Las alabanzas a Dios, garantía de victoria
Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre,
Hoy, otros son los enemigos; en el Ángelus Dominical el Santo Padre manifestó: «Demasiadas personas deciden usar la violencia para imponer sus propias ideas políticas o religiosas. Debemos querernos como hermanos, a cualquier religión o cultura a la que pertenezcamos (...) La Iglesia no teme la pobreza, el desprecio, la persecución en una sociedad que a menudo se siente atraída por el bien material y el poder mundano».
La exigencia de Dios es que en esa pelea creamos en él y cumplamos sus planes y no los nuestros porque seguramente seremos derrotados igual que los judíos cuando se apartaban de los planes de Dios.
Hace pocos días leía que en el tiempo de Josafat rey de Judá (2 Cro 20, 1-30) estaban los israelitas muy atemorizados, pues venían a pelear contra ellos sus numerosos enemigos que los superaban en cantidad y calidad bélica. Josafat tuvo miedo y se dispuso buscar a Yavé promulgando un ayuno a toda Judá. Humildemente reconoció ante Dios su impotencia y elevó su pedido de auxilio, al que el Señor le respondió «No teman ni se acobarden, salgan mañana al encuentro de ellos pues Yavé estará con ustedes.» Después, Josafat dispuso que los cantores de Yavé y los salmistas marcharan al frente de las tropas cantando «Alaben a Yavé porque es eterno su amor». Y en el momento que comenzaron las aclamaciones y alabanzas (v. 22), Dios puso emboscadas, trampas contra los enemigos de su pueblo.
Aquí vemos cantores llenos de fe y confianza, que no dudaron de la Palabra de Dios. Pareciera que el Señor nos estuviera indicando que a nuestras luchas precedan siempre las alabanzas y las aclamaciones a Él como garantía de victoria. Si yo me pongo a luchar por cuenta propia contra el enemigo que es más fuerte que yo, perderé sin remedio; pero si escucho a mi Dios y hago su voluntad, aunque requiera toda mi fe , la victoria será mía.
La actitud que el Santo Padre requiere del pueblo de Dios ante los enemigos externos, pongámosla en nuestras peleas interiores. Así en medio de los problemas y aflicciones, en las dificultades, en las luchas cotidianas, debemos reconocer que nuestras fuerzas no son suficientes contra el enemigo que nos rodea.
No está en nuestras manos la solución de todos los problemas; vuelvo entonces mi mirada a Dios y pongo mi confianza en él. Antes de tomar cualquier decisión, antes de actuar, alabo al Señor porque es eterno su amor. Poner esto en práctica, nos hará descubrir con gozo, para nuestro asombro -confirmación en la fe y en la entrega a Dios- esta poderosa ayuda que viene de Él.
¿Acaso la fe no consiste en apoyarnos en este poder? Cuando confiamos en el nuestro, soslayando el suyo, nos exponemos a humillantes derrotas. Dirijamos oraciones e himnos de alabanza y acción de gracias al Dios de los ejércitos, al Todopoderoso, a Aquel sobre quien debemos apoyarnos para que todos nos sea posible.
El Antiguo Testamento contiene muchos episodios de guerra en que Dios está de lado de su pueblo, tanto más cuanto le es fiel. ¿Podemos imaginar aquellas luchas contra los enemigos del pueblo de Dios como las luchas interiores que nosotros tenemos? Si, aún cuando el enemigo es poderoso, desproporcionado con relación a nuestras fuerzas; si confiamos en Dios, en la fuerza que viene de lo alto, ningún enemigo nos podrá vencer.
Hoy, otros son los enemigos; en el Ángelus Dominical el Santo Padre manifestó: «Demasiadas personas deciden usar la violencia para imponer sus propias ideas políticas o religiosas. Debemos querernos como hermanos, a cualquier religión o cultura a la que pertenezcamos (...) La Iglesia no teme la pobreza, el desprecio, la persecución en una sociedad que a menudo se siente atraída por el bien material y el poder mundano».
La exigencia de Dios es que en esa pelea creamos en él y cumplamos sus planes y no los nuestros porque seguramente seremos derrotados igual que los judíos cuando se apartaban de los planes de Dios.
Hace pocos días leía que en el tiempo de Josafat rey de Judá (2 Cro 20, 1-30) estaban los israelitas muy atemorizados, pues venían a pelear contra ellos sus numerosos enemigos que los superaban en cantidad y calidad bélica. Josafat tuvo miedo y se dispuso buscar a Yavé promulgando un ayuno a toda Judá. Humildemente reconoció ante Dios su impotencia y elevó su pedido de auxilio, al que el Señor le respondió «No teman ni se acobarden, salgan mañana al encuentro de ellos pues Yavé estará con ustedes.» Después, Josafat dispuso que los cantores de Yavé y los salmistas marcharan al frente de las tropas cantando «Alaben a Yavé porque es eterno su amor». Y en el momento que comenzaron las aclamaciones y alabanzas (v. 22), Dios puso emboscadas, trampas contra los enemigos de su pueblo.
Aquí vemos cantores llenos de fe y confianza, que no dudaron de la Palabra de Dios. Pareciera que el Señor nos estuviera indicando que a nuestras luchas precedan siempre las alabanzas y las aclamaciones a Él como garantía de victoria. Si yo me pongo a luchar por cuenta propia contra el enemigo que es más fuerte que yo, perderé sin remedio; pero si escucho a mi Dios y hago su voluntad, aunque requiera toda mi fe , la victoria será mía.
La actitud que el Santo Padre requiere del pueblo de Dios ante los enemigos externos, pongámosla en nuestras peleas interiores. Así en medio de los problemas y aflicciones, en las dificultades, en las luchas cotidianas, debemos reconocer que nuestras fuerzas no son suficientes contra el enemigo que nos rodea.
No está en nuestras manos la solución de todos los problemas; vuelvo entonces mi mirada a Dios y pongo mi confianza en él. Antes de tomar cualquier decisión, antes de actuar, alabo al Señor porque es eterno su amor. Poner esto en práctica, nos hará descubrir con gozo, para nuestro asombro -confirmación en la fe y en la entrega a Dios- esta poderosa ayuda que viene de Él.
¿Acaso la fe no consiste en apoyarnos en este poder? Cuando confiamos en el nuestro, soslayando el suyo, nos exponemos a humillantes derrotas. Dirijamos oraciones e himnos de alabanza y acción de gracias al Dios de los ejércitos, al Todopoderoso, a Aquel sobre quien debemos apoyarnos para que todos nos sea posible.
«No temas, pues Yo estoy contigo, no mires con desconfianza, pues yo soy tu Dios, y yo te doy fuerzas, yo soy tu auxilio y con mi diestra victoriosa te sostendré. Todos los que se lanzan contra ti serán avergonzados y humillados, serán reducidos a la nada y perecerán los que luchaban y peleaban contigo» (Isaias 40, 10-11))Fraternalmente,
Gracias por tu entrada, nunca viene mal recordar que nosotros no somos nada ni nada podemos si no es por El.Besos mil.
ResponderBorrargracias mil gracias muy unidos en roación y un abrazo
ResponderBorrarSin Dios no somos nada. Un beso ¡¡¡
ResponderBorrar"En Cristo" cuando somos débiles es entonces cuando somos fuertes.
ResponderBorrarUn abrazote. No quería salir de internet sin leerte y no me arrepiento de haberlo hecho. Precioso post.
muuuaaac
Gloria a Dios!
ResponderBorrarBesos