Crisis de amor

Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Donde el amor está ausente se manifiesta invariablemente la cultura de la muerte en todos sus aspectos. Existen muchos conflictos, dramas, necesidades en el mundo, pero nada más grave como la falta de amor. Lo grotesco es cuando se confunde el amor auténtico con las más bajas pasiones, con egoísmos criminales, con la presunción de ser libres, pero sólo para practicar el mal porque no se sabe como practicar el bien. Los antiguos griegos llamaban a este tipo de amor bastardo«eros» de donde deriva la palabra erótico. Dios nos dice que cuando hacemos estas cosas, somos «sabios para lo malo e ignorantes para el bien» (Jr 4, 22)

¿Cómo prometerse, entonces, un país civilizado, en plena evolución, en crecimiento constante, en el que todos tienen derecho a vivir del trabajo y no de la usura, ni de la violencia histérica del poder ni del abuso de la autoridad, ni de justicia esencialmente injusta? Y este espíritu de muerte se filtra en todo el cuerpo de la sociedad como un virus capaz de producir la muerte por epidemia, porque lo vemos por todas partes, lo escuchamos, y tantas veces ¡lo sufrimos!

Cuando se habla de este modo, enseguida surge la palabrita mágica con la cual presumimos echar abajo todo lo que se dice en este sentido: «esto es elitismo». Como si proponer todo aquello que conviene a la naturaleza humana fuera hacer elitismo y como si ellos mismos no estuvieran creando una élite de basura, con la exclusión de todo lo bueno, o sea, lo que damos a los demás eso deber basura para no caer en el elitismo.

Pero las consecuencias no paran, que lo digan los que han sufrido atropellos y abusos de una justicia grotesca que se burla de los derechos humanos más elementales, aquellos padres y madres que han visto muertos a sus hijos e hijas por una negligencia, por un acto criminal, por robarles una bicicleta o una monedas o porque si. Cada día hay drogados y delincuentes más jóvenes, hasta niños, producidos por una sociedad peligrosamente enferma.

Todo esto nos señala un imperativo cada día más creciente: la necesidad de volver al amor que es verdad y que nos hace libres, que nos convierte en seres humanos y no en seres atrofiados, enfermos y desquiciados.

Dios, que conoce nuestras tendencias más peligrosas y suicidas que conducen invariablemente a esta cultura de muerte, nos ha dado todo lo que necesitamos para hacer frente a esta dolorosa realidad de la sociedad contemporánea. Ella se considera «moderna» a la «altura de los tiempos que han cambiado tanto», pero olvidan que son tan antiguos y rancios como el primer pecado del hombre.

Dios nos ha dejado el amor en persona, que es la fuente de todo amor verdadero posible, que es la persona del Espíritu Santo. Por eso el Papa Juan Pablo II nos había dicho «¿De quien es la victoria?» y respondió «De aquel que haya sabido acoger el Don»

Católicos, cristianos, nosotros lo hemos recibido desde el bautismo pero, ¿todos nosotros lo hemos sabido aceptar en nuestra vida práctica o acaso seguimos en la ignorancia del Don que Dios nos ha dado, por ponernos a participar de esta cultura de muerte?

Atención, porque si esta antorcha del amor no brilla en nosotros con toda su fuerza, no podremos encender a los otros, que tanto lo necesitan: encenderlos en el fuego del amor que es el Espíritu de Dios que nos ha dado el Padre y el Hijo, fuente de todo amor, de todo cambio profundo, de toda transformación y de toda vida auténtica.

Fraternalmente,

Claudio

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