26 de noviembre de 2010

Religiosidad terapéutica

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

¿La fe en Cristo corre el peligro de convertirse en una religiosidad terapéutica en manos de quienes pretenden eliminar la angustia con alegrías; la desolación que sirve para probarnos, por el consuelo; cuando cualquier palabra se entiende como respuesta de Dios que presuntamente daría el Espíritu Santo; cuando se da la aceptación fácil de un presunto mediador -generalmente autopromovido- que todo lo cura y resuelve?

Reflexionaba sobre esto y me acordé que hace ya tiempo leía al Padre Emiliano Tardif en su libro «Jesús esta vivo» su experiencia de haber sanado de su tuberculosis pulmonar aguda después de recibir imposición de manos de cinco seglares de un grupo de oración; allí dice:
«Como sacerdote misionero pensé que no era edificante rechazar la oración. Pero, sinceramente, la acepte más por educación que por convicción. No creía que una simple oración pudiera conseguirme la salud. Ellos me dijeron muy convencidos: Vamos a hacer lo que dice el Evangelio: "Impondrán las manos sobre los enfermos y éstos quedaran sanos", así que oraremos y el Señor te va a sanar.

Durante la oración yo sentí un fuerte calor en mis pulmones. Pensé que era otro ataque de tuberculosis y que me iba a morir. Pero era el calor del amor de Jesús que me estaba tocando y sanando mis pulmones enfermos. (...) Yo me sentía bien y quería regresar a casa, pero ellos (los médicos) me obligaron a pasar el mes de Agosto en el hospital buscando por todos lados la tuberculosis que se les había escapado y no podían encontrar. (...) El Señor me había sanado. De esta manera yo recibí en carne propia la primera y fundamental enseñanza para el ministerio de curación: El Señor nos sana con la fe que tenemos. No nos pide más, solo eso.»
Hablar de religiosidad terapéutica es un término despectivo y se usa obviamente en ese sentido, como surge del contexto de la pregunta. Esto necesita ser discernido para no confundir lo que puede llegar a ser religiosidad terapéutica y lo que es obediencia a Cristo en sus mandatos sin escandalizarnos de él.

El Catecismo de la Iglesia Católica llama a Cristo "Médico" y ciertamente lo es del hombre integral y lo hace del mejor modo, porque es el modo de Dios. Si vemos el perfil mesiánico de Cristo, incluye la sanación de los enfermos y la opción por los pobres. Al terminar dice también, como previendo el escándalo por estas mismas cosas que nos mandó hacer, en más de diez textos bíblicos: "Y, dichoso el que no hallare escándalo en mí" (Mt 11, 6).

La sanación por la imposición de manos, que debe distinguirse del acto sacramental -pues en este caso no es más que una expresión de amor y solidaridad- el mismo Jesús lo revela como un signo de fe para cualquiera: "El que crea" (Mt 16, 17-18). La sanación tiene que ver mucho con la conversión, por eso San Pablo habla de la "eficacia de los prodigios y milagros" (Rm 15, 19) en su tarea apostólica. Entonces, el barro, que somos todos nosotros, no le puede decir al Alfarero «tu no sabes» ¿o acaso le daremos señales acerca de sus hijos y a darle ordenes acerca de la obra de sus manos? (Is 45, 11)

El dolor, la prueba, es patrimonio de todos los seres humanos sin excepción, pero por la fe sabemos que así como sólo permanecerá el amor, también sólo permanecerá la alegría y no habrá más dolor. Paz y gozo son signos del Reino de Dios y frutos muy preciados del Espíritu. Aún en este mundo Jesús nos da una alegría que no nos será arrebatada y una paz que no es la que da el mundo.

Sobrellevar las pruebas, lo doloroso que tiene el mundo se hace mejor desde el gozo y la paz, esa paz y ese gozo que son frutos del Espíritu Santo. Tomemos la cruz de obedecer a Cristo en sus mandatos expresos aunque éstos sean un cachetazo a nuestra intelectualidad enferma.

Finalmente, decir que es una presunción que el Espíritu Santo nos pueda hablar es desconocer totalmente los carismas, contra lo que esta revelado "No quiero hermanos, que permanezcan en la ignorancia de los carismas" (1 Co 12, 1). El mismo Jesús nos ha enseñado que el Espírutu Santo nos hablará de cosas futuras; la Santa Iglesia Católica y Juan Pablo II nos han dado las reglas de discernimiento necesarias para reconocer la autenticidad de los carismas.

Fraternalmente,

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