4 de octubre de 2010

El Espíritu es animoso, pero la carne es débil

¡Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!

Jesús pronunció estas palabras, cuando estaba haciendo oración en el huerto, antes de su Pasión.

Al volverse a Pedro y a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, con los cuales se había apartado de los otros discípulos, los halla dormidos. Entonces el Señor se queja a Pedro: «De modo que no pudieron permancer despiertos conmigo ni una hora?» (Mt 26, 40) Jesús les había mandado a estos tres elegidos que velaran con Él. Pero fueron vencidos por el sueño «porque se le cerraban los ojos de sueño» observa Mateo. Es entonces cuando les dice: «Estén despiertos y orando para que no caigan en tentación; el espíritu es animoso, pero la carne es débil» (Mt 26, 41)

Jesús veía con gran tristeza el abandono de que iba a ser objeto por parte de sus discípulos preferidos. Se avecinaba la gran prueba. Hubiera sido mejor obedecer a Jesús y velar con Él. Si le hubieran dicho que estaban muy fatigados, Jesús les hubiese dado ánimo para velar con Él. ¡Que conveniente es decir al Señor: «Señor, estoy cansado, soy débil, no puedo! ¡Aýudame!»

Velar es eso: recordar lo débiles que somos. Por eso nos pide que pongamos nuestra confianza en Él. Era la lección que todavía los discípulos no habían aprendido y muchos entre nosotros, en la actualidad, todavía no hemos aprendido. Los cargados y agobiados deben ir a Él. Su promesa es «Yo los aliviaré»

Velar y orar es necesario entonces para no entrar en la tentación. Ello significa que debemos reconocer continuamente nuestra debilidad, porque somos capaces -como los Apóstoles- de negar al Señor, de dejarlo solo, si no confiamos en Él y en cambio, nos dejamos arrastrar por nuestra humanidad. ¿Acaso es más nuestra humanidad que el poder de Dios para mantenernos en vela y orar? ¿Acaso es más nuestra humanidad que la fuerza que nos fue dada desde lo Alto?

La realidad de nuestra debilidad reconocida delante de Dios, se vence con un acto de fe y confianza en el poder que Dios nos ha dado, velando en el sentido de estar preparados de antemano junto al Señor para que la tentación ni siquiera de el primer paso, sino que sea rechazada con el poder del Espíritu Santo.

Si logramos comprender y vivir esta realidad -que es una gracia de Dios- entonces podríamos decir a la inversa, porque resulta evidente que nuestro espíritu -por más animoso y fuerte que nos parezca- no basta, porque nos vence nuestra humanidad con mucha facilidad. Pero podremos decir llenos de esperanza y gozo «Mi carne es débil y, no es nuestro espíritu vencido por la carne, sino el Espíritu de Dios, el que está siempre alerta para darnos la victoria» Sólo por el Espíritu podemos permanecer en vela.

¡Cual es el fundamento de esta esperanza? Está en su palabra:
«Infundiré mi Espíritu en ustedes para que vivan según mis mandamientos y respeten mis ordenes. Ustedes serán para mi Mi Pueblo y a mi me tendrán por su Dios» (Ez 36, 27-28)
Que el Señor los bendiga,

Claudio

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