Bienaventuranzas en el Año de la Fe
Bienaventurado si, en el Año de la Fe, no tienes tu corazón exclusivamente centrado en la riqueza, en el afán de tener. Te darás cuenta que, en la pobreza, encontrarás tu libertad y tu razón de ser: eres persona.
Bienaventurado si, en el Año de la Fe, eres manso. Comprenderás que la violencia, solo engendra más violencia. Que la bondad, la paciencia o la humildad, son como el imán: hace muchos amigos y verdaderos.
Bienaventurado si, en el Año de la Fe, sabes llorar. Cuando hasta ti lleguen las horas amargas tendrás cerca de ti alguien que te consuele y un pañuelo que enjugue tus lágrimas. Te acordarás de aquello: “amor, con amor se paga”. O, también, “¿manos que dais…qué esperáis?”
Bienaventurado si, en el Año de la Fe, sigues luchando por la justicia allá donde estás. Si los mandamientos son señales que iluminan tu conducta. Procura dejar los juicios para Dios y, cuando estés frente a Él, recogerás el fruto de tu complicidad o de tus silencios.
Bienaventurado si, en el Año de la Fe, no dejas que nadie corrompa tu corazón; si a tu corazón, le das la limpieza del amor y el brillo de la esperanza. En el Sacramento de la confesión encontrarás, además de un buen detergente, una Palabra del Señor, una palabra de sacerdote y una Bendición de Dios.
Bienaventurado si, en el Año de la Fe, eres valiente; si no te andas por las ramas a la hora de defender tus convicciones religiosas; si, además, procuras nutrirte y formarte en la historia del cristianismo y de la misma Iglesia. Si lo haces así, un día también Jesús, te defenderá y te reconocerá ante el Padre.
Bienaventurado si, en el Año de la Fe, no ocultas lo que eres y lo que profesas; si, ante un mundo en el que todo se relativiza, eres capaz de ser una señal de la presencia de Dios. Tu recompensa, aunque ahora te parezca incierta, será grande y eterna en el cielo.
Bienaventurado si, en el Año de la Fe, eres pacífico; si te alejas de las situaciones de conflicto pero no rehuyes de aquellos momentos en los que, tu palabra, es necesaria para la paz o para el bienestar de los más necesitados. Ser pacífico no es lo mismo que vivir ajeno a todo.
Seamos bienaventurados, en este Año de la Fe, aprendiendo, meditando y llevando a la práctica estos ocho caminos de felicidad que son las bienaventuranzas.
Seamos bienaventurados, en este Año de la Fe, poniendo en el eje de la rueda de nuestra vida a Cristo.
Seamos bienaventurados, en este Año de la Fe, disfrutando con las cosas de Dios y con todo aquello que la Iglesia nos propone como pautas para vivir como Dios manda.
Y es que, el Año de la Fe, es un recordatorio de cómo ser feliz y de cómo alejarnos de los caminos de la desdicha que el mundo nos presenta como patrón del disfrute.
Dios los bendiga, paz y bien
Leído en revista Familia Cristiana
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