5 de noviembre de 2010

Tibieza

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

De los dos post anteriores, el de ayer y anteayer, me quedó el sabor agridulce del concepto de tibieza. El padre Darío Betancourt, sobre este tema dice que «la tibieza es un estado espiritual con consecuencias viciosas de oscuridad, somnolencia, inquietud, inestabilidad de mente y cuerpo, curiosidad...» Se llega a la tibieza por acostumbrarse a hacer las cosas del Señor por rutina, llegando a darnos una justificación diciendo: ¿Que mal hago? Los actos de piedad los hago lo mejor que puedo, y que más?

Dice en Apocalipsis 3, 14-16
«El que es el Amén, el Testigo fiel y verídico, el Principio de las obras de Dios, afirma: Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!. Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca»
Y otro texto mucho más fuerte aún en Apocalipsis 2, 2-5
«Conozco tus obras, tus trabajos y tu constancia. Se que no puedes tolerar a los perversos: has puesto a prueba a quienes usurpan el título de apóstoles y comprobaste que son mentirosos. Se que tienes constancia y que has sufrido mucho por ni Nombre sin desfallecer. Pero debo reprocharte que hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. Fíjate bien desde donde has caído, conviértete y observa tu conducta anterior. Si no te arrepientes vendré hacia tí y sacaré tu candelabro de su lugar preeminente».
La tibieza se opone a la virtud de la religión que se llama devoción y que consiste en una disposición de ánimo para dedicarse a las cosas que implican el servicio de Dios.

Conchita Cabrera de Armida, mística mejicana, expresa el sentimiento del Corazón de Jesús frente a la tibieza, así:
«La tibieza de mis sacerdotes es para mi alma una espina muy honda, porque proviene de ingratitud, y del poco amor que me tienen; y también del poco fervor de sus misas. Pero ¡cuánto tengo que lamentar en el corazón de muchos sacerdotes la rutina, la poca o ninguna devoción con que dicen la Misa y la ninguna preparación para celebrar! No me clavan el puñal de sacrilegio, pero si la espada muy dolorosa de la frialdad con que se acercan a los altares.

La tibieza enerva las facultades del alma y esta debilidad se comunica a las demás acciones del sacerdote. La tibieza cuando se apodera del alma del sacerdote, hace que tome como carga pesada y molesta todos sus deberes. El rezo del Brevario les cansa; a los salmos no le encuentra jugo ni sustancia, pasándolos sin contemplar ni sentir ni gustar las riquezas que encierran; no paladea el divino sabor que hay en ellos porque la apatía por lo santo impregna los corazones.

Y ¿Por qué? Porque la tibieza los ha hecho su presa, fruto de su mundana disipación; porque han dejado que se llenen sus corazones de ruidos y vanidades del mundo; por la falta de oración, recogimiento, vida interior y trato íntimo Conmigo y con María.

Si un sacerdote es tibio, que busque luego la causa y huya de ella...

Comienza la tibieza y acaba el fervor, se debilita la fe y viene por tierra la vocación sacerdotal, ¡Así comienza el demonio a horadar el edificio! Así arroja el veneno poco a poco, pausadamente, debilitando las energías del alma!

No es malo en realidad el sacerdote, pero es tibio e indolente: a él ya no le conmueven las verdades eternas; para el las postrimerías se vuelven sombras y aún sarcasmos. Las tinieblas de las dudas lo envuelven y lo penetran: los remordimientos se alejan y viene a tierra su vocación y su salvación eterna.

Por eso dije que la tibieza en mis sacerdotes es para Mi una espina muy profunda, por los males que acarrea. Porque ¿cómo un sacerdote frío ha de dar calor? ¿cómo un sacerdote indiferente a las cosas de Dios ha de comunicar fervor? ¿cómo enamorar a las almas de lo que él está muy lejos de apreciar, adorar y sentir?»
[1]
Fuerte. Sincero y corrector como es Dios. El ejercicio de autocrítica que nos proponía el evangelio de ayer, me dice que reemplace la palabra sacerdote por mi nombre, porque la reflexión es válida para todos los hijos de la luz.
«No desprecies, hijo mío, la corrección del Señor, ni te disgustes cuando el te reprende, porque el Señor reprende a los que ama como un padre a un hijo muy querido.» (Prov. 3, 11-12)
Fraternalmente,

Claudio



Sobre textos del padre Dario Betancourt obra «Sanados por el Espíritu»
[1] «A mis sacerdotes», Vol 1, cap. XIV, pags 63-70

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