Hablemos de tentaciones
En la lectura del evangelio de hoy Jesús pide a su Padre que proteja a sus seguidores del maligno. Muchas veces dijimos que el hombre tiene una vida que constantemente se mueve entre la virtud de los ángeles y el instinto de las bestias haciendo uso de su albedrio. Esa es la decisión fundamental de la existencia cristiana: caer en las tentaciones o valerse de ellas para escoger la vida. En el libro del Deuteronomio se lee «Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia (...) Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida» (Dt 30, 15.19)
¡Escoge la vida! ¿Qué significa? ¿Cómo se hace? ¿Qué es la vida? ¿Tener lo más posible? ¿Poder tenerlo todo, permitírselo todo, no conocer más límites que los del propio deseo? ¿Poder tenerlo todo y poder hacerlo todo, gozar la vida sin límite alguno? ¿No es esto la vida? ¿No parece ésta así, como en todos los tiempos, la única respuesta posible?
Miremos alrededor. Existe un circulo imperfecto, vicioso que se repite desde el inicio de los tiempos. Vemos que este estilo de vida acaba en un circulo diabólico de alcohol, sexo y droga; que ésta aparente elección de la vida debe considerar al prójimo como un rival; siente lo que se posee siempre como demasiado poco y lleva precisamente a la anticultura de la muerte, al aburrimiento de la vida, a la falta de amor a si mismo, que hoy observamos por todas partes.
La gloria de esta elección es una imagen engañosa del diablo. En efecto, se pone contra la verdad, porque presenta al hombre como un dios, pero como una falso dios, que no conoce el amor, sino sólo a si mismo, y lo refiere todo a si mismo. El criterio de referencia para el hombre es el ídolo, no Dios, en este intento de ser un dios.
Esta forma de elegir la vida es mentira, porque deja a Dios de lado así lo deforma todo. «¡Escoge la vida!» Una vez más, ¿que significa? El Deuteronomio nos da una respuesta muy sencilla: Escoge la vida, es decir, escoge a Dios, pues él es la vida. «Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que yo te prescribo hoy, si amas al Señor, tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás» (Dt 30, 16)
¡Escoge la vida! ¡Escoge a Dios! Escoger a Dios significa, según el Deuteronomio, amarlo, entrar en comunión de pensamiento y de voluntad con él, fiarse de él, encomendarse a él, seguir sus caminos.
El Señor nos aplica a nosotros este anuncio relativo a su camino y nos muestra cómo podemos escoger la vida: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues ¿de que le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si el mismo se pierde o se arruina? (Lc 9, 24-25). La cruz, no tiene nada que ver con la negación de la vida, con la negación de la alegría y de la plenitud del ser humano. Al contrario, nos muestra exactamente la verdadera forma de encontrar la vida.
Cuanto más osadamente los hombres se han atrevido a perderse, a entregarse, cuanto más han aprendido a olvidarse, tanto más grande y más rica ha llegado a ser su vida. Basta pensar en Francisco de Asís, en Teresa de Avila, en Vicente de Paúl, en el cura de Ars, en Maximiliano Kolbe: todos son modelos de verdaderos discípulos, que nos muestra el camino de la vida, porque nos muestran a Cristo.
De ellos podemos aprender a escoger a Dios, a escoger a Cristo y a escoger así la vida. Hay una sola necesidad eterna: la necesidad de Dios
Paz y bien
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Sobre textos de la meditación del Cardenal Joseph Ratzinger para la doctrina de la fe, sobre las tentaciones de nuestro Señor # 1997
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