10 de abril de 2010

Sursum corda

Esta expresión latina significa arriba los corazones y reflejar el gozo de todos los cristianos luego de la celebración de Pascua de Resurrección. ¿Quien no siente emoción al saber que por medio de Cristo se ha vencido a la muerte? Con este sentimiento, la reflexión de hoy, muestra la coincidencia de cristianos y judíos en la celebración de la Pascua, fiesta que, de una u otra forma, con una concepción u otra, siempre es una fiesta de liberación.

A pesar de ciertas divergencias en las fechas concretas de la celebración, judíos y diferentes confesiones cristianas coincidimos en celebrar la Pascua. Para el pueblo judío, se trata ante todo de la memoria de la liberación de la esclavitud de Egipto, una gesta que independientemente de los detalles históricos que puedan reconstruirse se convierte en referente fundacional de su identidad como pueblo y como religión. Para los cristianos, en una conmemoración igualmente fundacional, se trata de la profesión de fe en la resurrección de Jesucristo: el mismo que murió en la Cruz, de acuerdo con nuestras creencias, volvió a la vida haciendo que irrumpiera de manera definitiva la oferta divina de salvación para todos los hombres.

Para todo hombre de buena voluntad, incluso aquel que por cualquier motivo no pueda participar de la fe, el entorno nos invita a celebrar la vida y la libertad. La Pascua es, en este sentido, un anuncio de la vida vencedora. Más allá de los múltiples signos de muerte y corrupción que nos pueden rodear, el renacimiento de la vida nos coloca delante de un auténtico milagro. Para nosotros, los que hemos recibido de la naturaleza la peculiaridad de ser una vida consciente, una vida que se reconoce vida, una vida que enfrenta la muerte, una vida que es capaz de cuestionarse sobre su mismo ser, es un llamado a la admiración y a la gratitud.

Dentro de la Misa católica, al iniciar la gran oración que llamamos “plegaria eucarística”, existe esta bella expresión: Sursum corda! ¡Levantemos el corazón! ¡Arriba los corazones! Se trata de una invitación que realiza el sacerdote y a la cual la asamblea responde: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”. “Levantarse” es signo plástico de la resurrección. En una de sus tradiciones más antiguas, los judíos eran invitados a cenar la pascua de pie, indicando la prontitud de su disponibilidad para emprender el camino de la liberación. Contrario a una postración resignada, a un abatimiento derrotado, se deja ver con ello el movimiento de la vida que se yergue con dignidad.

En la Pascua se delinea, así, una actitud interior cargada de esperanza. No se concentra en un pasado que se añora con nostalgia o del cual se lamenta por las heridas que pudo haber dejado. El “paso” que late en la expresión “pascua” supone una ritualidad capaz de dejar atrás ese pasado para seguir caminando y ser mejor. No se niega el camino ya recorrido; incluso se le puede ver con alegría en sus luces y reconciliado en sus sombras. Pero la dominante es una apuesta por la vida nueva posible, por el horizonte de sentido que se encuentra delante, aunque sus contornos precisos resulten aún desconocidos.

Para los cristianos, la Pascua es ocasión de felicitarnos por la resurrección de Cristo; Su presencia en medio de nosotros nos consuela y anima, nos mantiene despiertos y vigilantes, alegres y esperanzados. Pero la fiesta se amplía a todos aquellos hermanos nuestros que se pueden encontrar decaídos por cualquier motivo, esclavizados o desesperados. Para todos hay un abrazo que conoce la dignidad humana y desea comprometerse en su defensa. Aprovecho esta publicación en la primera semana de Pascua para desear a todos los lectores de Octavo Día que en sus corazones haya paz y mucho gozo.

Bendiciones,


Sobre textos de Julián López Amozurrutia

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