Señor, cada uno es a tus ojos lo que es y nada más
Paz y bien en el Señor Jesús y en su Santísima Madre!
Tu conoces todas y cada una de las cosas y nada hay oculto para ti en la conciencia humana. Tu conoces las cosas que han de suceder antes que acontezcan y no hay necesidad que alguien te avise o te advierta de lo que está ocurriendo sobre la tierra. Tu sabes lo que conviene a mi progreso y cuanto ayuda la tribulación para que desaparezca la herrumbre de los vicios. Haz conmigo lo que desea tu voluntad y no quieras juzgar severamente mi vida de pecado que nadie conoce mejor ni más claramente que tú.
Señor, hazme comprender lo que debe ser comprendido, amar lo que se ha de amar, alabar lo que a ti te agrada por encima de todas las cosas, apreciar lo que para tí es precioso y detestar lo que es abyecto a tus ojos.
No permitas que yo juzgue «según la visión de los ojos corporales ni sentencie por lo que se oiga» (Is. 11, 3) a hombres inexpertos, sino que discierna con sano juicio entre lo visible y lo espiritual y sobre todo busque siempre cumplir aun las mínimas manifestaciones de tu voluntad.
Las facultades del hombre con frecuencia se engañan al emitir sus opiniones y fallan también los amantes de las cosas mundanas al preferir únicamente lo visible. ¿Un hombre será tal vez mejor porque es considerado mayor por otro hombre? Cuando un hombre alaba a otro y más le confunde cuando más lo ensalza, se trata de un mentiroso que engaña a otro mentiroso, de un vanidoso que se burla de otro vanidoso, de un ciego que miente a otro ciego y de un enfermo que oculta la verdad a otro enfermo.
Porque, como dice el humilde pobre Francisco de Asís, cada uno es a tus ojos sólo que es y nada más.
Que el Señor los bendiga.
Tomás de Kempis
«Dirijo la mirada a los cerros en busca de socorro.
Mi socorro me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
No deja que tu pié de un paso en falso, no duerme tu guardián.
Jamás lo rinde el sueño o cabecea el guardián de Israel.
Durante el día, el sol no te maltrata, ni la luna de noche.
Te preserva el Señor de cualquier mal y protege tu vida.
El te cuida al salir y al regresar, ahora y siempre.» (Salmo 120)
Padre amado, estoy en tus manos, me inclino ante la vara que corrige. Fustiga mi espalda y mi cerviz para que enderece mi camino torcido hacia tu voluntad. Conviérteme en discípulo piadoso y dócil, como tú bien sabes hacerlo, para que te obedezca a una simple indicación tuya. Todo mi ser y todo lo mío te lo entrego para que lo corrijas. Es preferible ser reprendido aquí que en la vida futura.
Tu conoces todas y cada una de las cosas y nada hay oculto para ti en la conciencia humana. Tu conoces las cosas que han de suceder antes que acontezcan y no hay necesidad que alguien te avise o te advierta de lo que está ocurriendo sobre la tierra. Tu sabes lo que conviene a mi progreso y cuanto ayuda la tribulación para que desaparezca la herrumbre de los vicios. Haz conmigo lo que desea tu voluntad y no quieras juzgar severamente mi vida de pecado que nadie conoce mejor ni más claramente que tú.
Señor, hazme comprender lo que debe ser comprendido, amar lo que se ha de amar, alabar lo que a ti te agrada por encima de todas las cosas, apreciar lo que para tí es precioso y detestar lo que es abyecto a tus ojos.
No permitas que yo juzgue «según la visión de los ojos corporales ni sentencie por lo que se oiga» (Is. 11, 3) a hombres inexpertos, sino que discierna con sano juicio entre lo visible y lo espiritual y sobre todo busque siempre cumplir aun las mínimas manifestaciones de tu voluntad.
Las facultades del hombre con frecuencia se engañan al emitir sus opiniones y fallan también los amantes de las cosas mundanas al preferir únicamente lo visible. ¿Un hombre será tal vez mejor porque es considerado mayor por otro hombre? Cuando un hombre alaba a otro y más le confunde cuando más lo ensalza, se trata de un mentiroso que engaña a otro mentiroso, de un vanidoso que se burla de otro vanidoso, de un ciego que miente a otro ciego y de un enfermo que oculta la verdad a otro enfermo.
Porque, como dice el humilde pobre Francisco de Asís, cada uno es a tus ojos sólo que es y nada más.
Que el Señor los bendiga.
Claudio
Tomás de Kempis
Claudio, preciosa entrada. Dios te bendiga por compartirla.
ResponderBorrarUn abrazo fraterno
♥Alicia
MI QUERIDO CLAUDIO...QUE APRENDAMOS EN ESTA VIDA Y EN LA TIERRA ,A AMAR A DIOS COMO EL SE LO MERECE.SEGURAMENTE A CADA INSTANTE DEBEREMOS ENTREGAR EL ALMA AL DIVINO ESPIRITU SANTO,PARA QUE NO SUCUMBAMOS A LO TERRENAL Y VANO ,A LO DESAGRADABLE A DIOS...SOMOS LO QUE SOMOS PARA EL,ES CIERTO NO PODEMOS ESCONDER NI DISIMULAR NADA.DIOS OSCULTA TODAS LAS COSAS.
ResponderBorrarQUE PODAMOS SER OBEDIENTES Y FIRMES EN ESTE CAMINO...EXITOS CLAUDIO,UN ABRAZO..ANGELINA DE MARIA