La Santísima Trinidad
¡Paz y bien para tod@s!
Evangelio según San Juan 14,23-29, 6º domingo de Pascua
Ahora bien, esa verdad de fe, ese gran misterio, tan importante pues se refiere a la esencia misma de Dios ¿qué influencia tiene para nuestra vida? Porque, comprenderlo no podemos. ¿Recuerdan que eso también se nos enseñaba? Entonces ¿cómo aplicar a nuestra vida diaria de cristianos eso de que Dios es Uno en Tres Personas?
Este gran misterio al cual no nos es posible acceder porque nuestra limitada capacidad intelectual no es suficiente para comprender verdades infinitas como son las verdades de Dios, es -sin embargo- de gran significación para nuestra vida espiritual.
Entonces ... ¿cómo podemos vivir este misterio? Mientras alcancemos a ver a Dios tal cual es, mientras lleguemos a la Jerusalén Celestial, en la cual estaremos en Dios y El en nosotros, Jesús nos ha ofrecido una presencia interior de la Santísima Trinidad cuando nos dijo: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.
Quiere decir que aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario de una manera velada, no plena, pero en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es. En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo. Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por ésta, pues Jesucristo nos lo ha prometido.
Por la Sagrada Escritura podemos deducir cómo puede darse la maravilla que es la inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros: el Espíritu Santo va realizando su obra de santificación en cada uno de nosotros, la cual consiste en irnos haciendo semejantes al Hijo.
Para eso hay que dejar al Espíritu Santo obrar en nosotros, por lo que debemos ser perceptivos y también dóciles a sus inspiraciones, que siempre nos llevan a buscar y cumplir la Voluntad de Dios. El Hijo, entonces, si El quiere, nos lleva al Padre. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27). Cabe preguntarnos, entonces, ¿cuándo será que Jesús nos quiere dar a conocer el Padre?
Es justamente lo que nos ha dicho: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”. Es decir, Jesús nos llevará al Padre cuando vayamos respondiendo a la condición que El nos pide: amarlo, cumpliendo la Voluntad de Dios. Y esto nos lo va indicando el Espíritu Santo.
Sólo así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios y de nosotros entre sí, tal como el Hijo rogó al Padre antes de su Pasión y Muerte: “Que sean uno como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23).
Sólo así podremos comenzar a vivir esa Paz que el Señor nos ofrece, la cual será plena solamente en el Cielo, pero desde aquí podemos comenzar a saborear esa Paz que no es como la paz que el mundo nos ofrece. La paz que el mundo ofrece es mera ausencia de guerras. O tal vez, evasión de los problemas, o de discusiones y conflictos, y hasta del sufrimiento.
La Paz de Cristo es otra cosa: es vivir en Dios en medio de los problemas y sufrimientos. Consiste esta Paz en poder estar serenos en medio de las tribulaciones. Consiste en sentirnos cómodos dentro de la Voluntad de Dios. Significa, también, poder estar confiados y sin temor en medio de la lucha contra el Maligno, que cada día se hace más evidente.
En el Evangelio también nos da a conocer Jesús otra de las formas cómo el Espíritu Santo va realizando su labor de santificación en nosotros: “El les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto Yo les he dicho”. ¡Qué privilegio! Tener a Dios Espíritu Santo como maestro (“les enseñará”) y como apuntador (“les recordará”).
Para tener al mismo Dios como maestro y apuntador, es necesaria, muy necesaria la oración. En la oración genuina el Espíritu Santo nos guía, nos enseña y nos recuerda todo lo que debemos saber. Y nos va mostrando la Voluntad de Dios.
Meditemos, entonces, en la profundidad del Misterio Trinitario, para poder así vivir lo que repetimos al comienzo de la Misa: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros, y podamos también comenzar a vivir la unión de nosotros con la Santísima Trinidad y de nosotros entre sí.
Bendiciones,
Evangelio según San Juan 14,23-29, 6º domingo de Pascua
"Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman ! Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean."En el Evangelio Jesús nos habla de sí mismo y nos habla también del Padre y del Espíritu Santo. Reflexionar la realidad de Jesús, la del Espíritu Santo y la del Padre, como personas divinas, o sea, el misterio de la Santísima Trinidad. La realidad es que en nuestros templos y desde hace tiempo, salvo las honrosas excepciones de siempre, hemos oído hablar casi exclusivamente de Jesucristo, es decir de hacer de Cristo la única persona, con el olvido de las otras dos. La Iglesia es Trinitaria por esencia.
Ahora bien, esa verdad de fe, ese gran misterio, tan importante pues se refiere a la esencia misma de Dios ¿qué influencia tiene para nuestra vida? Porque, comprenderlo no podemos. ¿Recuerdan que eso también se nos enseñaba? Entonces ¿cómo aplicar a nuestra vida diaria de cristianos eso de que Dios es Uno en Tres Personas?
Este gran misterio al cual no nos es posible acceder porque nuestra limitada capacidad intelectual no es suficiente para comprender verdades infinitas como son las verdades de Dios, es -sin embargo- de gran significación para nuestra vida espiritual.
Entonces ... ¿cómo podemos vivir este misterio? Mientras alcancemos a ver a Dios tal cual es, mientras lleguemos a la Jerusalén Celestial, en la cual estaremos en Dios y El en nosotros, Jesús nos ha ofrecido una presencia interior de la Santísima Trinidad cuando nos dijo: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.
Quiere decir que aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario de una manera velada, no plena, pero en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es. En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo. Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por ésta, pues Jesucristo nos lo ha prometido.
Por la Sagrada Escritura podemos deducir cómo puede darse la maravilla que es la inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros: el Espíritu Santo va realizando su obra de santificación en cada uno de nosotros, la cual consiste en irnos haciendo semejantes al Hijo.
Para eso hay que dejar al Espíritu Santo obrar en nosotros, por lo que debemos ser perceptivos y también dóciles a sus inspiraciones, que siempre nos llevan a buscar y cumplir la Voluntad de Dios. El Hijo, entonces, si El quiere, nos lleva al Padre. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27). Cabe preguntarnos, entonces, ¿cuándo será que Jesús nos quiere dar a conocer el Padre?
Es justamente lo que nos ha dicho: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”. Es decir, Jesús nos llevará al Padre cuando vayamos respondiendo a la condición que El nos pide: amarlo, cumpliendo la Voluntad de Dios. Y esto nos lo va indicando el Espíritu Santo.
Sólo así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios y de nosotros entre sí, tal como el Hijo rogó al Padre antes de su Pasión y Muerte: “Que sean uno como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23).
Sólo así podremos comenzar a vivir esa Paz que el Señor nos ofrece, la cual será plena solamente en el Cielo, pero desde aquí podemos comenzar a saborear esa Paz que no es como la paz que el mundo nos ofrece. La paz que el mundo ofrece es mera ausencia de guerras. O tal vez, evasión de los problemas, o de discusiones y conflictos, y hasta del sufrimiento.
La Paz de Cristo es otra cosa: es vivir en Dios en medio de los problemas y sufrimientos. Consiste esta Paz en poder estar serenos en medio de las tribulaciones. Consiste en sentirnos cómodos dentro de la Voluntad de Dios. Significa, también, poder estar confiados y sin temor en medio de la lucha contra el Maligno, que cada día se hace más evidente.
En el Evangelio también nos da a conocer Jesús otra de las formas cómo el Espíritu Santo va realizando su labor de santificación en nosotros: “El les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto Yo les he dicho”. ¡Qué privilegio! Tener a Dios Espíritu Santo como maestro (“les enseñará”) y como apuntador (“les recordará”).
Para tener al mismo Dios como maestro y apuntador, es necesaria, muy necesaria la oración. En la oración genuina el Espíritu Santo nos guía, nos enseña y nos recuerda todo lo que debemos saber. Y nos va mostrando la Voluntad de Dios.
Meditemos, entonces, en la profundidad del Misterio Trinitario, para poder así vivir lo que repetimos al comienzo de la Misa: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros, y podamos también comenzar a vivir la unión de nosotros con la Santísima Trinidad y de nosotros entre sí.
Bendiciones,
Comentarios
Publicar un comentario
«Porque la boca habla de la abundancia del corazón.» (Mt. 12, 34) Por lo tanto, se prudente en el uso de ellas y recuerda que en este blog no se aceptan los comentarios anónimos.