¿Tiene Dios favoritos o preferidos?
Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
Que el Señor los bendiga,
¿Ama Dios a algunas personas más que a otras? ¿Acaso tiene Dios favoritos o preferidos?
Ésta es una vieja cuestión discutida, con siglos de historia: ¿Hay una raza escogida? ¿Están algunas personas predestinadas al cielo o al infierno? ¿Ama Dios a los pobres más que a los ricos? ¿Quiere Dios más a los pecadores que a los justos? ¿Ama Dios a los vírgenes más que a los casados? Con mirada superficial, parecería que la Escritura al menos insinúa que Dios ama más a unos que a otros. Pero, ¿es verdad?
Es difícil responder a esta pregunta, porque en parte es una pregunta engañosa. Generalmente, cuando formulamos este tipo de contraposiciones (¿Quiere Dios a esta persona más que aquella?), estamos formateando la cuestión de forma errónea.
Por ejemplo, cuando Jesús nos dice que hay más alegría en el cielo por la conversión de un pecador extraviado que por otras noventa y nueve personas que al parecer no necesitan arrepentirse, no está afirmando que Dios ame más profundamente a los pecadores que a las personas rectas. Para Jesús, hablando en este contexto específico, no hay personas rectas. Hay solamente, pecadores (gente que siente necesidad de conversión), y presuntuosos (gente pecadora que no ha reconocido todavía la necesidad de arrepentimiento). La conversión, al menos en este contexto particular, no es una precondición para la vida cristiana. Es la vida cristiana. No hay santos, sólo pecadores, y la aventura cristiana es siempre una aventura de conversión, un volver al redil. Nos abrimos para recibir el amor de Dios siempre que somos conscientes de eso. Dios da trato de favor a los pecadores, los prefiere y favorece, pero ahí estamos incluidos todos nosotros.
Lo mismo ocurre con la pregunta de si Dios ama más a los pobres que a los ricos. Jesús nos dice, al parecer sin equivocarse, que Dios siente un amor preferencial por los pobres, pero ¿significa eso que Dios ama menos a los ricos?
De nuevo, tenemos que tener cuidado en el modo cómo contrastamos estas categorías: pobres contra ricos. Lo que se está afirmando no es que Dios nos ame más cuando somos pobres que cuando somos ricos. Más bien la idea consiste en que Dios nos ama en nuestra pobreza – y que nos dejamos amar más fácilmente, y expresamos más sencillamente nuestra gratitud, cuando reconocemos nuestra pobreza. Para Jesús hay sólo dos clases de personas: Las que son pobres y las que no asumen su propia pobreza. Y no es que Dios prefiera que seamos pobres, ni que nos ame más cuando somos pobres.
Más bien, es precisamente al sentirnos pobres y asumir humildemente nuestra pobreza, cuando más fácilmente invitamos al amor a entrar en “nuestra casa”, tanto al amor de Dios como al de los otros. Dios ciertamente prefiere a los pobres, pero, si verdaderamente reconocemos nuestra humilde condición, los pobres somos todos nosotros.
El mismo principio debe aplicarse a cuestiones en torno a la santidad y a la sexualidad. ¿Acaso nos ama Dios más cuando somos sexualmente “no-consumados” (vírgenes) que cuando no lo somos?
Los Evangelios destacan que Jesús nació de un seno virgen, que lo enterraron en una tumba virgen y que nosotros estamos invitados a tener un corazón virginal. Por eso, dentro de la espiritualidad cristiana, al igual que en las tradiciones espirituales de todas las grandes religiones del mundo, ha habido siempre una corriente de pensamiento que sugiere que Dios, de alguna manera, bendice más la vida célibe que la vida no-célibe; que la virginidad es el estado espiritual preferido. ¿Nos ama Dios más cuando somos vírgenes?
Una vez más, debemos tener cuidado sobre cómo contrastamos las categorías: virgen y no-virgen. Lo que se suele enseñar es que Dios ama lo virginal dentro de nosotros. El contraste no es entre los que duermen solos y los que no, sino entre los que protegen lo virginal dentro de sí mismos y los que no; y entre los que pueden sudar sangre para aguantar la tensión de vivir sin consumación (de cualquier especie) y los que no pueden. Es justamente al proteger lo virginal en nosotros y al no pasar por alto los ritmos innatos propios de la vida, causados por nuestras tensiones, cuando nos abrimos y nos disponemos más para recibir amor -el amor de Dios y el amor humano-. Dios ciertamente prefiere a los vírgenes, pero, si vivimos nuestras vidas con genuina reverencia y paciencia, ahí estamos incluidos todos nosotros.
Lo mismo cabe decir sobre Jesús cuando propone a los niños como ideal. No nos está enseñando que Dios quiera a los niños más que a los adultos. El contraste no se da entre niños y mayores, sino entre los que, como niños, son conscientes de su necesidad de recibir ayuda y los que, a causa de su soberbia o de sus heridas ya no admiten su necesidad de Dios ni de los demás. Precisamente, al admitir la profunda verdad de que no somos auto-suficientes, es cuando nos abrimos de modo preferencial a acoger en nosotros el amor de Dios y de los demás. Dios prefiere realmente a los que son como niños, pero -así lo esperamos-, ahí estamos incluidos todos.
¿Tiene, pues, Dios preferidos o favoritos? Sí, pero no entre personas diferentes, sino entre diferentes actitudes y estados de ánimo dentro de nuestras propias almas.
Ésta es una vieja cuestión discutida, con siglos de historia: ¿Hay una raza escogida? ¿Están algunas personas predestinadas al cielo o al infierno? ¿Ama Dios a los pobres más que a los ricos? ¿Quiere Dios más a los pecadores que a los justos? ¿Ama Dios a los vírgenes más que a los casados? Con mirada superficial, parecería que la Escritura al menos insinúa que Dios ama más a unos que a otros. Pero, ¿es verdad?
Es difícil responder a esta pregunta, porque en parte es una pregunta engañosa. Generalmente, cuando formulamos este tipo de contraposiciones (¿Quiere Dios a esta persona más que aquella?), estamos formateando la cuestión de forma errónea.
Por ejemplo, cuando Jesús nos dice que hay más alegría en el cielo por la conversión de un pecador extraviado que por otras noventa y nueve personas que al parecer no necesitan arrepentirse, no está afirmando que Dios ame más profundamente a los pecadores que a las personas rectas. Para Jesús, hablando en este contexto específico, no hay personas rectas. Hay solamente, pecadores (gente que siente necesidad de conversión), y presuntuosos (gente pecadora que no ha reconocido todavía la necesidad de arrepentimiento). La conversión, al menos en este contexto particular, no es una precondición para la vida cristiana. Es la vida cristiana. No hay santos, sólo pecadores, y la aventura cristiana es siempre una aventura de conversión, un volver al redil. Nos abrimos para recibir el amor de Dios siempre que somos conscientes de eso. Dios da trato de favor a los pecadores, los prefiere y favorece, pero ahí estamos incluidos todos nosotros.
Lo mismo ocurre con la pregunta de si Dios ama más a los pobres que a los ricos. Jesús nos dice, al parecer sin equivocarse, que Dios siente un amor preferencial por los pobres, pero ¿significa eso que Dios ama menos a los ricos?
De nuevo, tenemos que tener cuidado en el modo cómo contrastamos estas categorías: pobres contra ricos. Lo que se está afirmando no es que Dios nos ame más cuando somos pobres que cuando somos ricos. Más bien la idea consiste en que Dios nos ama en nuestra pobreza – y que nos dejamos amar más fácilmente, y expresamos más sencillamente nuestra gratitud, cuando reconocemos nuestra pobreza. Para Jesús hay sólo dos clases de personas: Las que son pobres y las que no asumen su propia pobreza. Y no es que Dios prefiera que seamos pobres, ni que nos ame más cuando somos pobres.
Más bien, es precisamente al sentirnos pobres y asumir humildemente nuestra pobreza, cuando más fácilmente invitamos al amor a entrar en “nuestra casa”, tanto al amor de Dios como al de los otros. Dios ciertamente prefiere a los pobres, pero, si verdaderamente reconocemos nuestra humilde condición, los pobres somos todos nosotros.
El mismo principio debe aplicarse a cuestiones en torno a la santidad y a la sexualidad. ¿Acaso nos ama Dios más cuando somos sexualmente “no-consumados” (vírgenes) que cuando no lo somos?
Los Evangelios destacan que Jesús nació de un seno virgen, que lo enterraron en una tumba virgen y que nosotros estamos invitados a tener un corazón virginal. Por eso, dentro de la espiritualidad cristiana, al igual que en las tradiciones espirituales de todas las grandes religiones del mundo, ha habido siempre una corriente de pensamiento que sugiere que Dios, de alguna manera, bendice más la vida célibe que la vida no-célibe; que la virginidad es el estado espiritual preferido. ¿Nos ama Dios más cuando somos vírgenes?
Una vez más, debemos tener cuidado sobre cómo contrastamos las categorías: virgen y no-virgen. Lo que se suele enseñar es que Dios ama lo virginal dentro de nosotros. El contraste no es entre los que duermen solos y los que no, sino entre los que protegen lo virginal dentro de sí mismos y los que no; y entre los que pueden sudar sangre para aguantar la tensión de vivir sin consumación (de cualquier especie) y los que no pueden. Es justamente al proteger lo virginal en nosotros y al no pasar por alto los ritmos innatos propios de la vida, causados por nuestras tensiones, cuando nos abrimos y nos disponemos más para recibir amor -el amor de Dios y el amor humano-. Dios ciertamente prefiere a los vírgenes, pero, si vivimos nuestras vidas con genuina reverencia y paciencia, ahí estamos incluidos todos nosotros.
Lo mismo cabe decir sobre Jesús cuando propone a los niños como ideal. No nos está enseñando que Dios quiera a los niños más que a los adultos. El contraste no se da entre niños y mayores, sino entre los que, como niños, son conscientes de su necesidad de recibir ayuda y los que, a causa de su soberbia o de sus heridas ya no admiten su necesidad de Dios ni de los demás. Precisamente, al admitir la profunda verdad de que no somos auto-suficientes, es cuando nos abrimos de modo preferencial a acoger en nosotros el amor de Dios y de los demás. Dios prefiere realmente a los que son como niños, pero -así lo esperamos-, ahí estamos incluidos todos.
¿Tiene, pues, Dios preferidos o favoritos? Sí, pero no entre personas diferentes, sino entre diferentes actitudes y estados de ánimo dentro de nuestras propias almas.
Que el Señor los bendiga,
Claudio
Extraído de Ciudad Redonda
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