Luz del mundo y sal de la tierra

Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. (Evangelio según San Mateo 5,13-16)

Muchos cristianos realizan innumerables acciones buenas: en sus casas, en su trabajo, en su barrio, en su país; acciones de carácter público como son las obras asistenciales, de promoción de los necesitados, obras de solidaridad; y muchas otras en su vida ordinaria, callada, que sólo contemplan pocas personas. Indudablemente no hemos de hacer las cosas para que nos alaben, pero es muy bueno que los demás queden edificados al ser testigos del bien hacer. Intentar ocultarlo sería un error; Dios quiere que nuestras buenas obras sean luz para los demás.

Así como hay personas aprovechan la propaganda y los medios de comunicación para difundir la duda, el egoísmo, la crítica, en una palabra, el mal; hemos de aprovechar nosotros esos medios para difundir la verdad, los valores cristianos -que son los verdaderos valores humanos- y las iniciativas que ayudan a los hombres.

No basta ser buenos sino que hay que parecerlo; no basta hacer cosas buenas, sino que -si se puede- conviene darlas a conocer. Se pueden crear noticias positivas en la prensa, se puede difundir la vida de personas que son ejemplares, se puede intervenir en debates públicos, se puede intervenir en política: podemos hacer muchas cosas.

Con la sal del Evangelio comprenderemos perfectamente que más allá de las diferencias que traen consigo las fronteras, las ideologías, el sexo, la religión y tantas otras maneras que tenemos de separarnos y excluirnos unos a otros, hay algo que nos une: el ser hijos e hijas de Dios, hermanos unos de otros. Con la sal del Reino entenderemos muy bien que vale la pena luchar por la justicia y la fraternidad porque nos ayudará a ver mejor la injusticia y la intolerancia que imposibilitan vivir como hermanos e hijos de Dios.

Tiene consecuencias para nuestra vida familiar, para la relación con los amigos, para nuestras opciones políticas, para nuestro servicio a los más pobres y necesitados, siempre en búsqueda de la fraternidad y la justicia. Esa es la sal que tenemos que poner en nuestro mundo.

Sólo cuando elijamos su camino y lo sigamos, nuestra sal conservará su sabor, nuestra luz brillará, seremos testigos y siervos eficaces, y ejerceremos una influencia sana en la sociedad.

Paz y bien



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