Escuchar la voz de Jesús en tiempos de ruido
Juan 10, 22-30
Era invierno en Jerusalén, y Jesús paseaba por el templo, en el pórtico de Salomón. No es un dato menor. El frío y la tensión de la fiesta de la Dedicación nos sitúan en un momento en que la esperanza del pueblo pendía de un hilo. En medio de eso, algunos se acercan a Jesús y, con tono casi desafiante, le dicen: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo claramente”. La escena no dista mucho de los interrogantes que hoy nos lanza el mundo: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué no se manifiesta de forma más clara? ¿Qué sentido tiene la fe cuando la vida está llena de dificultades?
Jesús no responde con fórmulas mágicas ni declaración rimbombante; Él habla de una relación: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”. En esa frase hay una ternura inmensa. No se trata de doctrina vacía ni de promesas abstractas, sino de cercanía, de una voz que se reconoce en medio del ruido. En medio del estrés de todos los días, cuentas que hay que pagar o las preocupaciones familiares, escuchar esa voz es lo que nos mantiene en pie. No siempre se trata de grandes revelaciones; a veces es un susurro interior que nos anima a seguir adelante, a confiar cuando todo parece incierto.
Pero, en un momento determinado, Jesús dijo, refiriéndose a sus ovejas: «Mi Padre, que me las ha dado» (cf. 10, 29). Dijo el Papa Francisco en Regina Caeli, 21 de abril de 2013 «Esto es muy importante, es un misterio profundo, no fácil de comprender: si yo me siento atraído por Jesús, si su voz templa mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto dentro de mí el deseo del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza… y Jesús es todo esto en plenitud».
Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la relación que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión.
Paz y bien
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Con textos de juanxiii.org
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