituye a nuestra persona en centro de la vida, independizándose de Dios en el campo de la conciencia y de la comunidad humana en el ámbito social; si se piensa en los demás, es en tanto y en cuanto puedan sernos útiles para nuestras conveniencias y avaricias. El egoísta quita a Dios el incienso de la adoración y a la comunidad el servicio que le corresponde y necesita.

No conoce el egoísmo otra norma que la especulación del interés personal: el fraude al ciudadano o a la patria, el abuso y la opresión de los necesitados y humildes, el cálculo usurero.
“Si alguien cree que es un hombre religioso, pero no domina su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad es vacía” (Sant. 1,26)
Las palabras egoístas salen de un corazón egoísta y el corazón egoísta seca las fuentes de la vida, de esa vida que es la gracia del Señor.

Fraternalmente,


11 de marzo de 2013

Semáforos

Paz y bien

El hombre es libre y por ser libre, tiene conciencia que le señala cual es el bien, que en su libertad ha de elegir y cual es el mal, que ha de rechazar.

La conciencia en muchas ocasiones es el semáforo verde, que da paso libre al actuar del hombre; pero otras es el semáforo rojo, que alerta sobre las prohibiciones del paso, del peligro de una colisión mortal.

Una ciudad dinámica no puede prescindir de los semáforos controladores del tránsito y el hombre de hoy, atormentado y golpeado por tantos incentivos, no puede prescindir de los semáforos de su conciencia que permite o prohíbe.

La conciencia es el juicio práctico de la razón humana, iluminada por los altos principios de  la ley natural, que es la ley eterna de Dios, participada por la criatura racional. Como en mi ser dependo de Dios, también dependo de El en mi actuar.
Este es para nosotros un motivo de orgullo: el testimonio que nos da nuestra conciencia de que siempre, y particularmente en relación con ustedes, nos hemos comportado con la santidad y la sinceridad que proceden de Dios, movidos, no por una sabiduría puramente humana, sino por la gracia de Dios. (2 Cor 1, 12)
No son los hombres los que en último término deberán juzgarnos, sino el Señor; si el nos aprueba, no importa mayormente que los hombres nos desaprueben; aunque si los hombres nos desaprueban, deberemos examinarnos para ver si Dios nos aprueba.

Fraternalmente, 





10 de marzo de 2013

Ser hijo pródigo


Domingo 4 de Cuaresma, Lucas 15, 1-3. 11-32

Paz y bien.

Mientras tuvo dinero, aquel chico tuvo amigos y amigas, parecía feliz porque no le faltaba de nada. Pero en realidad no lo era. El estado de necesidad simplemente puso en evidencia la vaciedad de su corazón, la pérdida de su dignidad humana.

Hay una lógica en el bien y otra en el mal. Quien es bueno, aunque sea pobre o esté enfermo, puede ser un gran hombre, y saberlo. Quien hace el mal sabe que por ahí no lo es ni lo será. La dignidad del cristiano está en ser hijo de Dios. Quien comete pecado pierde la vida sobrenatural, y muchas veces hasta la dignidad humana. En ocasiones esto no se nota en la psicología o en la salud física; hasta que se entra en crisis, porque la vida sin Dios es un sinsentido. ¡Qué bueno es el sufrimiento porque hace recapacitar!

Volver en sí, dentro, en la conciencia, plantearse el sentido de la vida y de la muerte. Volver los ojos a Dios, que no nos limita con sus mandatos, y no está pronto al castigo. Al contrario, Dios es un Padre lleno de misericordia, que sufre al ver al hombre que se aleja de su verdad y sufre, y está pronto a conceder el perdón y a hacer fiesta. Ha hecho a cada un libre, y cada cual decide amar a Dios o marcharse. Él, sin embargo, espera al hombre que peca para que -libremente- vuelva a pedirle perdón. Porque el pecado es, en primer y ante todo, una ofensa contra el Cielo.

¡Cuándo aprenderemos que no vale la pena dejarse llevar por la tentación del pecado, que no compensa ni humanamente. Que es un engaño, y que se puede acabar... comiendo con los cerdos. Podemos ser muy felices y hacer felices a los demás, pero a veces no queremos. Sufrimos y hacemos sufrir. Hemos de hacer examen -volver en sí- y volver a Dios, que sólo desea nuestro bien.
¡Cuántas veces he de hacer de hijo pródigo cada día! No quiero quedarme en la caída; sí, me levantaré, volveré junto a mi Padre; volveré a ser el hijo que debo ser.
Fraternalmente,



Huellas de Jesús Martínez García

9 de marzo de 2013

El lugar de María Santísima

Paz y bien.

En todos los campos de nuestra vida pasamos por un periodo de inestabilidad, de progreso en la madurez, que llamamos crisis.

Los cambios tan radicales, que años atrás han afectado a la organización de la religión, indudablemente le tiene que servir para purificar la religiosidad, no para destruirla. Refiriéndonos a nuestra devoción a María diremos que el Concilio Vaticano II al hablarnos de ella nos dice que tenemos que limpiarla de una “falsa exageración”, no mermando para nada nuestro amor hacia Ella, sino colocándola en el puesto que le corresponde: No igual a Cristo sino inferior a El pues, es una criatura, no Dios.

En nuestra vida la prioridad la tiene que tener Cristo, ya que es la razón y el fin de nuestra condición de cristianos, María no puede suplantarlo, sino servirnos de ayuda como medio corto y seguro que nos lleva a El.

La grandeza de María se compagina perfectamente con su humildad de la “Esclava del Señor”, no se la damos nosotros con nuestras ideas triunfalistas y sofisticadas, sino que es el mismo Dios, quien se la ha concedido al escogerla, para que fuese su Madre, adornándola de todos los privilegios que tal condición exigía.

Nosotros no le ponemos ninguna grandeza, es Dios, sencillamente hemos de reconocerlas y agradecerle a Dios lo que ha hecho con María, pues, redunda en nuestro beneficio al ser también nuestra Madre.

La crisis no tiene que hacer tambalear nuestro amor a María, sino reflexionar sobre le puesto  que ocupa en nuestra vida:
  • No suple a Cristo, está junto a El.
  • No hemos de perderla, sin colocarla en su sitio.
  • Reconocer que María no hará nada a espaldas de Cristo, sino en perfecta sumisión a sus planes.
  • No es la solución mágica de nuestros problemas e insuficiencias, sino la Abogada poderosa ante Dios.

María en nuestra vida siempre tendrá razón de medio para terminar en Cristo.

Si centramos a María en nuestra vida, en la base de una sólida devoción, nadie nos la podrá derribar ni arrebatar.

Fraternalmente,




Huellas del Padre Tomás Rodríguez Carbajo

8 de marzo de 2013

El mandamiento del amor


Paz y bien,

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.” (Dt 5,6) Este es el mandamiento de Dios y él no puede pedir lo imposible. El amor es un fruto que madura en todas las estaciones y siempre está disponible. Todo el mundo lo puede coger. No hay límite que se imponga a nuestro deseo. La meditación y el espíritu de oración, el sacrificio y la intensidad de la vida interior son para todos nosotros los medios de alcanzar este amor.
   
Si no hay ningún límite es porque Dios es amor, (1Jn 4,8) y el amor es Dios. Lo que realmente nos une a Dios es una relación de amor. Y el amor de Dios es infinito. Y tener parte en este amor significa amar y darse hasta el sacrificio. Por esto, no se trata tanto de lo que hacemos como del amor con que lo hacemos, con que nos entregamos. Por esto, la gente que no sabe ni dar ni recibir amor son, aunque tengan muchas riquezas, las personas más pobres de los pobres.

Fraternalmente,




→ Huellas de Beata Teresa de Calcuta

5 de marzo de 2013

Perder el tiempo


Paz y bien.

Ya estamos caminando el tercer mes del año; los días ya se van pasando y el tiempo con ellos y la vida con él.

La gente común sólo piensa en pasar el tiempo; la gente de talento piensa más bien en aprovecharlo; porque, entre el pasado que ya no es y el futuro que aún no es, está el presente en el que residen nuestros deberes y que está bajo nuestra responsabilidad.

Una cosa es perder el tiempo y otra es emplearlo; el poeta lo dijo con acierto

Y continuo se te acuerde
de que el tiempo bien gastado
aunque parezca pasado,
ni se pasa, ni se pierde

¿Quien será el que pierde el tiempo? El que lo pasa sin ser útil ni para Dios ni para el prójimo.

A veces nos preguntamos que día habrá sido el más feliz de nuestra vida; no es difícil responder: cada día es el más feliz, porque cada día se nos presenta de emplearlo mejor en el servicio de Dios y de los prójimos, y en ese servicio precisamente radica nuestra felicidad y la de los demás.

La causa de la alegría será la práctica del bien... la acción en uno mismo, el esfuerzo por mejorar... nuestra acción apostólica que intenta hacer el bien en los demás; ojalá imitemos a Cristo, del que se pudo decir
“Todo la ha hecho bien” (Mc 7, 37)
Fraternalmente,


4 de marzo de 2013

Acoger a Cristo


Paz y bien.

La viuda de Sarepta acoge al profeta Elías con toda generosidad y agota toda su pobreza en su honor, aunque sea un extranjero de Sidón. Jamás había escuchado lo que dicen los profetas sobre el mérito de la limosna, y menos todavía la palabra del Cristo: «...porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer...» (Mt 25,35).

¿Cuál será nuestra excusa, si después de de tales exhortaciones, después de la promesa de recompensas tan grandes, después de la promesa del Reino de cielos y de su felicidad, no alcanzamos el mismo grado de bondad que esta viuda? Una mujer de Sidón, una viuda, encargada del cuidado de una familia, amenazada por el hambre y que ve venir la muerte, abre su puerta para acoger a un hombre desconocido y le da la poca harina que se le queda...

¿Pero nosotros, que hemos sido instruidos por los profetas, que escuchamos las enseñanzas de Cristo, que tenemos la posibilidad de reflexionar sobre el futuro, que no estamos amenazados por el hambre, que poseemos mucho más que esta mujer, tendremos excusa, si no nos atrevemos a compartir nuestros bienes? ¿ Descuidaremos nuestra propia salvación?...

Manifestemos pues hacia los pobres una gran compasión, con el fin de ser dignos de poseer para la eternidad los bienes futuros, por gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo.

Fraternalmente,



San Juan Crisóstomo ( c 345-407), sacerdote en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia - Sermón sobre Elías, la viuda y la limosna; PG 51, 348

3 de marzo de 2013

Espíritu de exámen


3º Domingo de Cuaresma - Lucas 13, 1-9

Es lógico que los alumnos, pasado un tiempo, realicen una prueba para demostrar al profesor y demostrarse a sí mismos el aprovechamiento. Es lógico que quien ha invertido su dinero en una empresa haga balance, y si no rinde, lo mejor es abandonar la empresa. Cada uno somos una inversión de Dios, nos ha dado mucho y libremente hemos de dar los frutos que Él espera. Nuestra vida no es nuestra, como si fuéramos independientes y pudiéramos hacer lo que nos viene en gana. Dios es el Señor de nuestra existencia.

La libertad tiene siempre el reverso de la responsabilidad: somos responsables del fruto bueno o malo que damos, o de la omisión del fruto debido. Dios tiene derecho a exigírnoslo. Y tan es así, que al final de nuestra vida nos va a pedir cuentas. Esta es la realidad.

Conviene que cada noche nos detengamos siquiera unos minutos para examinar nuestro día, lo que hemos hecho de bien, lo que hemos hecho de mal y lo que deberíamos haber hecho y no hicimos. En este examen de conciencia encontraremos acciones buenas, y serán causa para dar gracias a Dios, que es quien nos da todo; e indudablemente encontraremos cosas que hicimos mal, por las que hemos de pedirle perdón. La penitencia nos ayudará a ver mejor. Si no hacemos penitencia, pereceremos, pues no descubriremos el mal y no cambiaremos.

¿No es cierto que queda en mí mucha soberbia, mucha sensualidad, mucha pereza? ¿Por qué no soy alegre, optimista, esperanzado? ¿Qué frutos de fraternidad y apostolado he dado últimamente? ¿Cómo es mi oración? ¿Me quejo ante las contrariedades? ¿He hablado mal de alguien?
¿Qué frutos esperas, Señor de mí? Procuraré -con tu gracia- hacer lo que Tú esperas. Amante Jesús mío, ¡oh cuánto te ofendí!, perdona mi extravío, y ten piedad de mí. 
Fraternalmente, paz y bien



Dejó sus huellas Jesús Martínez García

2 de marzo de 2013

A la sombra de María


Decimos a veces de las personas, que tiene buena o mala sombra, no porque su paso junto a nosotros nos proporcione un bien o un mal, sino que nos referimos a un trasfondo que se respira en su actuar.

Si esta manera de hablar la aplicamos a María, tenemos que decir que tiene buena sombra, pues su manera de actuar está siempre guiada por la voluntad de Dios, su vida es un continuo “hágase tu voluntad”, a sí vemos cómo los resultados han sido siempre muy beneficiosos, pues, Ella es la corredentora, la Madre de la divina gracia.

Los que estaban alrededor de María, siempre encontraban en Ella su amor traducido a versiones distintas según las circunstancias: En ayuda servicial a Isabel, en salida airosa para los novios de Caná, en ejemplo a imitar al escuchar y practicar la Palabra de Dios, en entereza al afrontar el sufrimiento camino del Calvario, en aglutinante para los miembros de la primera comunidad apostólica.

La sombra benefactora de María sigue actuando sobre nosotros, su condición de Medianera de todas las gracias hace que su acción consoladora llegue a todos  y cada uno, pues, une en perfecta armonía su maternidad de los hombres y de Dios, debido a esta última tiene vara alta para conseguir todo lo que necesitamos sus hijos pecadores.

A su sombra el caminar fatigoso se hace más llevadero, el hastío de la rutina se suaviza, el hielo de la tibieza se derrite, la cuesta de la tentación la conseguimos alcanzar sin haber tropezado ni caído.

Acogidos bajo el amparo maternal de Nuestra Señora nuestro caminar es firme y seguro. Nadie ha acudido a Ella que quede defraudado, cada uno tenemos nuestra experiencia para confirmarlo.

Siempre que vayamos junto a Ella en nuestro cotidiano caminar nos sabemos seguros y tranquilos, pues, estamos protegidos por la sombra de María, quien siempre la tiene buena, pues, como Madre que es, se guía por el amor.

Fraternalmente, paz y bien.



Textos del Padre Tomás Rodríguez Carbajo