Jesús es la vid, nosotros las ramas
Evangelio de San Juan 15, 1-8
Nuestro Evangelio de hoy está tomado del relato de Juan sobre las palabras de Jesús a sus discípulos la noche antes de morir. En sus últimos momentos, Jesús trata de asegurarles que, incluso más allá de su muerte y resurrección, permanecerá profundamente unido a ellos. La imagen que ofrece de la vid y los sarmientos expresa maravillosamente la cercanía de esta comunión, no sólo con sus apóstoles, sino con cada uno de nosotros. Del mismo modo que los sarmientos no pueden sobrevivir separados de la vid, tampoco nosotros podemos vivir verdaderamente sin permanecer unidos a Cristo, fuente de nuestra vida.
Por el bautismo hemos sido injertados en Cristo, como una rama en una cepa, y ahora somos como sarmientos suyos. Se puede decir que por las venas de nuestra alma circula la vida de Cristo, la vida sobrenatural. Sin embargo, a menudo somos nosotros los que rompemos esa conexión. Nos convencemos de que podemos arreglárnoslas solos, confiando en nuestras propias fuerzas, alejándonos de Aquel que nos sostiene. Pero la invitación de Jesús es constante y misericordiosa: volver, ser injertados de nuevo en la vid, donde la vida fluye libremente.
Dios ha querido asociarnos a su vida eterna y feliz, pero es preciso realizar de vez en cuando una poda porque estamos sobrados de egoísmo y de todo lo que eso implica. Quitar ramas secas y hojarasca del hombre viejo para tener más savia joven, vida nueva del Espíritu.
Permanecer en Cristo es mantenerse en constante contacto con El, donde esté: en la Palabra, vida, eucaristía, amor... y dar frutos. Los frutos no son solamente para los que nos rodean. También nuestra cercanía al Señor produce en nosotros abundantes cosechas del amor que Dios nos tiene. Si sembramos bien en nuestro corazón tendremos también frutos en él para repartir a los demás.
Paz y bien
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Fuentes: Con textos del Padre Patrick van der Vorst | Imagen del blog
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