18 de abril de 2010

El rostro de Dios, anhelo del hombre

Catequesis pronunciada por Juan Pablo II durante una audiencia, publicada en L'Osservatore Romano el 15 de enero de 1999


"Nos hiciste, Señor, para tí, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en tí". Esta célebre afirmación, con la comienzan las Confesiones de San Agustín, expresa eficazmente la necesidad insuprimible que impulsa al hombre a buscar el rostro de Dios. Es una experiencia atestiguada por la diversas tradiciones religiosas. "Ya desde la antiguedad -dijo el Concilio- y hasta el momento actual, se encuentran en los diferentes pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que esta presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el reconocimiento de la suma divinidad e incluso del Padre"(Nosztra aetate,2)

En realidad, muchas plegarias de la literatura religiosa universal manifiestan la convicción de que el Ser supremo puede ser percibido e invocado como una padre, al que se llega a través de la experiencia de la solicitud amorosa del padre terreno. Precisamente esta relación ha suscitado algunas corrientes del ateísmo contemporáneo la sospecha de que la idea misma de Dios es la proyección de la imagen paterna. Esta sospecha, en realidad, es infundada.

Sin embargo, es verdad que, partiendo de su experiencia, el hombre siente la tentación de imaginar a la divinidad con rasgos antropomórficos que reflejan demasiado el mundo humano. Así, la búsqueda de Dios se realiza a "tientas", como dijo San Pablo en el discurso a los atenienses (Hech 17,27). Por consiguiente, es preciso tener presente esta claroscuro de la experiencia religiosa, conscientes de que sólo la revelación plena, en la que Dios mismo se manifiesta, puede disipar las sombras y los equívocos y hacer que resplandezca la luz.

La bendición de Dios, otorgada a su pueblo por la mediación sacerdotal de Aarón, insiste precisamente en esta manifestación luminosa del rostro de Dios: "El Señor ilumine su rostro sobre tí y te sea propicio. EL Señor te muestre su rostro y te conceda la paz" (Nm 6, 25-26)

Bendiciones


Revista RESURRECCION, Nº 76

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