14 de enero de 2013

Adversidades


No todos los días te levantas con el espíritu alegre y despreocupado; algunas veces ya desde temprano en la mañana te persigue el recuerdo de una adversidad que estas enfrentando hace tiempo.

Hace trescientos años un prisionero grabó en la pared de su prisión esta frase, con la que pretendía conservar en alto su estado de ánimo: “No es la adversidad lo que mata, sino la impaciencia con que soportamos la adversidad.”

Es verdad; impacientándote en las adversidades, nada arreglarás; más bien lo echarás todo a perder o agravarás la situación; no es, pues, un remedio la impaciencia o la ira.

Si a este consejo de orden meramente natural y psicológico, sabes añadir otro de orden superior, de orden sobrenatural, como es el reconocer que Dios te ha permitido esa adversidad para que seas capaz de mostrar tu valor, tu fidelidad, tu capacidad de amar... entonces la adversidad será llevada por ti no śolo con paciencia y resignación, sino aun con cierta alegría por saberte fiel.

Hace un tiempo, dijimos en el blog que Dios no desconoce los obstáculos, pero nos capacita para superarlos. No economiza los problemas, sino que nos hace descubrir nuestra vara para vencerlos. Hay muchos que preferirían que Dios suprimiera las adversidades, para no sufrir ni hacer ningún esfuerzo extra; pero la didáctica divina es prepararnos y fortalecernos para vencer toda dificultad en el camino de conversión.

Dios no usa nunca la ley del menor esfuerzo, porque eso conlleva al egoísmo y la falta de carácter, sino que nos da la oportunidad de medir nuestras fuerzas y que nosotros nos demos cuenta que podemos salir victoriosos.

Paz y bien,



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