La dura experiencia del desaliento
Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
No cabe duda que una de las experiencias más dolorosas para un sacerdote, religioso, religiosa, laico y -en fin- todo creyente, es la de no ver cristalizadas en la practica de su vida concreta ni las exigencias ni las experiencias evangélicas.
¡Cuántas veces nos encontraremos con personas -ya sean religiosas o no- que añoran una experiencia, un diálogo concreto con el Señor, contemplar alguna de sus manifestaciones y pasan toda su vida sin lograrlo!
Uno quiere y hace grandes esfuerzos -por una parte- para mantenerse fiel a Dios, cumplir sus mandatos, realizarse como cristiano, ser eficiente en el apostolado y -por otra parte- verifica que no hace otra cosa que beber su propia impotencia, que es quebradizo y que todos sus esfuerzos personales parecen hacerse en vano y sin fruto.
Ante este hecho, al principio, comenzamos a trazar curiosas doctrinas sobre la cruz de Cristo, como para justificar nuestro desaliento. Queremos asociarlo con la cruz de Cristo, su abandono y su fracaso. Pero Jesús, en la cruz, no nos muestra ninguna deficiencia en el orden sobrenatural sino que -por el contrario- está realizando los planes de Dios y la redención de todos los seres humanos mediante su propio sufrimiento en la cruz.
Otro es -sencillamente- el verdadero pensamiento de Cristo. El nos dice «Mi Padre queda glorificado en que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos» (Jn 15, 8) Pero nos parece que -aún considerándonos discípulos de Cristo- no vemos estos frutos.
Los apóstoles los vieron. Lo vieron los primeros cristianos y hoy se siguen viendo. Jesús relaciona estos frutos con la unión vital con Él, como el sarmiento está unido a la vid, por el cual -corre también- la sabia del Espíritu Santo que es la que producirá -por el sarmiento- los frutos abundantes.
Aquí tenemos una clave: no olvidarnos de dejar pasar la sabia por nuestro sarmiento, porque ello precisamente es crear la sequedad, la no visión de los frutos y permanecer en nuestros criterios equivocados de siempre que son la causa de nuestro desaliento.
¿Cuál es entonces la solución a nuestro desaliento? El plan de Dios, conocido y vivido. La solución -diría drástica- a eso que sabemos tal vez intelectualmente pero no lo vivimos en la práctica: el no ver, no oír, ni que llegue a nuestro corazón lo que Dios ha reservado para nosotros, si lo amamos (1 Co 2, 9) se da en la vida en el Espíritu Santo que es la espiritualidad de la Iglesia, revelada por Dios en las Escrituras, si no queremos permanecer en la letra que mata, pues el Espíritu es el que da verdadera vida.
Por lo tanto, hasta que no nos demos cuenta que somos ministros no de la letra sino del Espíritu de ese Ministerio del Espíritu Santo que San Pablo llama glorioso (2 Co 3, 9) estaremos permaneciendo en la mera letra de cosas reveladas, la misma que provoca toda clase de desaliento y claudicaciones de todo género. Si seguimos desalentados y sin fuerzas es porque nos falta el Espíritu que nos da la vida. Así de simple. Así de verdadero.
Fraternalmente,
¡Cuántas veces nos encontraremos con personas -ya sean religiosas o no- que añoran una experiencia, un diálogo concreto con el Señor, contemplar alguna de sus manifestaciones y pasan toda su vida sin lograrlo!
Uno quiere y hace grandes esfuerzos -por una parte- para mantenerse fiel a Dios, cumplir sus mandatos, realizarse como cristiano, ser eficiente en el apostolado y -por otra parte- verifica que no hace otra cosa que beber su propia impotencia, que es quebradizo y que todos sus esfuerzos personales parecen hacerse en vano y sin fruto.
Ante este hecho, al principio, comenzamos a trazar curiosas doctrinas sobre la cruz de Cristo, como para justificar nuestro desaliento. Queremos asociarlo con la cruz de Cristo, su abandono y su fracaso. Pero Jesús, en la cruz, no nos muestra ninguna deficiencia en el orden sobrenatural sino que -por el contrario- está realizando los planes de Dios y la redención de todos los seres humanos mediante su propio sufrimiento en la cruz.
Otro es -sencillamente- el verdadero pensamiento de Cristo. El nos dice «Mi Padre queda glorificado en que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos» (Jn 15, 8) Pero nos parece que -aún considerándonos discípulos de Cristo- no vemos estos frutos.
Los apóstoles los vieron. Lo vieron los primeros cristianos y hoy se siguen viendo. Jesús relaciona estos frutos con la unión vital con Él, como el sarmiento está unido a la vid, por el cual -corre también- la sabia del Espíritu Santo que es la que producirá -por el sarmiento- los frutos abundantes.
Aquí tenemos una clave: no olvidarnos de dejar pasar la sabia por nuestro sarmiento, porque ello precisamente es crear la sequedad, la no visión de los frutos y permanecer en nuestros criterios equivocados de siempre que son la causa de nuestro desaliento.
¿Cuál es entonces la solución a nuestro desaliento? El plan de Dios, conocido y vivido. La solución -diría drástica- a eso que sabemos tal vez intelectualmente pero no lo vivimos en la práctica: el no ver, no oír, ni que llegue a nuestro corazón lo que Dios ha reservado para nosotros, si lo amamos (1 Co 2, 9) se da en la vida en el Espíritu Santo que es la espiritualidad de la Iglesia, revelada por Dios en las Escrituras, si no queremos permanecer en la letra que mata, pues el Espíritu es el que da verdadera vida.
Por lo tanto, hasta que no nos demos cuenta que somos ministros no de la letra sino del Espíritu de ese Ministerio del Espíritu Santo que San Pablo llama glorioso (2 Co 3, 9) estaremos permaneciendo en la mera letra de cosas reveladas, la misma que provoca toda clase de desaliento y claudicaciones de todo género. Si seguimos desalentados y sin fuerzas es porque nos falta el Espíritu que nos da la vida. Así de simple. Así de verdadero.
Fraternalmente,
Gracias pidamos al Señor vivir como autenticos cristiano que hable con la vida de cristo y den sabor a Cristo unidos en oración y un abrazo en Cristo Jesús gracias
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