Escuchar su voz en medio del ruido


Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”. Estas palabras parecen simples, pero llevan una fuerza enorme para la vida de cada uno de nosotros. En un mundo donde todo el tiempo hay ruido —en la calle, en las redes, en los noticieros—, distinguir la voz de Jesús no es tarea fácil. Y, sin embargo, es justo esa voz la que nos da paz, sentido y dirección.

La voz de Jesús no grita ni se impone. Es como la brisa suave que escuchó Elías en el monte. A veces se parece a esa intuición buena que sentimos en el pecho. Otras veces, se hace presente en una palabra de consuelo que nos regala alguien en la parroquia o en la comunidad. Para reconocerla, hace falta tener el oído afinado y el corazón dispuesto.

Jesús no solo dice que sus ovejas lo escuchan, sino que también afirma: “yo las conozco”. Y esto es mucho más que saber nuestros nombres. Conocer en la Biblia implica entrar en una relación profunda, íntima, viva. Es como si Jesús dijera: “yo sé lo que te pesa, lo que te alegra, lo que te asusta… y te acompaño en todo eso”.

Esto cambia nuestra forma de vivir. Porque saberse conocido y amado por Jesús da seguridad, aunque no todo esté resuelto. Nos impulsa a no esconder lo que somos, sino a ofrecerlo con humildad. No basta con escuchar. Jesús dice que sus ovejas “lo siguen”. Y esto no es solo un acto de fe, sino también una práctica constante. 

Quizá una de las frases más consoladoras del Evangelio de hoy es esta: “Nadie las arrebatará de mi mano”. En tiempos de incertidumbre, esta promesa es como un refugio. No se trata de que no habrá dificultades. Las hay, y bien duras. Pero saber que hay una mano que nos sostiene nos permite caminar con otra confianza.

Cuando uno acompaña a personas en el duelo, en la enfermedad, en la frustración, esta palabra se vuelve concreta. Esas manos de Jesús, que no sueltan a nadie, nos invitan a ser también manos firmes para los otros.

Jesús termina esta enseñanza con una afirmación fuerte: “El Padre y yo somos uno”. Esta unión es fuente de vida para todos nosotros. Cuando nos sentimos divididos, sin saber a dónde ir, esta unidad nos recuerda que nuestra fe no es un conjunto de normas, sino una comunión viva.

Y esa comunión se hace visible cuando en nuestras comunidades se respira acogida, cuando no nos juzgamos entre nosotros, cuando celebramos juntos con sinceridad. Ahí está la presencia viva del Pastor que no se olvida de ninguno.


__

Evangelio de San Juan 10,27-30

Con textos de Juan XXIII.org


Comentarios