29 de agosto de 2010

Andar en la verdad

¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!

Evangelio del 22º domingo, tiempo ordinario, ciclo "C"
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola: "Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: 'Déjale el lugar a éste', y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate a la cabecera'. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido". Luego dijo al que lo había invitado: "Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos. (Lc 14, 1. 7-14)
El título del post se refiere a la famosa frase de Santa Teresa de Jesús: humildad es andar en verdad. La humildad es, entonces, vernos tal cual somos; es saber y reconocer lo que valemos ante Dios. Y ¿qué valemos ante Dios? Realmente nada. ¿Qué somos ante Dios? Tampoco nada.

Responder estas preguntas adecuadamente; es comenzar a andar en verdad. Es apenas comenzar a darnos cuenta de lo que es ser humilde. Y luego de ese reconocimiento de nuestro “cero” valor ante Dios, nos queda un larguísimo trecho para llegar a ser humildes, para andar ese camino de la humildad.

Sin embargo el problema está en que la humildad es una virtud despreciada por el mundo ... y al orgullo se le da un gran valor.

El mundo nos vende la idea de que los primeros puestos son los mejores, de que las glorias humanas y los reconocimientos humanos son muy importantes, de que los privilegios y el poder son muy necesarios, de que creernos una gran cosa es bueno. Como vemos: todo lo contrario a lo que significa la humildad.

Y el mundo últimamente nos está vendiendo una idea que se nos ha metido por todos lados: la llamada “auto-estima”, la cual es todo lo contrario a la humildad. Recordemos que nada valemos ante Dios, nada somos sin Dios. De nuestra cuenta sólo podemos y sabemos pecar. Dice San Alfonso María de Ligorio que no somos capaces por nosotros mismos de hacer nada bueno, y que cualquier bien que hagamos viene de Dios y cualquier cosa buena que tengamos pertenece a Dios.

San Ignacio de Loyola define la humildad como la renuncia de tres cosas: renuncia a la propia voluntad, renuncia al propio interés, y renuncia al propio amor. El propio amor o amor propio es justamente la auto-estima que tanto se nos pregona, para -supuestamente- poder ser felices, pero que nos aleja de ese andar en verdad que es el camino de la humildad.

El Señor nos recomienda en el Evangelio evitar los primeros puestos. Y los primeros puestos se refieren a esas cosas que nos vende el mundo: glorias, alabanzas, reconocimientos, poder, mando, honores, privilegios, creerse grande, querer ser grande y poderoso, alardear de lo mucho que sabemos, creer que podemos sin Dios, buscar ser reconocido, hacer las cosas para que nos crean muy buenos y muy capaces, creernos mejores que los demás, creernos que somos una gran cosa, creer que merecemos lo que tenemos y muchas cosas más, tratar de destacarnos, confiar en las propias fuerzas y no en Dios, buscar hacer nuestra propia voluntad y no la de Dios, etc., etc. ... Todas esta cosas nos las vende el mundo.

Pero la humildad es todo lo contrario: es hacer las cosas porque Dios las quiere y como Dios las quiere, no por destacarnos, ni por lograr reconocimientos; es buscar la gloria de Dios y no la propia; es no buscar, ni reclamar honores ni reconocimientos; es no hablar de uno mismo, ni alardear lo mucho que somos y tenemos; es saber que nada podemos sin Dios; es saber y reconocer que somos totalmente dependientes de Dios; es dar gracias a Dios por lo que somos, por lo que hacemos y por lo que tenemos; es saber que nada podemos sin Dios, pues nuestra fuerza está en Dios. Es creer, de verdad, que nada somos ante Dios.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que la humildad no consiste en negar las cualidades que Dios nos ha dado –eso sería falsa humildad y no sería “andar en verdad”. La humildad consiste en saber y en reconocer que todo nos es dado por Dios. Lo que sucede es que el orgullo nos hace creer que esas cosas las logramos nosotros mismos.

Bendiciones, buen domingo.


1 comentario:

  1. Hola Claudio,

    Tu reflexión sobre la humildad la abrí ahora, la tarde de lunes, y me ayuda a continuar la meditación ofrecida por la
    página de ayer.
    Pero creo que para Dios somos algo grande y valemos mucho, tanto que
    por cada uno de nosotros Jesus-Dios se hizo hombre y aceptó la muerte
    en cruz. Valemos mucho porque Dios nos ama. Este es nuestro valor.
    Tomar en cuenta este privilegio no se opone a la humildad, sino que
    nos hace agradecidos, nos compromete en la respuesta de amor y nos
    deja contentos. Dios me ama: es la maravillosa verdad.

    Saber y reconocer lo que soy es el camino indispensable para no caer en la trampa del mundo que me ofrece sus
    productos: prestancia, arrogancia, vanagloria, prestigio, primacías,
    primeros puestos, etc

    Nuestra Mamita del Cielo nos muestra el camino.

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