La unidad
Hemos leído, a propósito de la unidad deseada por el Señor, el Evangelio de San Juan 15, 1-8 cuya síntesis es: Jesús es la vid, nosotros las ramas; la imagen que ofrece de la vid y los sarmientos expresa maravillosamente la cercanía de esta comunión, no sólo con sus apóstoles, sino con cada uno de nosotros. Del mismo modo que los sarmientos no pueden sobrevivir separados de la vid, tampoco nosotros podemos vivir verdaderamente sin permanecer unidos a Cristo, fuente de nuestra vida.
De eso se trata la unidad. Y hablo por los cristianos católicos: grupos de oración, seminarios de vida, retiros espirituales, hacer fuerte la parroquia que nos toque, fortalecerla. Como decía San Josemaría Escrivá de Balaguer "Qué bien pusieron en práctica los primeros cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo. Ojalá sepamos nosotros seguir poniendo en práctica el mismo grado de amor con quienes nos rodean.
Permanecer en Cristo es mantenerse en constante contacto con El, donde esté: en la Palabra, vida, eucaristía, amor... y dar frutos. Los frutos no son solamente para los que nos rodean. También nuestra cercanía al Señor produce en nosotros abundantes cosechas del amor que Dios nos tiene. Si sembramos bien en nuestro corazón tendremos también frutos en él para repartir a los demás.
Un padre de la Iglesia comentaba a este respecto que «todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva singularidad y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo»
Paz y bien
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