15 de abril de 2012

Incrédulos

Paz y bien

Domingo 2º de Pascua - Divina Misericordia

¿Qué es en realidad lo que creemos los cristianos cuando hablamos de resurrección? ¿Qué es lo que creemos cuando afirmamos la resurrección de Jesús?

La resurrección no es la reanimación de un cadáver, no es poner en marcha un corazón que se había parado; no es una vuelta a esta vida de debilidad y muerte para alargarla unos años más. No. Resucitar no es eso para nosotros los cristianos. La resurrección es la total transformación de toda la persona, su realización plena, su entrada en la Vida, en la Vida de Dios. Decir que Jesús ha resucitado es decir que ha triunfado, que ha sido constituido por Dios en Señor, en Hombre Nuevo. Y, por lo tanto, es afirmar que el Reino que Él predicaba es realmente posible. ¡Hay esperanza para los pobres, los marginados, los crucificados de la tierra tal como Él les anunció!

Al lado de esta afirmación de la resurrección de Jesús el evangelio nos desconcierta. En lugar de la alegría y del gozo los apóstoles estaban abatidos, desconcertados. Lo que les mantenía unidos era el miedo no la alegría de la resurrección. No es nada extraño que el primer saludo de Jesús para ellos sea el de "Paz con vosotros". Jesús no les reprocha sus cobardías y su falta de confianza en Él. El encuentro con el resucitado fue para los primeros creyentes una experiencia que reanimó su fe y su vida.

Muchos cristianos de hoy día pueden que sean perfectos y escrupulosos seguidores del Señor: cumplen las normas con eficiencia, se prodigan en los actos litúrgicos... todo esto es maravilloso siempre y cuando contribuya a crear auténticos testigos de la resurrección.

Tomás era también apóstol, hizo el mismo proceso que los demás, pero no estuvo en comunidad cuando el Señor les visita por primera vez. Fue a la comunidad de los discípulos a quienes el resucitado se aparece para que hagan una profunda experiencia de fe. Tomás en solitario sólo cobija la duda y el temor. Esto mismo pasa a los cristianos que son alérgicos a la vida de comunidad. No significa que tenemos que perder nuestra identidad individual y dejar que se funda en la comunidad. Dios nos llama a cada uno, individualmente, pero nos llama para que hagamos la experiencia de fe en la comunidad de la Iglesia. La comunidad de la Iglesia tiene el privilegio de comunicar el mensaje de perdón de Dios a la humanidad y continuar la labor del Señor. Para vivir y experimentar al resucitado la primera experiencia se dio en fraternidad.

Con las apariciones del resucitado da comienzo nuestra fe. Creemos porque el Señor resucitó. Para que aparezca la vida tiene que ser removida la muerte. No hay prueba más grande que el superar el vacío de la muerte, de ahí que algo tan grandioso sea difícil de captar y de aceptar sin fe.

Cuando dudamos de la fe es que no hemos pasado por la experiencia de la resurrección. Pedimos "ver" para creer cuando lo que necesitamos es experimentar para ver. El poder ver al resucitado es un don de Dios, que Él concede al que quiere.

La confesión de fe de Tomás es la auténtica confesión de fe del creyente. Nosotros no hemos visto y creemos, por eso Jesús nos llama bienaventurados. La bienaventuranza de los que no hemos visto se basa en la confianza en la Palabra antes que en las pruebas. La Palabra no se ve y en cambio tiene el poder de transformarnos para experimentar la conversión y la resurrección. Ser cristiano es acoger la Palabra con plena confianza.

Cuando la gente alejada pregunta dónde está Dios bien le podemos decir que dejándose ver por todas las partes de la vida. Para verlo hacen falta los ojos de la fe y la confianza en el amor.

Fraternalmente,


Dominus Providebit

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