5 de noviembre de 2011

Disfraces y aforismos

No soy de publicar aforismos en la página, tal vez porque nunca los utilicé para expresarme y porque son inspiraciones, respuestas de un alma fresca, y ese perfil no es -precisamente- el mío.

Los aforismos que publiqué los saqué de la agenda de editorial San Pablo que me regaló el padre Bruno, mi confesor. Me sirvieron -eso si- para intentar -tibiamente- la vuelta a las publicaciones; algún día y con tiempo, voy a contar en profundidad mi experiencia reciente de una frase muy utilizada, «Dios escribe derecho en renglones que son torcidos»

Los elegí al azar, a los aforismos. Pero estos, al igual que el texto que publiqué de «La Imitación de Cristo», vistos en perspectiva, tiene relación con mi estado de ánimo y, naturalmente, en mi relación con Dios.

Son disfraces que utilizo -de un modo inconsciente- porque representan lo que me pasa. Y a los disfraces, a las máscaras, uno los utiliza para no quedar tan expuesto; como en una obra de teatro, que otro hable por uno. Y siempre, siempre, detrás de los disfraces existe una cuota -mucha o poca, no importa- de hipocresía.

Recuerdo que durante la revolución en la República de Bolivia que luego llevó a Evo Morales a la presidencia del país, la consigna del pueblo era »Detrás del miedo está la libertad»; y es una verdad absoluta que sirve para entender la frase de Arturo Graf que publiqué «La vida es un negocio en el que no se obtiene una ganancia que no vaya acompañada de una pérdida».

No desprendernos de todo, de las costumbres, de las cosas que uno guarda «por las dudas», de los apegos, es como si a los sarmientos que somos, los vamos cubriendo con capas de pinturas hasta que deja de producir frutos.

El final del texto de Kempis refleja con crudeza mi actitud frente a Dios. Marca los puntos de esa relación, si tuviera que graficarlos dibujaría la cordillera de Los Andes: puntos altos, muy altos y otros muy bajos y entre unos y otros un espacio tan duro como largo.

Dice Kempis hablando de la comunión «Y yo, miserable y más pobre de los hombres, ¿cómo te introduciré en mi casa, que a duras penas puedo aguantar media hora de oración? Y ¡ojalá que por lo menos una vez fuera media hora transcurrida como se debe!»

Tal cual, la cabeza a mil en los problemas nunca va a separar la paja del trigo ni a comprender que cuando a Dios le pedimos una planta de naranjas nos dará una semilla.


Fraternalmente,

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