7 de febrero de 2013

El tiempo de la salvación


por Ana María Martínez
Revista «Familia Cristiana»

San Pablo cuando habla del perdón, de la reconciliación, de la capacidad de perdonar y recibir perdón se refiere también a esa dimensión que nos hace capaces de dar perdón.

El perdón como gracia de Dios que San Pablo, presenta ante nosotros como testigo que experimentó, de modo singular, la fuerza de la cruz en el camino de Damasco nos muestra al Resucitado quien se le manifestó con todo el esplendor su poder en la fuerza y el poder de la cruz de Cristo, se dirige a nosotros con una ardiente súplica: “los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios.” (2 Cor 6, 1)

San Pablo insiste en que esta gracia que nos la ofrece Dios mismo, que nos dice a cada uno de nosotros: “En el momento favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí. Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación.” (2 Cor 6, 2) “Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios. A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él.” (2 Cor 5, 20-21)

La reconciliación unida al perdón hizo que por entonces, Juan Pablo II nos preguntara: Pero ¿que significa para nosotros el término «reconciliación»?

Para captar su sentido y su valor exactos, es necesario ante todo darse cuenta de la posibilidad de la división, de la separación. El hombre es la única criatura en la tierra que puede establecer una relación de comunión con su creador, pero también, es la única que puede separarse de él. De hecho, por desgracia, con frecuencia se aleja de Dios.

Pero, afortunadamente, muchos, como el hijo pródigo del que habla el evangelio de San Lucas, después de abandonar la casa paterna y disipar la herencia recibida, al tocar fondo, se dan cuenta de todo lo que han perdido. Entonces, comprenden el camino de la vuelta; “Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti...” (Lc 15, 18)

Dios, bien representado por el padre de la parábola, recibe a todo hijo pródigo que vuelve a él. Lo recibe por medio de Cristo en quien el pecador puede volver a ser “justo” con la justicia de Dios. Lo recibe, porque hizo pecado por nosotros a su Hijo eterno. “...a fin de que nosotros seamos justificados por él.” (2 Cor 5, 21)

Por otra parte cada uno de nosotros, con nuestros comportamientos, hemos tenido parte en estos males, contribuyendo a desfigurar el rostro de Cristo y de la Iglesia.

En este año de la fe, pidamos humildemente perdón, al mismo tiempo que confesamos nuestras culpas, perdonemos las culpas cometidas por los demás contra nosotros. La Iglesia siempre se siente comprometida a purificar la memoria de todo sentimiento de rencor o venganza. De la acogida del perdón divino brota el compromiso de perdonar a los hermanos y de reconciliación recíproca.

Pidamos a María, madre del perdón, que nos ayude a acoger la gracia del perdón. Que este año de la fe sea para todos los creyentes el tiempo del perdón y para cada hombre que busca a Dios, el momento favorable, el tiempo de la reconciliación, el tiempo de la salvación.

Bendiciones, paz y bien.



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