Entre la duda y la fidelidad, una decisión diaria
San Juan 15,9-17.
«Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.»
“Permanecer” es un verbo que parece difícil conjugar con el estilo de vida contemporáneo. ¿Se puede permanecer en un trabajo durante mucho tiempo? ¿Permanece contra viento y marea una relación de amistad? ¿Puede permanecer una promesa dada frente a las adversidades? ¿Permanecen los compromisos políticos con el electorado sobre los intereses partidistas? ¿Permanece el “sí, te quiero” para siempre? O ¿todo depende?
Permanecer en ese amor, como Él lo pide, no es cuestión de emoción pasajera. No se trata de una chispa ni de un gesto ocasional, sino de una decisión diaria. Jesús habla de guardar sus mandamientos, y en concreto nos llama a vivir el mandamiento del amor. Es aquí donde muchas veces nos cuesta. Es fácil amar al que piensa como yo, al que me sonríe, al que me da la razón. Pero, ¿y al que interrumpe la reunión? ¿al que no devuelve el saludo o al que viene con heridas que no entendemos? Ahí es donde se pone a prueba si nuestro amor permanece.
Amar como Jesús nos amó significa cruzar límites, tender puentes, acercarnos a quien está lejos, escuchar sin juzgar. En la práctica, esto implica conversaciones incómodas, perdones dados sin condiciones, paciencia con quienes aún no comprenden nuestro lenguaje de fe. Pero también implica esperanza: si nosotros somos capaces de ese amor, es porque primero lo recibimos de Él.
Hoy el Evangelio nos recuerda que no estamos solos ni caminamos por cuenta propia. Permanecer en su amor no es un lujo de los santos, es una invitación para todos. Si amamos como Él, nuestras parroquias dejarán de ser solo espacios de culto y se convertirán en verdaderas escuelas de humanidad.
Paz y bien
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