9 de octubre de 2010

Inclinaciones opuestas - Ultima parte

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
La naturaleza se complace en contar muchos amigos y parientes, se enorgullece de su noble alcurnia y nacimiento, satisface a los poderosos, adula a los ricos y aplaude a los que son iguales.

La gracia no procede de esta manera. Ella ama aún a los enemigos y no se envanece de los muchos amigos; no da importancia al lugar de origen o al linaje del cual desciende, a menos que en ello no haya una virtud mayor. Favorece más al pobre que al rico, simpatiza más con el inocente que con el prepotente, prefiere la compañía de los sinceros que la de los hipócritas, exhorta siempre a los buenos para «aspiren siempre a dones más altos» (1 Cor 12, 31) y a parecerse -por sus virtudes- al Hijo de Dios.

La naturaleza todo lo converge a si misma, y por si misma lucha y porfía.

La gracia en vez, todo lo refiere a Dios, como a su fuente natural; no se atribuye ningún bien ni lo presume arrogantemente; no discute, ni desea que su parecer se imponga al de los otros, sino que en todo sentimiento y en cualquier pensamiento se somete a la eterna sabiduría y al juicio de Dios.

La naturaleza aspira conocer secretos y oír novedades, quiere aparecer en público y hacer experiencias, desea distinguirse y realizar cuanto le produzca aplauso y admiración. Pero la gracia no se preocupa en aprender novedades y curiosidades porque todas ellas provienen de la transformación de lo viejo, no habiendo nada, sobre esta tierra, que nuevo y duradero.

La gracia además enseña a refrenar los sentidos, a huir de la vana complacencia y ostentación, a ocultar con humildad lo que puede ser digno de admiración y alabanza y a buscar en todas las acciones y en todos los estudios la gloria la honra de Dios. No quiere que se hable de ella y de lo que le pertenece, solo anhela que, con sus dones, sea glorificado Dios que todo lo ha dado por puro amor.

Esta gracia es una luz sobrenatural, un don de especial de Dios, y propiamente, la señal de los elegidos. Ella eleva al hombre de lo terrenal para que ame lo celestial y lo transforma de carnal en espiritual.

De manera que cuando más se refrene y se venza a la naturaleza, tanto mayor será la gracia infundida, y así, por medio de nuevas y continuas manifestaciones divinas, el hombre interior se irá transformando según la imagen de Dios.
Fraternalmente,

Claudio


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