Seguir a Cristo

¡Paz y bien!

Las últimas palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan fueron: "Tú, sígueme". El seguimiento indica dinamismo, movimiento, adhesión, todo lo contrario a permanecer como simples espectadores aferrados a las seguridades temporales o ideológicas. Parece que la historia de los reyes magos, venidos de oriente guiados por una estrella hasta la cueva de Belén, cobra vida en cada uno de nosotros, porque Cristo siempre se cruza en nuestro camino y nos llama a su seguimiento.

Camino de Jerusalén, Jesús se encuentra con tres personajes. Uno le dijo: "Te seguiré adonde vayas", pensando que gozaría de un tipo de reino bien consolidado, por eso Jesús le contestó: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Los otros dos también quisieron seguir al Maestro, pero anteponiendo sus condiciones, "te seguiré, pero antes déjame que...". (Lc. 9, 57).

El seguimiento de Cristo es de carácter universal, ese "Tú, sígueme" no sólo fue dirigido a Pedro, sino que se prolonga en el tiempo y continúa interpelando a cada hombre. Seguir significa caminar juntos, confiar en aquel que me guía, no ir delante ni detrás, sino avanzar al paso de la gracia. Por la fe sabemos que "aunque camine por valles oscuros, nada temo, porque Tú vas conmigo". (Sal. 23).

¿Pero a dónde voy a ir si tengo familia, trabajo y miles de compromisos irrenunciables? El seguimiento es una respuesta a la gracia en el propio estado de vida. Nos puede venir la tentación de querer conocer de antemano el camino, como le sucedió a Tomás en la última cena: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? (Jn. 14,5). Dios va dando la gracia a cada momento, no se anticipa, por eso hay que tener paciencia y saber que cada instante es una respuesta. Nos impacientamos con gran facilidad y la espera resulta mucho más pesada en los momentos de cruz, de dolor, cuando no se puede hacer otra cosa que esperar, pero Dios no nos desampara y nos da la fuerza para seguir luchando.

Nos sucede lo mismo que a Elías cuando la perversa reina Jezabel lo amenazó de muerte. Elías, lleno de miedo, huyó para salvar su vida. Al llegar al desierto caminó un día y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte diciendo: "¡Basta ya, Señor! Quítame la vida". Se tumbó y se quedó dormido, pero un ángel lo tocó y le dijo: -Levántate y come. Elías miró una hogaza y un vaso de agua. Comió, bebió y se volvió a quedar dormido. El ángel lo tocó de nuevo y le dijo: -Levántate que te queda todavía un camino largo. (I Rey. 19,1). ¡Cuántas veces nos sentimos desfallecer!, pero Dios nos da la gracia para levantarnos y caminar cada jornada hasta el final del sendero.

Bendiciones!

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