14 de diciembre de 2011

Lágrimas propias, lágrimas compartidas

¡Paz y bien!

Salmo 39, 13

Compadecer es padecer con otro; pero no se puede padecer con otro si antes no se ha padecido solo. 

Comprender es aprender con otro; pero eso requiere que antes hayamos aprendido nosotros solos.

Por eso, no debemos juzgar que estamos perdiendo el tiempo ni los esfuerzos cuando estamos sufriendo con los demás.

Quien sabe sufrir, sabe hacer sufrir menos; quien sabe llorar, sabe comprender mejor a los que lloran.

A veces se sufre más de lo que Dios quiere, o porque se sufre como Dios no quiere o porque no se sufre con los demás.

No se puede llegar a comprender lo que significa una lágrima si antes no se ha gustado el sabor salado rodando por las propias mejillas y llegando a los propios labios.

¡Qué cosa llamativa! Las lágrimas propias saben a salado, las lágrimas de los demás saben dulce cuando se mezclan con las propias.
«Señor, escucha mi oración, presta oído a mis clamores, no permanezcas sordo a mis lágrimas, pues soy forastero en tu casa y, como mis padres, peregrino»
Dios, siempre escucha nuestras súplicas, si es que éstas fueron presentadas con debida humildad y confianza en su bondad infinita.

Fraternalmente,

4 comentarios:

  1. Solo compartiendo podemos entender. Para entender la misericordia de Dios, su compasión por nosotros, tenemos antes que experimentarla con los demás. Muy hermoso lo que dices en tu entrada. Un abrazo

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  2. Tal cual Angelo, el corazón curtido por la propia experiencia, siempre, siempre es más generoso.
    ¡Gloria a Dios!

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  3. ¡Que hermoso y que cierto lo que has escrito!
    Un abrazo fuerte.

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  4. ¡Y cuánto cuesta hacerlo amiga!
    Te abrazo

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