3 de noviembre de 2010

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Podemos leer este pasaje de la Escritura (Salmo 95, 7-11) como un gran anhelo, un deseo profundo..., claro que muchos se orientan hacia cosas tangibles, palpables, materiales como -por ejemplo- ganar un premio de lotería. Espejismos. Pero no, no vendrá por ahí la tan ansiada felicidad.

El salmo citado, es un himno de alabanza que comienza proclamando la gloria de Dios, resaltando precisamente el valor de su divinidad, de nuestra relación con él, un misterio sólo entendible para aquellos que andan en el Espíritu y cosas ininteligibles para los demás. Luego contrasta con la actitud de un pueblo de «corazón duro» que no se da tiempo ni lugar para escuchar la voz de Dios; y alude a la salvación representada por el ingreso a la Tierra Prometida, y aquellas equivocaciones con tan malos resultados.

Hoy, a la luz de la Nueva Alianza, la escena se repite con un pueblo que causa indignación, por su corazón extraviado (v. 10) y si alguien se pregunta quienes indignan, la respuesta estará entre los que no responden a esa voz, y el indignado es Dios. (v. 11).

Por eso al leer en renglones del Nuevo Testamento la cita de estos pasajes, en Hebreos 3, 7-9 escuchamos al Espíritu Santo decir Si hoy escuchan su voz, no endurezcan su corazón y advierte no me pongan a prueba recordando aquellas tristes experiencias.

Aunque algunos viven sin saberlo, el Plan de Salvación continua y el mismo Espíritu sigue conduciendo al pueblo escogido hacia la Promesa. Tal como entonces, se cansan de esperar, cada uno hace la suya, eligen otros caminos, construyen sus propias leyes sin prestar atención a las obras del Señor. No escuchan, no enderezan sus conductas, se cierran a la voz de Dios y adoptan cualquier propuesta que parezca más fácil. Dios, que es amor e infinitamente fiel, insiste con su propuesta de vida.

El gran regalo, una promesa de Dios, entrar en su reposo (Hb 4, 1). Palabra de Vida que con claridad se opone a la idea de descanso inerte, presentando la dinámica exquisita del Espíritu Santo. No es dormir, sino un fin de tareas, es el recreo, la gran fiesta, el fin de semana del amor perfecto, perpetuo, maravilloso, creciente, la plenitud del gozo que no termina, la totalidad del bien, sin riesgos, sin pérdidas: el Cielo.

Mientras el mundo sigue escuchando voces enemigas, confusas, que mienten, seducen hacia el error, distraen la verdad; y las personas temen por sus trabajos, por su seguridad, por su salud, por lo que tienen. Hay peleas, furias, histerias; los esposos se separan, los hijos sufren, las drogas se multiplican, las enfermedades crecen, el dolor y la angustia se adueñan de la gente, nadie parece darse cuenta de que alguien está hablándoles. Ya ni quieren casarse algunos por temor al compromiso, o al fracaso. Hasta la Iglesia en algunos de sus miembros esta sufriendo divisiones por causa del temor, que paraliza, entumece y endurece los corazones.

El amor, en cambio, que es de Dios, expulsa el temor, da seguridad, alivia, hace crecer y nos muestra hijos del Altísimo. Es la brisa suave, el calor que ablanda el corazón.

Quisiera pensar invocando al Espíritu Santo que estas líneas puedan despertar anhelos de servir a Dios; pensar en una vida verdadera, abundante. ¿Reconoces su voz? Es quien te habla de reconciliación, de amar contra toda resistencia, de obrar el bien en todo momento, de orar, de meditar sus palabras, de trabajar por la unidad de la Iglesia y la de todos los cristianos. Es la voz que siempre te da la Buena Noticia y te llama a que vos también la anuncies (Jn 10, 3 y 27)
El que es de la verdad, escucha mi voz (Jn 18, 37)
Fraternalmente,

Claudio


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