La ascensión de nuestro señor Jesucristo


¡Paz y bien para todos!

Evangelio de san Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora Yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto". Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, Ilenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.
Estamos celebrando la Fiesta de la Ascensión de Jesucristo nuestro Señor al Cielo. Y esta Fiesta nos provoca sentimientos de alegría, pues el Señor asciende para reinar desde el Cielo (¡El es el Rey del Universo!). Pero también evoca sentimientos de nostalgia, pues Jesucristo se va ya de la tierra.

Si la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor ante Pedro, Santiago y Juan fue algo tan impresionante, ¡cómo sería la Ascensión! Todos los presentes quedaron impresionados de la despedida del Señor, que fue ciertamente triste para ellos, pero también de alegría, pues el Señor subía glorioso para sentarse a la derecha del Padre ... Y Jesús subía y subía, refulgente, El que es el Sol de Justicia ... hasta que fue ocultado por una nube.

El impacto de este misterio fue tal, que aún después de haber desaparecido Jesús, los Apóstoles y discípulos seguían en éxtasis, mirando fijamente al Cielo. Fue, entonces, cuando dos Ángeles interrumpieron ese éxtasis colectivo de amor, de nostalgia, de admiración al Señor, cuyo cuerpo radiantísimo había ascendido al Cielo, y les dijeron los dos Ángeles al unísono: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1, 11).

Como enseñanza de la Ascensión es importante recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo. Fijémonos bien: nos dicen los Ángeles que Cristo volverá de igual manera como se fue; es decir, en gloria y desde el Cielo. Jesucristo vendrá en ese momento como Juez a establecer su reinado definitivo.

Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin. El misterio de la Ascensión de Jesucristo es, también, un misterio de fe y esperanza en la vida eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor -subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El.

Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a Mí, para que donde Yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14, 2-3).

Que la Ascensión de Jesucristo al Cielo en cuerpo y alma gloriosos nos despierte el anhelo de ir al Cielo, nos despierte la esperanza de nuestra futura inmortalidad, en cuerpo y alma gloriosos. Que nos asegure en la fe en nuestra resurrección para no dejarnos engañar por esa patraña, esa esperanza falsa, que es la tal re-encarnación.

Recordemos que nuestra esperanza está en resucitar en cuerpo y alma gloriosos como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre. La Ascensión de Jesucristo nos recuerda también la promesa que hizo a los Apóstoles -y nos la hace a nosotros también- sobre la venida del Espíritu Santo.

Es el Espíritu Santo -el Espíritu de Dios- quien nos enseña y quien recuerda todo lo que Cristo nos dijo. Su venida la celebraremos el próximo Domingo.

Por eso, este tiempo previo a Pentecostés debiera ser un tiempo de oración, como lo tuvieron los Apóstoles después de la Ascensión. Ellos se reunían diariamente a orar con la Madre de Jesús, quien los consolaba y los animaba para cumplir la misión que el Señor les había encomendado. Así estamos nosotros hoy también. Tenemos una misión que nos ha encomendado Jesucristo, nos lo han recordado los Papas, y nos lo están pidiendo nuestros Obispos.

En su Carta Apostólica, Nuovo Millennio Ineunte (Al comienzo del nuevo milenio), el Papa Juan Pablo II nos pidió reforzar e intensificar la Nueva Evangelización y nos dio sus instrucciones: santidad, oración, primacía de la gracia, vida sacramental, escucha de la Palabra de Dios, para luego anunciar la Palabra de Dios.

Y tengamos en cuenta, además, lo que llama el Papa en su Carta “la primacía de la gracia”. Se refiere a nuestra respuesta a la gracia, recordándonos que “sin Cristo, nada podemos hacer”. Y para poder vivir esa verdad tan olvidada, de que nada somos sin la gracia de Cristo, el Papa nosinsiste en la necesidad de la oración.

Nadie puede dar lo que no tiene. Tenemos que llenarnos de Dios para llevarlo a los demás. Tenemos que llenarnos de la Palabra de Dios, para poder anunciarla a los demás. Bien decía Santa Teresa de Jesús: “Orar es llenarse de Dios para darlo a los demás”.

Y no tengamos la idea equivocada de que la oración nos hace perder tiempo necesario para la acción: muy por el contrario, la oración nos hace mucho más eficientes en la acción. Tampoco debemos temer que la oración nos encierre dentro de nosotros mismos. Es también lo contrario: la verdadera oración, lejos de replegarnos sobre nosotros mismos, más bien nos impulsa a la acción. Pero sucede que, desde la oración, nuestra acción será verdaderamente guiada por el Espíritu Santo. Así estamos dando a Cristo y a su gracia la primacía que nos pide el Papa.

Que la Ascensión del Señor nos despierte, entonces, el deseo de responder a su llamado a evangelizar que nos hizo precisamente justo antes de subir al Cielo. Los Apóstoles, discípulos y primeros cristianos realizaron la Primera Evangelización. Nosotros, los cristianos de este tercer milenio, estamos llamados a realizar la Nueva Evangelización.

Que el Espíritu Santo que esperamos nos renueve interiormente en su próxima Fiesta de Pentecostés para cumplir el mandato de Cristo y el llamado de la Iglesia.

Bendiciones

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