20 de octubre de 2010

Ten calma contigo mismo

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Hijo, me agradan más la humildad y la paciencia en la adversidad que la mucha satisfacción y devoción en la prosperidad.

¿Por qué te entristeces por cualquier pequeña cosa que se diga contra tí? No deberías inquietarte aunque ella fuera mayor. Dejala perder; no es la primera, nos es nueva, ni será la última, si vas a tener una larga vida.

Eres valeroso cuando no te llega ninguna contrariedad. Hasta sabes dar buenos consejos e infundir ánimo a otros con palabras, pero apenas se presenta a tu puerta una tribulación inesperada, consejo y valor se acaban.

Considera por lo tanto tu gran fragilidad que con frecuencia estás constatando hasta en las mínimas circunstancias y ten presente que estas cosas y otras semejantes te suceden para tu salvación.

Aléjalas como mejor puedas del corazón y si llegan a golpearte no te desalientes ni te dejes abatir por largo tiempo. Aguántalas por lo menor con paciencia, si no lo puede hacer con alegría.

Aunque oigas algo contra tí y te sientas irritado, modérate y no dejes salir de tus labios ninguna palabra inconveniente que pueda escandalizar a los simples. Pronto la excitación que se había desatado en tu corazón se aplacará y el sufrimiento interior se dulcificará con el retorno de la gracia.

¡Aún vivo -dice el Señor- (Is 49, 18) y estoy dispuesto para ayudarte y consolarte más de lo acostumbrado si confías en mí y me invocas con fervor. Ten buen ánimo (Bar 4, 30) y prepárate para soportar cosas mayores. No creas que todo sea inútil si te ves muchas veces atribulado y gravemente tentado.

Eres hombre y no Dios; eres de carne y no de espíritu angélico. ¿Cómo podrías mantenerte siempre en un mismo estado de virtud cuando no lo estuvieron el ángel en el cielo ni el primer hombre en el paraíso?

Yo soy el que restituyo la dicha a los afligidos (Job 5, 11) y a los que reconocen su debilidad los elevo a las alturas de mi divinidad.

Señor, bendita sea tu palabra, dulce para el oído más que la miel y el jugo de panales (Sal 18, 11) para la boca. ¿Qué haría yo, rodeado de tantas tribulaciones y angustias, si tu no me animaras con tus santas palabras? Con tal de llegar al puerto de la salvación, que me importa lo que habré sufrido y soportado?
Concédeme Señor, un término feliz, otórgame un venturoso traspaso de este al otro mundo. Acuérdate de mí, Dios mío (Neh 13, 22) y llévame a tu reino por el camino más recto. Amén.
Fraternalmente,

Claudio

3 comentarios:

  1. http://www.youtube.com/watch?v=rT66fg-D8cw

    ABRAZOS.

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  2. MARAVILLOSO!AMIGO CLAUDIO...DEBERIAMOS VIVIR TEMBLANDO DE DEBILIDAD PARA QUE REINARA EL CIEN POR CIENTO DE LA GRACIA DE DIOS SOBRE NOSOTROS,ASI ESTARIAMOS EN PLENITUD CON DIOS...NOS DESALENTAMOS TAN FACILMENTE Y NI HABLAR DE RECONOCER NUESTRA DEPENDENCIA DE DIOS,PREFERIMOS SIEMPRE ENOJARNOS ANTES...BENDICIONES AMIGO...ANGELINA.

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  3. Han pasado años y el mensaje sigue manteniendo su profundidad... Gracias Dios por la inspiración divina... Gracias!

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«Porque la boca habla de la abundancia del corazón.» (Mt. 12, 34) Por lo tanto, se prudente en el uso de ellas y recuerda que en este blog no se aceptan los comentarios anónimos.