Permanecer en el amor de Dios
Permanecer en ese amor implica compromiso. No es algo que sucede sin querer. Requiere intención, vigilancia y una apertura constante al otro. es fácil distraerse con las tareas, los planes o incluso con los propios problemas. Pero si no partimos del amor de Jesús, todo se convierte en esfuerzo vacío.
Es esencial guardar los mandamientos de Jesús, que Él mismo ha practicado antes de predicarlos: la oración continua, las buenas obras hechas cara a Dios, el perdón a los enemigos, la pureza de corazón, la mirada limpia, la atención a las necesidades del otro como si fueran propias, el desprendimiento de los bienes terrenos, entre otras tantas. Practicar todas estas enseñanzas, que podemos encontrar resumidas en el sermón de la montaña, es permanecer en el amor de Dios.
Obedecer a Jesús no es doblegarnos, es confiar. Es entender que sus enseñanzas no limitan, sino que nos liberan. Y esa libertad se manifiesta en gestos concretos: escuchar sin juzgar, estar presentes sin prisa, corregir con dulzura. Ahí se construyen comunidades vivas.
Podemos pensar que valemos poco, y menos todavía nos parece valer lo que podemos hacer por corresponder al amor de Dios. Así lo consideraba San Josemaría en Camino: ¡Qué poco es una vida para ofrecerla a Dios!, pero Jesús no espera grandes hazañas.
Permanecer en el amor no es un proyecto para mañana. Es una urgencia de cada día. Jesús nos invita a vivir desde una fuente que nunca se agota, pero que hay que acudir a ella constantemente. El Evangelio de hoy no es teoría. Es práctica diaria: en cómo respondemos a un mensaje, cómo nos levantamos cuando estamos cansados, cómo miramos al que piensa diferente.
Si aprendemos a vivir así, si hacemos del amor la raíz de nuestras decisiones, nuestras comunidades se convertirán en verdaderas escuelas de humanidad y de fe.
Paz y bien
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