Prudencia
Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
Según una cierta dimensión nos han enseñado que el valor del hombre debe medirse con el metro del bien moral que lleva a cabo en su vida. Esto precisamente sitúa en primer puesto la virtud de la prudencia. El hombre prudente, que se afana por todo lo que es verdaderamente bueno, se esfuerza por medirlo todo, cualquier situación y todo su obrar, según el metro del bien moral.
Prudente no es, el que sabe arreglárselas en la vida y sacar de ella el mayor provecho; sino quien acierta a edificar la vida toda según la voz de la conciencia recta y según las exigencias de la moral justa.
De este modo la prudencia viene a ser la clave para que cada uno realice la tarea fundamental que ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del hombre mismo. Dios ha dado a cada uno su humanidad. Es necesario que nosotros respondamos a esta tarea programándola como se debe.
Pero el cristiano tiene el derecho y el deber de contemplar la virtud de la prudencia también con otra visual. Esta virtud es como una imagen y semejanza de la Providencia de Dios mismo en las dimensiones del hombre concreto. Porque el hombre —lo sabemos por el libro del Génesis— ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y Dios realiza su plan en la historia de lo creado y, sobre todo, en la historia de la humanidad.
La prudencia es algo distinto de la astucia. La prudencia exige la razón humilde, disciplinada y vigilante, que no se deja ofuscar por prejuicios; no juzga según deseos y pasiones, sino que busca la verdad, también la verdad incómoda. Prudencia significa ponerse en busca de la verdad y actuar conforme a ella.
El siervo prudente es ante todo un hombre de verdad y un hombre de la razón sincera. Dios, a través de Jesucristo, nos ha abierto de par en par la ventana de la verdad que, ante nuestras solas fuerzas, se queda con frecuencia estrecha y sólo en parte transparente. Él nos muestra en la Sagrada Escritura y en la fe de la Iglesia la verdad esencial del hombre, que imprime la dirección justa a nuestra actuación.
Así, la primera virtud cardinal del sacerdote ministro de Jesucristo consiste en dejarse plasmar por la verdad que Cristo nos muestra. De esta manera nos transformamos en hombres verdaderamente razonables, que juzgan según el conjunto y no a partir de detalles casuales. No nos dejamos guiar por la pequeña ventana de nuestra astucia personal, sino que, desde la gran ventana que Cristo nos ha abierto sobre toda la verdad, contemplamos el mundo y a los hombres y reconocemos así qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida.
Fraternalmente,
Claudio
Leído en Conoceréis de verdad
«El que se tenga por sabio y prudente, demuestre con su buena conducta que sus actos tienen la sencillez propia de la sabiduría. Pero si ustedes están dominados por la rivalidad y por el espíritu de discordia, no se vanaglorien ni falten a la verdad. Semejante sabiduría no desciende de lo alto sino que es terrena, sensual y demoníaca. Porque donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera. Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz» (Santiago 3, 13-18)De esta virtud han dicho ya muchas cosas los antiguos. Les debemos profundo reconocimiento y gratitud por ello.
Según una cierta dimensión nos han enseñado que el valor del hombre debe medirse con el metro del bien moral que lleva a cabo en su vida. Esto precisamente sitúa en primer puesto la virtud de la prudencia. El hombre prudente, que se afana por todo lo que es verdaderamente bueno, se esfuerza por medirlo todo, cualquier situación y todo su obrar, según el metro del bien moral.
Prudente no es, el que sabe arreglárselas en la vida y sacar de ella el mayor provecho; sino quien acierta a edificar la vida toda según la voz de la conciencia recta y según las exigencias de la moral justa.
De este modo la prudencia viene a ser la clave para que cada uno realice la tarea fundamental que ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del hombre mismo. Dios ha dado a cada uno su humanidad. Es necesario que nosotros respondamos a esta tarea programándola como se debe.
Pero el cristiano tiene el derecho y el deber de contemplar la virtud de la prudencia también con otra visual. Esta virtud es como una imagen y semejanza de la Providencia de Dios mismo en las dimensiones del hombre concreto. Porque el hombre —lo sabemos por el libro del Génesis— ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y Dios realiza su plan en la historia de lo creado y, sobre todo, en la historia de la humanidad.
La prudencia es algo distinto de la astucia. La prudencia exige la razón humilde, disciplinada y vigilante, que no se deja ofuscar por prejuicios; no juzga según deseos y pasiones, sino que busca la verdad, también la verdad incómoda. Prudencia significa ponerse en busca de la verdad y actuar conforme a ella.
El siervo prudente es ante todo un hombre de verdad y un hombre de la razón sincera. Dios, a través de Jesucristo, nos ha abierto de par en par la ventana de la verdad que, ante nuestras solas fuerzas, se queda con frecuencia estrecha y sólo en parte transparente. Él nos muestra en la Sagrada Escritura y en la fe de la Iglesia la verdad esencial del hombre, que imprime la dirección justa a nuestra actuación.
Así, la primera virtud cardinal del sacerdote ministro de Jesucristo consiste en dejarse plasmar por la verdad que Cristo nos muestra. De esta manera nos transformamos en hombres verdaderamente razonables, que juzgan según el conjunto y no a partir de detalles casuales. No nos dejamos guiar por la pequeña ventana de nuestra astucia personal, sino que, desde la gran ventana que Cristo nos ha abierto sobre toda la verdad, contemplamos el mundo y a los hombres y reconocemos así qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida.
Claudio
Leído en Conoceréis de verdad
En Juan Bautista podemos aprender a que toda nuestra vida sea proclamada con la fuerza que nos da la Palabra y la sinceridad de nuestra vida.
ResponderBorrarGuiándonos por este camino encontraremos la debida prudencia para apoyados en la Palabra llevarla a nuestra vida.
Un fuerte abrazo en XTO.JESÚS.
Palabras sabias amigo.
ResponderBorrarMi abrazo en Cristo
Claudio
Hola Claudio paso por tu blog a saludarte y a desearte una Feliz Semana.
ResponderBorrarMe encanta leerte.
Un abrazo.
Gracias por tu compartir hablar de prudencia es hablar de Cristo el hombre que realmente nos enseña a ser prudente es un Don que hemos de pedir gracias que Dios te guarde siempre y María te acompañe unidos en oración y un abrazo fuerte en Jesús y María
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