Eloí, eloí, lemá sabaqtaní..!

Paz y bien

Domingo de Ramos

La Pasión que nos cuenta san Marcos es la más antigua que existe ya que es anterior a la de los otros Evangelios sinópticos —san Mateos y san Lucas— escritos más tarde.

Comienza el relato con la conspiración para arrestar y matar a Jesús. Le sigue un momento de alegría con perfume derramado y a renglón seguido la traición de Judas, La cena del Señor se continúa con  la negación de Pedro desde donde se pasa a la oración en Getsemaní. De la oración pasamos al arresto y de allí al Sanedrín y a las negaciones de Pedro. Pilato y la sentencia de muerte de Jesús le llevan directamente a la crucifixión, a la muerte y a la sepultura. ¿Cuántas veces en nuestra vida sucede lo mismo? De la gloria pasamos a la soledad del dolor , de allí al juicio y del juicio a la propia muerte.

Estamos en Domingo de Ramos cuando entramos triunfalmente en la vida de los demás. Cuando somos alguien para los otros, cuando el Evangelio no nos resulta pesado de llevar ni inconvenientes sus exigencias. Es Domingo de Ramos cuando todos nos alaban y nos admiran, cuando nuestra vida está llena de un sentido espiritual que es capaz de transmitir algo a los que nos rodean. Pero pronto llega la semana de pasión.

Ningún cristiano puede esperar que toda su vida sea una entrada triunfal en Jerusalén. Tenemos que asumir que también nosotros tenemos momentos de cruz, de muerte e incluso de sepultura. El Evangelio de hoy se detiene aquí, en la sepultura, que es como el interrogante máximo del ser humano. Una sepultura tapada encierra todo el misterio de la vida y de la muerte. De cara a la sepultura nos preguntamos qué sentido tiene la vida y la muerte. Jesús quiso recorrer ese mismo camino para explicarnos y hacernos ver el sentido de la vida y del proyecto que Dios tiene para con los seres humanos.

Cuando se ha apostado por Dios, y ante la impotencia por el sufrimiento aplastante y la muerte cercana, es humano, es algo profundamente humano, levantar la mirada a Dios y preguntarse: «¿Por qué? ¡¿Dónde está Dios?!».

Esa misma pregunta lanzada al cielo puede significar cosas distintas, según el corazón de quien la formula. En unos casos puede ser una queja, un desafío a Dios -si Dios existe, que lo demuestre ahora-, o puede ser la manifestación del dolor sumido en la certeza de quien sabe que Dios está por allí escuchándole en medio de su desolación. Es la exclamación final del Santo Job que, después de sufrir él solo su desgracia y sentir la lejanía de Dios, afirma: Yo sé que mi Redentor vive, y al fin... yo veré a Dios (Job 19, 25-26).

«En realidad -explica Juan Pablo II-, si Jesús prueba el sentimiento de verse abandonado por el Padre, sabe, sin embargo, que no lo está en absoluto. Él mismo dijo: El Padre y yo somos una misma cosa, y hablando de la pasión futura: Yo no estoy solo porque el Padre está conmigo. En la cima de su espíritu Jesús tiene la visión neta de Dios y la certeza de la unión con el Padre. Pero en las zonas que lindan con la sensibilidad y, por ello, más sujetas a impresiones, emociones, repercusiones de las experiencias dolorosas internas y externas, el alma humana de Jesús se reduce a un desierto, y Él no siente ya la "presencia" del Padre, sino la trágica experiencia de la más completa desolación... Si el pecado es la separación de Dios, Jesús debía probar en la crisis de su unión con el Padre, un sufrimiento proporcionado a esa separación» (Audiencia, 30-XI-1988).

En tan pocos líneas se nos revela la vida de Jesús como la de un ser humano camino de su hora final pero llevada con una actitud de obediencia al Padre. Ser cristiano es también descubrir lo que Dios quiere para cada uno en cada momento y circunstancia.
Gracias, Señor, porque has querido experimentar hasta lo más íntimo de tu humanidad todas las consecuencias dolorosas derivadas del pecado, incluso hasta el límite, hasta la amargura de la soledad -la ausencia de Dios-, y nos enseñas a confiar en el Padre.
Fraternalmente


 
Dominus Providebit

Comentarios

  1. Muy buena la entrada y muy expresiva la imagen.
    Santa semana.

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  2. ¡Muchas gracias Claudio!
    Una semana Santa muy llena de Amor
    de Dios también para ti.
    Dios te bendiga!!!

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