Dios no ha pronunciado su última palabra
¡Paz y bien para todos!
Les había compartido como me impacta la orden que Dios le da a Moisés cuando el episodio de encontrarse con la zarza ardiendo.
La Biblia dice en Éxodo 3, 6b que: "Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios". Este es otro detalle que caracteriza a las experiencias místicas. Quien ha tocado el misterio divino, para evitar engaño de los sentidos, no puede sino cubrirse el rostro para internarse en el santuario de si mismo, donde se refleja la esencia divina, y así evitar espejismos que engañan a uno; no es para no ver, sino para contemplar en la pantalla del propio ser, la imagen y semejanza divina que ha sido plasmado en la más íntimo de cada hombre y cada mujer.
La vida de Moisés anclada más allá del desierto, fue alcanzada por el fuego del Horeb y arderá sin consumirse, Moisés se convierte en una zarza, se convierte en signo de esperanza para el pueblo oprimido por la esclavitud. La experiencia del encuentro con Dios deja un huella tan profunda en su vida y marcará toda su historia: comprenderá que ante la eternidad divina, todo pasa; que las dulzuras, así como los sufrimientos de este mundo, son transitorios y que nada puede compararse con ese misteriosos fuego que no consume la zarza.
Sólo se da el encuentro con el Dios liberador y se perciben sus signos cuando nos adentramos por caminos vírgenes y nos atrevemos a soñar en lo que nadie esperaba. Sólo entonces se da la manifestación del Dios liberador.
Mientras no rompamos los moldes preestablecidos y no nos abramos a lo inédito, nuestro Dios renunciará a manifestarse en las estrechas fronteras donde lo encajonamos. Mientras el hombre no abra la puerta de su eternidad y descalzo, descubra que hay un camino más allá de las apariencias visibles, no aprenderá a ser verdaderamente hombre.
Si creemos que ya llegamos a la meta y que se ha agotado la fuente de las sorpresas, nos volvemos ciegos para descubrir la novedad en lo más ordinario de la vida. Ya no esperamos nuevas maravillas y se apagan las ilusiones. Cuando la rutina marca el ritmo de la existencia, entonces se vive en la peor de todas las esclavitudes: más acá del desierto, cobijados por el tedio y apropiados por la monotonía. Esa cárcel ya no merece el regio nombre de vida.
Dios no ha pronunciado su última palabra ni su imaginación ha palidecido. Las cosas más hermosas de la historia, están todavía en el calendario y no en los museos para sentir nostalgia de aquellos tiempos. Un mundo nuevo da la bienvenida a todo aquel que renuncie a su propio programa, para traspasar sus rígidos esquemas y decidir ir más allá del desierto.
Bendiciones!
La Biblia dice en Éxodo 3, 6b que: "Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios". Este es otro detalle que caracteriza a las experiencias místicas. Quien ha tocado el misterio divino, para evitar engaño de los sentidos, no puede sino cubrirse el rostro para internarse en el santuario de si mismo, donde se refleja la esencia divina, y así evitar espejismos que engañan a uno; no es para no ver, sino para contemplar en la pantalla del propio ser, la imagen y semejanza divina que ha sido plasmado en la más íntimo de cada hombre y cada mujer.
La vida de Moisés anclada más allá del desierto, fue alcanzada por el fuego del Horeb y arderá sin consumirse, Moisés se convierte en una zarza, se convierte en signo de esperanza para el pueblo oprimido por la esclavitud. La experiencia del encuentro con Dios deja un huella tan profunda en su vida y marcará toda su historia: comprenderá que ante la eternidad divina, todo pasa; que las dulzuras, así como los sufrimientos de este mundo, son transitorios y que nada puede compararse con ese misteriosos fuego que no consume la zarza.
Sólo se da el encuentro con el Dios liberador y se perciben sus signos cuando nos adentramos por caminos vírgenes y nos atrevemos a soñar en lo que nadie esperaba. Sólo entonces se da la manifestación del Dios liberador.
Mientras no rompamos los moldes preestablecidos y no nos abramos a lo inédito, nuestro Dios renunciará a manifestarse en las estrechas fronteras donde lo encajonamos. Mientras el hombre no abra la puerta de su eternidad y descalzo, descubra que hay un camino más allá de las apariencias visibles, no aprenderá a ser verdaderamente hombre.
Si creemos que ya llegamos a la meta y que se ha agotado la fuente de las sorpresas, nos volvemos ciegos para descubrir la novedad en lo más ordinario de la vida. Ya no esperamos nuevas maravillas y se apagan las ilusiones. Cuando la rutina marca el ritmo de la existencia, entonces se vive en la peor de todas las esclavitudes: más acá del desierto, cobijados por el tedio y apropiados por la monotonía. Esa cárcel ya no merece el regio nombre de vida.
Dios no ha pronunciado su última palabra ni su imaginación ha palidecido. Las cosas más hermosas de la historia, están todavía en el calendario y no en los museos para sentir nostalgia de aquellos tiempos. Un mundo nuevo da la bienvenida a todo aquel que renuncie a su propio programa, para traspasar sus rígidos esquemas y decidir ir más allá del desierto.
Bendiciones!
hay un después maravilloso para cada uno de nosotros. Sin dudas Dios tiene grandes proyectos para nuestras vidas, pero es necesario padecer “un poco” de tiempo.
ResponderBorrarMuchas bendiciones desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
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