Humillarse ante Dios
¡Paz y bien para todos!
Aunque soy polvo y ceniza, voy a hablarle a mi Señor (Gén. 18, 27) Si yo me considero más de lo que soy, tu serás mi adversario y todas mis iniquidades darán contra mi un testimonio tan verdadero que no podré contradecir. Mas si me humillo y anonado y si abandono toda estimación de mi mismo y me reduzco a polvo, como en realidad soy, tu gracia me favorecerá, tu luz alumbrará mi corazón y toda vanagloria, por pequeña que sea, se hundirá en el valle de mi nada y perecerá para siempre.En ese abismo me haces conocer a mi mismo, lo que soy, que fuí y de donde vine. Soy nada y todavía no lo sabía.Abandonado a mis fuerzas, soy todo debilidad; pero si tu, Señor, te dignas mirarme, inmediatamente me volveré fuerte e inundado de nueva alegría. Y es ciertamente maravilloso verme tan de repente levantado sobre mi miseria y abrazado por ti con tanta benignidad, siendo así que yo, siguiendo mi propia inclinación, siempre voy hacia lo bajo.Esto es lo que hace tu amor gratuitamente, anticipándose y socorriéndome en tantas necesidades, guardándome de graves peligros y liberándome de males verdaderamente innumerables.Yo me perdí amándome desordenadamente, pero cuando te busqué sólo a ti, y te amé, me hallé a mi y te encontré a ti y por tu amor me anonadé aún más profundamente. Porque tú, dulcísimo Señor, me otorgas mucho más de lo que merezco y más de lo que me atrevo a esperar y pedir.Bendito seas Dios mio, porque a pesar de ser yo indigno de toda ayuda, tu generosidad e infinita bondad nunca dejan de otorgar el bien aun a los ingratos y a los que se han apartado de ti. Conviertenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y piadosos, porque tu eres nuestro sostén, nuestra fortaleza y nuestra salvación.
¡Bendiciones!
La imitación de Cristo, reflexiones de los días 28 y 29 de Mayo - Tomás de Kempis
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