12 de abril de 2010

La firmeza de nuestra voluntad

Muchas herejías, no todas, se basan a veces en grandes verdades, pero que han sido mal entendidas. El pelagianismo, condenado por la Iglesia en el año 477 (d.C) al decir que la naturaleza humana creada por Dios es perfecta en sí misma y que entonces solamente por el ejercicio de las virtudes obtenemos el reino de los cielos, exaltaba la voluntad como el instrumento por el cual somo salvados.

Este desenfoque de la voluntad humana arrasaba y sigue arrasando con muchas verdades reveladas que nos dicen lo contrario y, sobretodo, que no basta la voluntad que precede de nosotros, sino de aquella otra voluntad infinitamente más fuerte que procede del Espíritu Santo como don de fortaleza y que viene de él mismo como fruto de la fidelidad y del dominio de sí. ¿Quién puede dudar que se necesita una voluntad extraordinaria para cumplir con el evangelio que es una exigencia sin fin de perfección y santidad?

Pero la realidad revelada es que nuestra voluntad ha sido gravemente herida por el pecado original, y continuamente tentada por lo pecaminoso, que es la permanente inclinación hacia el pecado, total herencia del pecado original. ¿Cómo llegar entonces a tener esa voluntad que nos hace cumplir con todos los preceptos y normas, con el evangelio y todo lo que Dios nos pide, que es nada menos que la Santidad misma?

Primero, reconocernos pecadores, enfermos, limitados, porque esa es nuestra realidad revelada por Dios y vivida por nosotros como profunda experiencia, a tal punto que Jesús nos dice "... para ustedes es imposible salvarse". En segundo lugar, es necesario creer en la fuerza que viene de lo alto como don para el hombre que carece totalmente de esa fuerza. Al creer en ella se abre al Espíritu y lo acoge. Con es fuerza, que es sobretodo fuerza de amor de Dios, en su plan misericordioso, se restituye aquella firmeza de voluntad que nadie en este mundo posee si no le es dada; a tal punto que Jesús nos dice que nos salvamos gracias a Dios porque "...para Dios todas las cosas son posibles".

Esta es la gran verdad: necesitamos una voluntad fuerte, pero con la fuerza que nos viene de Dios, no con la que procede de la naturaleza humana, porque sencillamente no nos es suficiente para las cosas de Dios. De este modo, nuestra voluntad enferma es sanada por Dios, y vencemos. ¡Si que vencemos! Pero ¡gracias a Dios! Para lograr pues esta voluntad sanada y hecha fuerte, primero necesitamos creer a Dios, luego conocer nuestra realidad tal como es y finalmente saber acoger el don del Espíritu Santo en lo cual consiste la victoria del cristianismo.

Cuando recitamos el pésame, hacemos una fuerte proposición no solo de no pecar más , sino de evitar todas las ocasiones de pecado; si creemos que eso lo podemos hacer nosotros solos, sin la ayuda de la gracia de divina, estaríamos cayendo en el pelagianismo más absurdo; pero si sabemos que eso únicamente lo podemos hacer con la fuerza que viene de lo alto, estaremos viviendo en cristiano, obedeciendo a Dios, teniendo en cuenta su palabra viva y sobretodo teniendo en cuenta la realidad de Dios y la nuestra.

Bendiciones,

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