Ascensión y misión
Lucas nos relata que, después de instruir a sus discípulos y recordarles que todo lo que vivieron juntos había sido anunciado por las Escrituras, Jesús asciende al cielo mientras los bendice. No se va con prisas, ni con reproches. Se va bendiciendo, como quien desea lo mejor a quienes ama.
La Ascensión no es solo un punto final en la vida terrenal de Jesús. Es una invitación a mirar hacia arriba, sí, pero sin olvidar lo que tenemos delante. No se trata de vivir con la cabeza en las nubes, sino con el corazón en alto y los pies firmes. Nuestra tarea no es quedarnos mirando al cielo, sino ser testigos aquí.
Hoy el Evangelio recuerda que Jesús no se va para alejarse, sino para abrirnos otro modo de relación. Él asciende, pero su bendición se queda. Y eso basta para sostenernos. No estamos solos. Cada vez que sembramos esperanza, cada vez que perdonamos o escuchamos al que sufre, estamos anunciando que Él vive. La Ascensión no nos llama a huir del mundo, sino a transformarlo desde dentro, con los ojos puestos en el cielo, pero con las manos activas en la tierra. Esa es nuestra vocación. Vivir como testigos alegres, sin miedo a tropezar, sabiendo que Él ya ha caminado este camino antes que nosotros.
Paz y bien
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