10 de diciembre de 2011

Las huellas de la trascendencia

Lc 1, 53

Paz y bien!

Al hombre le gusta asomarse a los umbrales del infinito. Saber ver la huella de la trascendencia de cada cosa y tener por el ello el temblor estremecido de quien goza lo infinito. El soplo permanente del Espíritu lleva a tomar conciencia de la humano y de lo divino.

Por lo mismo, ya no se admite un creyente insensible a los abusos y a las injusticias del mundo; no se quiere ya una religión extraña al hombre y al mundo, ajena a la construcción de un mundo nuevo y mejor.

Se experimenta con fuerza el sentido del hombre y esto es bueno; pero puede no abrirse lo bastante al sentido de Dios, y esto está sucediendo con frecuencia en el mundo de hoy: de tanto buscar al hombre por el hombre hemos terminado perdiendo a Dios y no hallando al hombre; mientras que si buscáramos a Dios lo hallaríamos a El y en El nos encontraríamos con el hombre.

Dios se sirve de los hombres, en consecuencias, Dios dará pan a los hambrientos a través de los otros hombres que no lo están; éste es el plan de Dios.

María, tan discreta en el Evangelio, es la que proclama la revolución ya empezada con la venida del Salvador: misericordia de Dios que siempre cumple sus promesas  y cambio de las condiciones humanas.

Lo recordaba Martin Luther King «... de los lugares candentes de África hasta los barrios negros de Alabama he visto a hombres que se levantaban y sacudían sus cadenas. Acababan de descubrir que eran hijos de Dios y que, a los hijos de Dios, se les hace imposible someterse a ningún yugo».

Fraternalmente,


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