No se debe creer a todos: las palabras engañan fácilmente


¡Paz y bien en Cristo Jesús y en la Virgen María!
"Si en este tiempo alguien les dice: aquí o allá está el Mesías, no le crean. Porque se presentarán falsos profetas, que harán cosas maravillosas y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, aún a los elegidos de Dios." (Mt. 24, 23-24)
Dice el salmo, Señor, dame tu ayuda en la tribulación porque es vano el socorro del hombre (Sal. 59, 13). Cuantas veces no encontré fidelidad donde más pensé que debía estar y cuantas veces la hallé donde menos lo esperaba. Por eso es ilusoria la esperanza puesta en los hombres, mientras en tí, mi Dios, está la salvación de los justos.

Bendito seas Señor y Dios mío, en todas las cosas que nos suceden. Somos débiles e inconstantes: fácilmente nos engañamos y cambiamos de parecer.

¿Que hombre hay que sea tan cauto y tan cuidadosamente en todo, que sepa controlar siempre a si mismo de manera que nunca caiga en algún engaño o incertidumbre? El que en tí confía, Señor, y te busca con pureza de intención, no caerá con tanta facilidad. Y si le sobreviene alguna tribulación, de cualquier manera que esté en ella envuelto, pronto lo librarás, o será consolado por tí, porque tu no abandonas a quien espera de tí.

Es cosa rara un amigo constante y que lo sea en todas las angustias del amigo. Pero tu, Señor, tu solo eres plenamente fiel y fuera de tí no hay otro semejante. Que profunda sabiduría tuvo aquella santa alma que pudo decir: "Mi espíritu está firme y cimentado en Cristo" (Santa Agueda); si fuera así para mí, no me atormentaría tan fácilmente el temor humano ni me lastimarían los dardos de las palabras.

¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién puede ampararse de los males futuros? Si también las desgracias que eran previstas, con frecuencia provocan lesiones ¿cómo no herirán gravemente las imprevistas? ¡Miserable de mi! ¿Por qué no he tomado las debidas precauciones? ¿Por qué confié tan fácilmente en los demás. Señor, ¿a quién creeré? ¿A quién sino a tí? Tu eres la verdad que no engaña ni puede engañarse.

Con cuanta prudencia nos advertiste que nos guardáramos de los hombres que los enemigos del hombre son los de su casa (Mt. 10, 36) y que no debemos prestarle atención al que afirma está aquí o esta allá. Lo he aprendido en escarmiento propio y ojalá me sirva para no continuar con mi imprudencia. Pon en mi boca la palabra verdadera y segura y aleja de mí el lenguaje torcido. Lo que no quiero sufrir de los demás, yo lo quiero evitar de la manera más absoluta.

Qué lindo es y cuanta paz produce guardar silencio acerca de los demás, no creer todo indistintamente y no contarlo con ligereza a los otros en la primera oportunidad; abrir el propio corazón a pocos; buscarte siempre a tí que conoces el interior de las almas; no dejarse arrastrar por cualquier viento de palabras, sino desear que todo, dentro y fuera de tí, se cumpla según tu voluntad.

Para guardar la gracia celestial muy seguro es huir de las apariencias humanas, no ambicionar lo que externamente causa admiración y seguir con todo cuidado lo que asegura la enmienda de la vida y el aumento del fervor.

¡Que lamentables consecuencias ha tenido para muchos una virtud por todos conocida y muy pronto ensalzada! Por el contrario, de cuanta utilidad fue una gracia conservada en el silencio durante esta frágil vida de la cual, con razón, se afirma que es toda tentación y lucha.

Que el Señor los bendiga.

Claudio


De La Imitación de Cristo, reflexión del día.

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