Amor y obediencia son inseparables


La lectura del Evangelio de hoy comienza con una afirmación sorprendente: "El que tiene mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama". Aquí, Jesús deja claro que el amor y la obediencia son inseparables. No son fuerzas opuestas, sino dos expresiones de la misma realidad; dos caras de la misma moneda. El verdadero amor a Dios se manifiesta no sólo en palabras o sentimientos, sino en el compromiso voluntario de vivir según su voluntad. La obediencia, lejos de ser una fría sumisión a las normas, se convierte en una respuesta viva al amor.

En el mundo actual, a menudo vemos la ley y el amor como opuestos. La ley se ve como algo rígido e impersonal; el amor, como algo libre y emocional. Incluso al leer los Evangelios, podemos caer en la trampa de considerar a los fariseos como los legalistas estrictos, mientras imaginamos a Jesús como una figura puramente de amor, que descarta por completo la ley. Pero esto es un malentendido. Como dijo sabiamente el teólogo Peter Kreeft, "Jesús era antilegalista, pero no antiley". Cristo no abolió la ley; la cumplió, mostrando que la ley, cuando se vive a través del amor, nos conduce a la verdadera libertad y santidad.

Esto nos lleva al núcleo de las palabras de Jesús: que el amor no es un mero sentimiento, sino un acto de la voluntad. El amor es una elección, una decisión deliberada de buscar el bien del otro y de permanecer fieles a los mandamientos de Dios. Por eso Jesús puede mandarnos amar: no porque exija una emoción, sino porque nos llama a elegir el amor cada día, incluso cuando es difícil, incluso cuando exige sacrificios.

Sabiendo lo difícil que puede ser, Jesús nos promete la ayuda del Espíritu Santo, al que llama el Abogado. (El texto bíblico utiliza la palabra Paráclito que con raíces del latín y el griego significa el que intercede para ayudar). Para ilustrar la idea de un abogado, podemos fijarnos en el cuadro de Pieter Brueghel el Joven de la oficina de un abogado de pueblo, donde los humildes aldeanos hacen cola con regalos en la mano, en busca de asistencia legal. 

Aunque esta imagen refleja una idea limitada y terrenal de un abogado -alguien que habla en nuestra defensa-, el Espíritu Santo es mucho más que eso. El Espíritu camina a nuestro lado como consolador, consejero, guía, ayudante e intercesor, capacitándonos para vivir el mandato de Cristo de amar. El Espíritu Santo no sólo nos defiende; ¡nos transforma! El Espíritu Santo hace posible que amemos como Cristo ama, con corazones que eligen libremente la obediencia, no por miedo, sino por un amor profundo y permanente.

Paz y bien


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Textos Padre Patrick van der Vorst

Imagen: El abogado campesino,

Pintado por Pieter Breughel el Joven (1564-1638),

Pintado hacia 1620

Óleo sobre tabla

© Museo Grohmann de la Escuela de Ingeniería de Milwaukee, Milwaukee

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