De tu mano recibí la cruz
Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19, 16). Si quieres conocer la verdad, cree en mí. Si quieres ser perfecto, vendo cuanto tienes (Mt 19, 21). Si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo (Lc 9, 23; 14, 27. Mt 16, 24). Si quieres alcanzar la vida eterna, desprecia la presente. Si quieres ser ensalzado en el cielo, humillate en la tierra. Si quieres reinar conmigo, lleva conmigo la cruz. Porque solo los siervos de la cruz hallan el camino de la felicidad y de la luz verdadera.
Señor Jesús, ya que tu vida fue dura y despreciada por el mundo, concédeme que te imite en el desprecio del mismo mundo.
El discípulo no está sobre el maestro, ni el siervo sobre su Señor (Mt 10, 24). Que tu siervo se ejercite en la escuela de tu vida porque en ella está mi salvación y la verdadera santidad. Lo que lea u oiga fuera de ella no me fortalece ni me deleita plenamente.
Hijo, estas cosas las conoces y las has leído. Serás bienaventurado si las pones en práctica. El que conoce mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama... y yo lo amaré y me manifestaré a él (Jn 14, 21) y lo haré sentar conmigo en el reino de mi Padre (Ap 3, 21).
Señor Jesús, que se haga del mismo modo que dijiste y prometiste y que yo alcance a merecerlo. De tu mano recibí la cruz. Si, la recibí y la llevé y la sobrellevaré hasta la muerte como tu me la pusiste sobre los hombros. En verdad, la vida del buen religioso es una cruz, pero ella lleva al paraíso.
Adelante hermanos! marchemos juntos, Jesús estará con nosotros! Por amor a Jesús hemos tomado esta cruz; por amor a Jesús, perseveraremos en ella. El será nuestro auxilio porque nos guía y acompaña.
He aquí que nuestro Rey caminará delante de nosotros, el peleará a favor nuestro (Neh 4, 20). Sigámosle con ánimo esforzado; que nadie se acobarde por las dificultades. Estemos decididos a sucumbir en la lucha para no manchar nuestra gloria (1 Mac 9, 10) huyendo de la cruz.
Fraternalmente,
Claudio
Señor Jesús, ya que tu vida fue dura y despreciada por el mundo, concédeme que te imite en el desprecio del mismo mundo.
El discípulo no está sobre el maestro, ni el siervo sobre su Señor (Mt 10, 24). Que tu siervo se ejercite en la escuela de tu vida porque en ella está mi salvación y la verdadera santidad. Lo que lea u oiga fuera de ella no me fortalece ni me deleita plenamente.
Hijo, estas cosas las conoces y las has leído. Serás bienaventurado si las pones en práctica. El que conoce mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama... y yo lo amaré y me manifestaré a él (Jn 14, 21) y lo haré sentar conmigo en el reino de mi Padre (Ap 3, 21).
Señor Jesús, que se haga del mismo modo que dijiste y prometiste y que yo alcance a merecerlo. De tu mano recibí la cruz. Si, la recibí y la llevé y la sobrellevaré hasta la muerte como tu me la pusiste sobre los hombros. En verdad, la vida del buen religioso es una cruz, pero ella lleva al paraíso.
Adelante hermanos! marchemos juntos, Jesús estará con nosotros! Por amor a Jesús hemos tomado esta cruz; por amor a Jesús, perseveraremos en ella. El será nuestro auxilio porque nos guía y acompaña.
He aquí que nuestro Rey caminará delante de nosotros, el peleará a favor nuestro (Neh 4, 20). Sigámosle con ánimo esforzado; que nadie se acobarde por las dificultades. Estemos decididos a sucumbir en la lucha para no manchar nuestra gloria (1 Mac 9, 10) huyendo de la cruz.
Fraternalmente,
Claudio
La Imitación de Cristo
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