Invisible
Nuestra vida diaria un vuelco si encontrásemos la manera de realizar tantos proyectos guardados en el corazón sin que nadie nos lo impidiese. O, mejor, sin que nadie nos viese.
Un pastor llamado Giges,según cuenta una leyenda griega, encontró la manera de llevar a cabo esos proyectos. ¿Cómo? Con un anillo que, al ser girado hacia adentro, le permitía conquistar el don de la invisibilidad. Pensó entonces que podría entrar donde ningún pastor había entrado: ¡en las habitaciones del rey! Allí se lanzó, él, que antes aparentaba ser honrado y sencillo, y, ni corto ni perezoso, sedujo a la reina, mató al rey y quedó así al frente de todo el dominio de quien antes era su dueño y señor.
Todos hemos soñado, alguna vez, con adquirir esa cualidad magnífica de la invisibilidad. Con ella podríamos atravesar tantisismas puertas como tengamos ganas sin que nadie notase nuestra presencia. Ante un anillo como el de Giges, podríamos descubrir que en el fondo, lo que antes considerábamos como “absolutamente prohibido” resulta una posibilidad a nuestro alcance, sin el terrible inconveniente de alguien que nos mire, nos denuncie o nos meta en la cárcel.
La fábula griega es sólo eso, una fábula, que dio pié a diversas películas o a las aventuras apasionantes de los personajes de una larga novela mitológica: el señor de los anillos. Pero nos sirve para preguntarnos si, en el fondo, somos buenos śolo porque nos ven, o si no seríamos un poco menos buenos si nuestros actos se mantuviesen en el más completo secreto, protegidos de las vistas indiscretas y enjuiciadoras de los demás.
Esta fábula nos sirve para sacar a flote lo que es el centro de nuestros sueños, aquellas cosas que de verdad queremos y amamos, en lo más profundo de nuestro corazón; también puede ser que descubramos cosas peligrosas en serio. Sueños tristes, sueños malos, sueños que no querríamos tener, que no querríamos que otros tuviesen respecto de nosotros mismos...
Pero quizá podríamos descubrir ¿por que no? que albergamos sueños benéficos, quijotescos, a lo Robin Hood; sueños de defender a los niños de sus explotadores, a los pobres de sus condiciones de miseria, a los tristes de sus pesimismos, a los ancianos de su sufrimientos en soledad, a las personas discapacitadas, de las tremendas marginaciones sociales.
Nos puede ser de mucha utilidad descubrir un «anillo de Giges» por unos minutos. Pocos minutos, pero suficientes para desatar nuestro corazón de las miradas que nos esclavizan y nos impide ser lo que realmente somos.
Sabemos, desde luego, que el hombre invisible no puede escapar de los ojos de Dios. O, mejor todavía, que deberíamos de dejar de preocuparnos de lo que piensan los demás cuando actuamos, para preocuparnos por esos ojos invisibles, pero reales, de Dios. Entonces nos daremos cuenta de que vale la pena sólo una cosa: hacer el bien que nos pide el corazón, que no es sino una forma de escuchar los que Dios nos grita todos los días, ante las mil disyuntivas que surgen en lo cotidiano de nuestro vivir.
Quizá algún día, cuando despertemos a la eternidad, “veremos” con claridad la vida de cada hombre y mujer como si tuviésemos un anillo que no sólo no nos hace invisibles, sino que nos permite ver lo que todos creíamos que era invisible, pero era visible para Dios.
Entonces muchos gestos de benevolencia y altruismo se mostrarán como máscaras de egoísmos camuflados y de intereses torcidos. Pero también veremos que muchos hombres y mujeres que valorábamos poco, si es que no los considerábamos como delincuentes o temibles enemigos, relucirán con un corazón y una vida escritos en línea recta, en una fidelidad total a los propios valores y con un auténtico sentido del amor, la justicia y la fraternidad.
El anillo de Giges no hizo peor al pastor que lo encontró. Sólo dejo salir fuera un dinamismo del mal que se escondía dentro de su alma. Importa, por tanto, construir un corazón lleno de bondad para que, con anillo o sin anillo, cada uno se dedique sólo a una tarea en la vida: hacer el bien, construir un mundo un poco más bueno y un poco más feliz...
Dios los bendiga, paz y bien
**Leído y adaptado de: Revista Familia Cristiana, mayo 2009
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