Las negaciones, el perdón de Dios y la vara de Moisés

Desde las primeras apariciones de Jesús resucitado, Pedro andaría con unas ganas tremendas de poder estar a solas con el Señor y conversar con Él para explicarle lo sucedido y pedirle perdón. Jesús se le aparece a Pedro y tres veces le pregunta "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" y tres veces recibe la misma respuesta: "tu sabes que te quiero" y tres veces Jesús le indica/ordena/pide "apacienta mis ovejas". El Señor, con esa triple insistencia, le está recordando a Pedro su triple negación, pero lo hace de un modo que permite a Pedro reconocer la gravedad de su falta y, a la vez, saberse enteramente amado por Dios.

No hay resquicio para echar nada en cara, ni para la amargura, ni para una posible pérdida de confianza. Todo lo contrario: es un perdón que no solo cura la herida y limpia la mancha del pecado, si no que regenera, que fortalece, que da la Vida divina para que él pueda compartirla y ofrecerla a los demás. 

Al decirle "apacienta mis ovejas" a Pedro Jesús le otorga una autoridad específica para guiar a la Iglesia. Esta tarea no es fácil.  Así es el perdón de Dios, del cual queremos participar, tanto recibiéndolo como ofreciéndolo a los demás.

Dios no desconoce los obstáculos, pero nos capacita para superarlos. No economiza los problemas, sino que nos hace descubrir nuestra vara para vencerlos. Hay muchos que preferirían que Dios suprimiera las adversidades, para no sufrir ni hacer ningún esfuerzo extra; pero la didáctica divina es prepararnos y fortalecernos para vencer toda dificultad en el camino de conversión.

Dios no usa nunca la ley del menor esfuerzo, porque eso conlleva al egoísmo y la falta de carácter, sino que nos da la oportunidad de medir nuestras fuerzas y que nosotros nos demos cuenta que podemos salir victoriosos.

Esta pedagogía divina es maravillosa, porque respeta y valora la persona. Si Dios solucionara de una forma paternalista todos los problemas, esto sería menospreciar las facultades humanas y hacer al hombre inútil e inseguro. El sólo nos ayuda a descubrir la vara de nuestras posibilidades humanas, para que nosotros tengamos el gusto de comprobar que es posible llegar más allá de lo que nos habíamos imaginado.

La pedagogía divina consiste en ayudar el hombre a extraer la riqueza escondida en su interior: escarbar en el campo de la vida para descubrir la perla preciosa que ha estado allí escondida. Quien encuentra este tesoro, es capaz de vender todo con alegría para tomar posesión del mismo.

Me estoy acordando de la vara de Moisés. Esa, que tenía todo el poder dado por Dios. Toda la vida del desierto uso su vara pastoreando un rebaño de ovejas; sin saberlo durante cuarenta años estuvo haciendo el noviciado para conducir a los demás a la libertad, al cambio a la conversión. Moisés y su vara poderosa... tan desgastada por el mango, hizo tambalear todo un poderoso imperio. 

Todos contamos con nuestra vara de pastor: nuestras capacidades humanas, nuestra profesión... nuestros carismas. Se trata de los dones naturales con los que hemos convivido a lo largo de nuestra vida.

Nadie se embarca en una lucha más dura de aquel que busca vencerse a si mismo. Y esta debería ser nuestra tarea: vencernos, volvernos cada día mejores y progresar siempre más en el bien. 

Paz y bien



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