20 de mayo de 2010

Lecciones de Madre Teresa

¡Paz y bien a todos!

Compartimos una reflexión del Padre Julián López Amozurrutia:

"Hace pocos días tuve noticia de un episodio particularmente doloroso al interno de una familia. Un miembro de ella se sintió agredido por cierta situación, y en su reacción se detuvo a recitarles “sus verdades” a las personas por las que se sintió atacado.

Su intervención no fue de manera alguna explosiva; al contrario, haciendo alarde de una admirable contención, se cuidó de interpelar a cada uno de sus familiares a través de afirmaciones finamente seleccionadas, como esgrimiendo una filosa espada. Cada palabra estaba calibrada para lastimar profundamente. Es posible que incluso tuviera razón en alguna de sus apreciaciones, pero la cuestión no radicaba tanto en la verdad de lo que decía cuanto en la carga de odio que había inyectado en mencionarlo.

Comentando lo que ocurrió con algunos de los implicados, llegamos a la conclusión de que aquella persona llevaba en su interior tal cantidad de veneno contenido, que era digna de una gran compasión. Vino a nuestra mente aquella sentencia de Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12,34). Es indiscutible que nuestras palabras, el modo de decirlas y la intención que nos mueve a emitirlas trasluce lo que llevamos en nuestro corazón: la bondad o mezquindad que hay en él. Una persona hiriente, en este sentido, debe ser considerada enormemente desgraciada.

Historias como ésta dejan ver que en ocasiones la necesidad de afirmar el propio “yo” toma como alternativa el imponerse al otro, en una lucha absurda y estéril. En realidad, pueden ocultar un trágico sentido de inferioridad y una cruel amargura.

El episodio me llevó a retomar un texto que había leído en un librito de la madre Teresa de Calcuta que un amigo sacerdote me obsequió para mi cuaresma. En él, madre Teresa deja ver que el camino de la humildad y la mansedumbre, contrario a lo que pueda parecer, significa en realidad una mayor fortaleza. La beata recomendaba allí a las hermanas de comunidad, para cultivar la humildad:
• “Hablar lo menos posible de sí mismas.
• Evitar la curiosidad.
• Aceptar las contradicciones con buen humor.
• No pararse en los defectos de los demás.
• Aceptar los reproches, aunque sean inmerecidos.
• Ceder frente a la voluntad de los demás.
• Aceptar insultos e injurias.
• Aceptar verse descuidadas, olvidadas, despreciadas.
• Ser corteses y delicadas, incluso si alguien nos provoca.
• No tratar de ser admiradas y amadas.
• No atrincherarse detrás de la propia dignidad.
• Ceder en las discusiones, aunque se tenga razón”.
Estas ideas no deben ser leídas como defensa de una falsa modestia o un enfermizo placer por la humillación. Nada más distante. Se trata, en cambio, del cultivo de una actitud interior que libera de presiones narcisistas y abre la puerta al respeto del otro como digno de atención en su persona, incluso por encima de sus errores y negligencias.

Ese camino de humildad se complementa con la cosecha interior de sentimientos nobles que emergen como disponibilidad ante la presencia del otro. En una estampita que circuló en torno a la beatificación de la madre, se incluía otro bello texto suyo, que llevaba como título La bondad:
“No permitas nunca que alguien venga a ti y se vaya sin ser mejor y sin estar más contento. Sé la expresión de la bondad de Dios. Bondad en tu rostro y en tus ojos, bondad en tu sonrisa y en tu saludo. A los niños, a los pobres y a todos los que sufren en la carne y en el espíritu, ofrece siempre una sonrisa alegre. Dales no solo tus curas, sino también tu corazón”.
Bendiciones!

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«Porque la boca habla de la abundancia del corazón.» (Mt. 12, 34) Por lo tanto, se prudente en el uso de ellas y recuerda que en este blog no se aceptan los comentarios anónimos.