Pentecostés: el nacimiento de la Iglesia

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». (Juan 20, 19-23)

La historia de la humanidad ha cambiado para siempre: Cristo ha resucitado. La Iglesia se hizo, se hace y se hará por la acción del Espíritu Santo. Nuestra tarea no es otra que dejarnos guiar por Él. Por eso no caben ni las inhibiciones ni la vanagloria.

Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! (Lucas 12,49). ¿Será necesario pensar que el fuego refiere a algo preciso como sería el amor o el Evangelio o el don del Espíritu Santo? Mejor nos quedamos con la figura del fuego que purifica, que quema todo lo viejo, que da calor y fomenta la vida.

El Catecismo de la Iglesia Católica (696) no enseña cuales son los símbolos del Espíritu Santo: mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El es sinónimo de dones y carismas, de vida, de conversión, de crecimiento. 

El Papa Pablo VI, el 16 de Octubre de 1974, nos subraya el papel de los carismas en la evangelización.

«Pero ahora yo diría que la curiosidad -pero es una curiosidad muy legítima y muy hermosa- se fija en otro aspecto. El Espíritu Santo cuando viene otorga dones. Conocemos ya los siete dones del Espíritu Santo. Pero da también otros dones que ahora se llaman, bueno, ahora... siempre se han llamado carismas. ¿Que quiere decir carisma? Quiere decir don: quiere decir una gracia. Son gracias particulares dadas a uno para otro, para que haga el bien. Uno recibe el carisma de la sabiduría para que llegue a ser maestro; y otro recibe el don de los milagros para que pueda realizar actos que, a través de la maravilla t la admiración, llamen a la fe, etc.

Ahora, esta forma carismática de dones que son dones gratuitos y de suyo no necesarios, pero dados por la sobreabundancia de la economía del Señor, que quiere a la Iglesia más rica, más animada y más capaz de autodefinirse y auto documentarse, se denomina precisamente «la efusión de los carismas». Y hoy se habla mucho de ello. Y, habida cuenta de la complejidad y la delicadeza del tema, no podemos sino augurar que vengan estos dones, y ojalá que con abundancia. Que además de la gracia haya carismas que también hoy la Iglesia de Dios puede poseer y obtener.

El Señor dió esta, llamémosla gran lluvia de dones, para animar a la Iglesia, para hacerla crecer, para afirmarla, para sostenerla. Y después la economía de estos dones ha sido, diría yo más discreta, más... económica. Pero siempre han existido santos que han realizado prodigios, hombres excepcionales que han existido siempre en la Iglesia. Quiera Dios, que el Señor aumentase todavía más una lluvia de carismas para hacer fecunda, hermosa y maravillosa a la Iglesia, y capaz de imponerse incluso a la atención y al estupor del mundo profano, del mundo laicizante.»

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en tus dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tú aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

Esta Solemnidad es una ocasión estupenda para pedir con fe una renovación de nuestra vida espiritual y para interceder por los cristianos del mundo entero. Al convocar el Concilio Vaticano II, Juan XXIII pedía oraciones para lo que él llamó “un nuevo Pentecostés” en la Iglesia. Esa expresión, nuevo Pentecostés, podría servirnos como un anhelo que diariamente marque el paso de nuestro trato con el Espíritu Santo.

Para eso, podemos acudir a María, protagonista indispensable de lo que celebramos hoy, para que de Ella aprendamos a decir hágase a cada moción del Espíritu Santo. La Virgen también se turbó frente a la presencia y el anuncio del Ángel (cfr. Lucas 1, 29). Sin embargo, no fundamentó su respuesta en la inquietud que sentía: la fundamentó en la seguridad de que era Dios quien la llamaba.

Paz y bien



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Fuentes: Archivos del blog | Opus Dei

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